La escasez de divisa ha devenido en argumentaciones bizantinas respecto a su necesidad o prescindencia, cuya procedencia incluso ha partido de boca de un economista, el mismísimo presidente.
El señor Luis Arce y varios de sus muchachos saben perfectamente que lo que dicen no tiene sentido, pero, en términos políticos, puede darles algún rédito, así sea efímero.
A ver… la “bolivianización” de la economía es saludable, pero sus límites son, precisamente, los límites –fronteras– con los países vecinos, para no hablar del resto del orbe. Para todo lo demás, está el dólar y, por mucha ideología antiimperialista que se profese, no es posible cambiar de un plumazo tal signo. Por tanto, las invocaciones que hace el régimen a cambiar de referencia para el comercio exterior se caen por su propio peso porque las propias alternativas que sugiere para “sustituirlo” se remiten al mismo para sus transacciones globales.
El volumen del intercambio comercial global que se indexa a la divisa verde es tal que, por el momento, no hay mayor esperanza, para quienes quisieran borrarla del mapa, de darla de baja. Incluso alguna moneda que eventualmente podría desbancarla tiene ante sí inmensos obstáculos culturales para imponerse como para imponerse como signo franco. El dólar estadounidense dejará de ser la referencia monetaria del comercio no cuando uno o varios Estados nieguen su uso en las transacciones, sino cuando la potencia que los emite se derrumbe en todos los aspectos –cosa aún lejana– aunque de tanto en tanto le canten el réquiem.
Las simplistas consignas que profiere el régimen –y que muchos se las tragan– consideran a tal divisa en tanto cosa –pensamiento concreto; un billete verde– y no en tanto símbolo –pensamiento abstracto–. Recurriendo al infame, aunque útil, Arjona, diremos que lo tratan como sustantivo, siendo que es verbo, a cuya conjugación se mueve el comercio. Por tanto, busca responsables de las consecuencias de su escasez, y no ataca a las causas, mismas que se encuentran en las políticas económicas –modelo social, comunitario, estatista, despilfarrador– que promueve. Las externalidades pueden tener una mínima incidencia en la circunstancia, pero el grueso del desastre tiene un carácter estructural cuyo sustento ya no es capaz de apuntalar la economía del país.
Por tanto, la salida a la crisis requiere de medidas estructurales –otro modelo– tendentes a reconducir el sector productivo y comercial estableciendo otras relaciones económicas, atrayendo inversión extranjera directa con seguridad jurídica –reglas claras, cumplibles, sostenibles y equitativas– para las partes, estableciendo condiciones para la iniciativa privada y desmontando el elefantiásico aparato burocrático-empresarial estatal. De esta manera, casi como por arte de magia, los dolarachos comenzarán a fluir y, sin abandonar la soberanía monetaria interna, la economía comenzará un nievo ciclo de crecimiento. El régimen lo sabe, pero no le da la gana de hacerlo porque tiene que responder a una clientela político-prebendalista que vive de desangrar al Estado y a la ciudadanía que produce.
Señor Arce, antes de hablar estupideces repase sus clases, busque “Breton Woods” en el Google, revise sus apuntes sobre comercio exterior, rompa ese blindaje mental que le afecta, ábrase al mundo, vea más allá de sus narices, no busque culpables donde no los hay y no supedite la economía a la ideología si no quiere pasar a la historia como el pinche cajero que Evo Morales dice que usted fue en su nefasto Gobierno.