Con Huáscar Cajías Kauffmann interactué en contadas ocasiones, de modo que poco podría aportar al merecido homenaje en el centenario de su nacimiento y a 25 años de su partida. No obstante de lo anterior, percibo que intimé con él mucho más de lo que uno esperaría dadas esas circunstancias. De hecho, hay personalidades que impactan tanto en la vida y en la mente que se vuelven familiares.
Mi primer encuentro con don Huáscar se los debo a Albert Einstein. Corría el año 1979 y se conmemoraba el centenario del nacimiento del genial físico alemán. En mi calidad de Director de la Carrera de Física fui delegado para organizar un evento científico y mediático en la Universidad de San Andrés. Visité la Carrera de Filosofía y logré invitar personalmente al Dr. Cajías. En el breve diálogo que sostuvimos, me quedé sorprendido con su confesión de que filosóficamente se consideraba un tomista, subrayando: “no un neotomista, sino un tomista tradicional”, o sea, un aristotélico cristiano, atributo que pude confirmar en varias de sus actuaciones como periodista, defensor de los derechos humanos, servidor público y penalista. Acerca de la concepción relativista del tiempo, recuerdo que, sin rodeos, sentenció: “por lo visto, para los físicos el tiempo es tan solo una entidad geométrica”. En fin, ¡el tomista no resultó tan radical, si se arrimó a la “medida del alma” de San Agustín!
Don Huáscar era mayormente conocido como maestro de periodistas e histórico director de Presencia, cargo que le otorgó el privilegio de recibir una artera y rabiosa patada de un paramilitar enviado por el “ministro de la cocaína”, Luis Arce Gómez, en el vano intento de conseguir la fuente de una noticia perjudicial para el régimen que valientemente el periódico católico acababa de publicar. Las patadas que recibiría hoy don Huáscar (de las Redes Sociales y de Impuestos) serían más refinadas.
Hay una manera infalible de apreciar una persona: a través de los hijos, la mayor de sus creaciones. A lo largo de mi vida universitaria, y fuera de ella, tuve el privilegio de relacionarme con la mitad de su numerosa prole; en ellos y ellas, aun con sus diferentes talentos intelectuales, opciones ideológicas y caminos existenciales, pude ver reflejada la personalidad multifacética y, sobre todo, ética del padre. Aunque, en verdad, ¡los nietos no se quedan atrás!
Huáscar Cajías es una de esas raras personalidades bolivianas que suscitan mi admiración humana, cristiana y profesional, tal vez porque representa un modelo de lo yo quise ser. En efecto, me veo reflejado en él, pero en algo más profundo y diferente que en el aspecto físico, la profesión elegida o la fecunda paternidad. Ese algo es el servicio.
Como don Huáscar, aunque a escala mucho más modesta, también yo he ejercido la docencia y la investigación; ambos hemos servido al país cuando se nos requirió (él en el TSE, yo en el gobierno de Carlos Mesa) y a la Iglesia y su jerarquía de muchas maneras; los dos hemos contribuido al afianzamiento de la Universidad Católica (él como docente, yo como miembro de la Junta Directiva). Sobre todo, ambos hemos tratado de dar razón de nuestra fe y formar una familia comprometida con los valores humanos, ciudadanos y cristianos.
Eventualmente, los dos quedamos viudos de la madre de nuestros hijos, cargamos con el peso de la soledad y encontramos, en el ocaso de la vida, tiernas compañeras para llevar a cumplimiento, mediante un amor maduro y definitivo, la misión (el “nombre”) que recibimos desde la eternidad. Recibimos, pues, un nombre parecido, como se parecen todas las estrellas, aunque de diferente luminosidad.
Ese es el don Huáscar que aún vive en mi mente, en mi corazón y en mi espíritu.
Francesco Zaratti es físico y analista