Un espectro se cierne sobre el MAS: el espectro de la UDP. Nadie hace unos años lo hubiera previsto, sobre todo cuando Evo Morales comparaba al país bajo su gobierno con Suiza y Álvaro García Linera quería dar clases de economía a los propios economistas (sin saber sumar ni multiplicar con suficiencia). Hasta 2013 el país solo crecía y crecía, ese año marcó su punto más alto según la CEPAL: 6,83%. También creció en igual medida la arrogancia y la soberbia de los líderes del MAS. Después vino un descenso sostenido y en este 2024 la situación se puso calamitosa.
El presente solo sabe a crisis y el gobierno de Arce, precisamente el vocacionalmente más económico, parece estarse especializando en propiciar el deterioro económico al sostener un modelo que parece naufragar al ritmo pausado del Titanic-Bolivia: subvenciones al diésel y la gasolina que son una sangría, ingresos decrecientes por venta de los hidrocarburos, escasez preocupante de dólares, creciente endeudamiento nacional y una masa de empleados públicos que vampiriza el erario público, pero que le son necesarios para fungir como un movimiento social, más que como una burocracia a toda regla.
En Bolivia quien se postula a Casandra, apuesta a seguro, pues todo está mal y, sin ajustes estructurales, todo irá a peor. Esto es algo que se capta por sentido común, solo la ceguera ideológica no permite ver lo evidente; porque verlo y admitirlo por parte del Gobierno es asumir el fracaso de este largo recorrido masista para llegar a ese territorio recurrentemente transitado por los bolivianos: la crisis que corroe los ahorros y las esperanzas de la gente, y resulta siendo el justo castigo por el desvarío económico del MAS.
Cuasi réplica del formato
El periodo de la UDP se caracteriza, sobre todo, por tres fenómenos concomitantes: una “hiperinflación a gran altura” que escaló a un 25.000% anual, un sobrecalentamiento social de movilizaciones que acumularon 3.000 huelgas durante el gobierno de Hernán Siles Zuazo y el bloqueo consistente y pétreo del Congreso Nacional. Las respuestas ante este cuadro de situación fueron cinco paquetes de estabilización, siete cambios de gabinetes y una rotación de 80 ministros de gobierno. Y, el adelanto de elecciones para un gobierno ya sin porvenir.
¿Qué vemos ahora? No es por cierto la misma situación, pero empieza a tener el mismo perfil. La variable calórica es el desarrollo de la economía, que desde el Gobierno se proyectó como de ascenso creciente y sostenido a las alturas celestiales del ansiado desarrollo; pero que dejó de ir para arriba y parece estabilizarse enrumbándose más bien cuesta abajo. ¿Por cuánto tiempo llevará esta dirección y con qué velocidad avanzará en esa ruta? Sobre esto se puede especular, pero tocará sufrirlo y experimentarlo.
El Congreso que durante los gobiernos de Evo Morales era considerado como suyo, tenían una mayoría que opera como bloque y respondía al menor chasquido de los dedos del Poder Ejecutivo, hoy, el ala “evista” y la oposición, unen fuerzas y se muestran rebeldes y contumaces respecto al Gobierno. Han perdido la vocación municipal de ser útiles y serviciales. De ahí que se hayan agarrado del Poder Judicial para contrabalancear la situación y poder salir del apuro. ¿Por cuánto tiempo? Tocará hacer el seguimiento de la querella y contabilizar los daños en un periodo donde los masistas solo manejan conceptos vacíos y falseados hasta lo folclórico.
La conflictividad social anda viento en popa: según la Fundación Unir, entre enero y marzo de este 2024, se registraron 272 conflictos de distintos sectores sociales que realizaron bloqueos de caminos, marchas, huelgas, entre otras acciones de protesta en defensa de sus demandas. Vale la pena prestar atención a los números: nuestro patrón histórico es de 30 conflictos mensuales promedio desde hace 40 años; hoy bordeamos los 90 conflictos mensuales. ¿Cuál es el motivo de que se haya triplicado? En el MAS han descubierto que en un rincón de su partido hay un diablo que anda suelto, sin dormir y azuzando el caldero social con lujurioso ímpetu.
¿Y ahora qué? El MAS, hoy por hoy, es un verbo ideológica y políticamente esclerotizado. Son incapaces de pensar una Constituyente barroca o el espejismo de un Estado plurinacional. El presidente Arce solo consigue inercialmente seguir a un altísimo costo machacando con esa piedra (sin consistencia) de la industrialización y la sustitución de importaciones, convertidos, a esta altura de la historia, en el palo de un ciego: van dando tumbos en los libros raídos y mentirosos de los auditores estatales ocultando las cifras rojas.
¿Se acuerdan de la Agenda Patriótica 2025? Por lo menos al gobierno de Morales les dotó de la conciencia de tener un norte y de disimular ante sus bases y la platea opositora su temprana decrepitud. Hoy el autogolpe le ha sido salvador al gobierno de Arce, pues por lo menos les dio un quehacer gubernamental ante la falta ostentosa de una agenda política. Parecían habitar en la vacuidad (¿hay algo más antipolítico que las naderías en política?), ahora por lo menos tienen una cotidianidad entre los correteos de la policía, las diligencias de los jueces y las declaraciones a los medios.
Pero ya se sabe que el momento verdaderamente revolucionario es el estado pre-revolucionario, la fase en el que los espíritus se adhieren al doble culto del futuro y la supuesta “destrucción creativa” del orden establecido, que ya sabemos dónde termina y qué olor adquiere una vez que se da curso a ese garabato experimental. Eso sí, lo único que tienen y que han perfeccionado a lo largo del camino es en la técnica política: puro fuegos de artificio mientras el Titanic-Bolivia avanza con la indolencia y ceguera de sus maquinistas hacia el desastre.
Ni la épica de un devenir altisonante ni la estética de un brutalismo arquitectónico (tipo Casa Grande del Pueblo) o de parafernalias vistosas (tipo Dakar). El país bajo el manto raído de Arce ciertamente sabe a un viejo libro de economía: cansador, insípido y cuyas cifras nada tienen que ver con la realidad que camina y se aposenta en los mercados carentes de aritmética oficial. Lo único que toca deshilvanar, interpretar y escuchar es la partitura soterrada de la vieja UDP que persigue a este nuevo cuerpo de izquierda sin entusiasmo doctrinal y que exagera en su medianía.
Todo parece indicar que los portones de la historia, las calles y el parlamento, se cerrarán sobre las narices de un Gobierno que va secando el follaje, el tronco y las raíces de un árbol político cuyo pasado y presente se está tragando su futuro. Pues avanzan sobre el sufrimiento horizontal de un pueblo que, cada vez con mayor hondura, percibe que no avanzan hacia ningún proyecto colectivo, aunque avanzan mordiendo todas las manzanas del árbol estatal. La única certeza que acompaña este proceso como una sombra veleidosa es que cuanto más honda sea la crisis, también será más radical el cambio político.
César Rojas es comunicador social y sociólogo.