Pero un creciente número de profesionales cuya honestidad intelectual no está en cuestión, muestra desde diferentes perspectivas que, el modelo, ni es responsable de todos los logros, ni los logros son exclusivos del modelo, ni todos los logros son positivos. Fernanda Wanderley y José Peres-Cajías de la UCB, por ejemplo, analizan los aportes de 17 expertos nacionales e internacionales sobre “Los desafíos del desarrollo productivo en el Siglo XXI” y concluyen que la reducción de la pobreza es una realidad regional que no puede asociarse a modelos económicos o políticos específicos y, puntualmente que desde 2006 no hay bases para hablar de un milagro económico ni de logros sociales excepcionales en Bolivia.
La serie de Ensayos para el debate que INASET publica en Brújula Digital, muestra que pese al alto crecimiento de los últimos 12 años y de los excepcionales ingresos percibidos, Bolivia se mantiene entre las 4 economías más pobres de América Latina. Incluso si su crecimiento fuera sostenible, le tomará generaciones converger al nivel de las economías vecinas.
Pero el crecimiento registrado es insostenible: el PIB aumenta más por la recaudación de impuestos que por la creación de valor agregado; aumenta la inversión y baja el consumo de los hogares, pero aumenta la participación de las importaciones en el consumo interno; y la productividad se concentra en pocas actividades y regiones: el crecimiento de 4,22% en 2018 se explica casi totalmente por el de un solo subsector industrial (productos químicos vinculados a la gasolina y el alcohol) y dos no productivos: la administración pública, y los servicios financieros.
Como resultado, hoy al menos 60% de quienes se incorporan al mercado laboral lo hacen forzados a hacerlo en actividades por cuenta propia, informales y de baja productividad. En suma, el crecimiento del PIB no cumple la condición más básica de sostenibilidad: mayor capacidad productiva (más producción, empleo, remuneraciones y consumo).
Más allá del discurso exitista, este “crecimiento empobrecedor” es la realidad que muestran los datos oficiales; el desafío común es corregirlo. Los problemas institucionales, sociales, políticos, eco-ambientales y económicos que Bolivia enfrenta son múltiples y enormes; pero ninguna solución pasará de ser una buena intención (o ilusión, u otro descarado engaño) si no se establecen las prioridades (y las secuencias) correctas; para ello, es requisito superar las cegueras políticas, ideológicas, teóricas y “la conveniencia” de no querer ver la realidad.
Por las restricciones institucionales y financieras que enfrentamos, un Plan de Gobierno que no tenga como su primera meta construir una base productiva diversificada, nunca contará con los recursos para planificar y construir, con autonomía, su camino al desarrollo. Por ello, es necesario reconsiderar todo lo hecho hasta ahora incluyendo, por ejemplo, la pertinencia de los bonos que tanto rédito político generan a gobernantes, como temor de cuestionarlos a los opositores. Recordemos que el Banco Mundial promovió los bonos para dar un barniz de equidad a gobiernos alineados con el neoliberalismo, aliviando las tensiones generadas por las reformas impuestas. En una economía para la gente, creadora de empleo productivo y dignamente remunerado, los bonos generalizados serían innecesarios.
Contra esta necesidad de evaluar, a escasos 8 meses de culminar el PDES 2016-2020 ‒el tramo inicial de la AP2025, las metas de diversificación productiva propuestas están aún más lejanas que cuando se plantearon en 2014. Sin embargo, el gobierno vuelve a movilizar “a las bases” para formular una agenda 2030 en la que temas centrales como el empleo digno y la diversificación productiva seguirán siendo un par de títulos más entre cientos de proyectos y resultados que, históricamente, han sido intrascendentes para el desarrollo; con ello, se muestra que no se entiende la complejidad del desafío y que tampoco hay un liderazgo capaz de proponer a la sociedad lo que debe hacerse, sea o no popular.
¿Y ahora qué? No se conocen aún las propuestas de las otras candidaturas. Quizás es mucho soñar, pero confío que al menos una propondrá que ya es hora de dejar la demagogia, tomar el toro por las astas y establecer una meta concreta: sentar las bases para la diversificación productiva con empleo digno; para ello, definir una agenda con prioridades orientadas a lograr de esa meta en 4 ámbitos: i) las transformaciones político-institucionales básicas (democracia, estado de derecho, justicia y equidad); ii) eco-ambientales (superar el extractivismo rentista, control de la minería “artesanal”, en especial la aurífera, y desarrollo del potencial energético renovable); iii) macroeconomía, comercio y políticas fiscales-sectoriales “pro producción, empleo, valor agregado y productividad”; y, iv) gestión pública transparente, eficiente e institucionalizada en todo nivel de gobierno.
Este sería un plan de gobierno de menos de 100 palabras que una mayoría podría entender, casi todos suscribir y, sin duda, todos podríamos juzgar por sus resultados. ¿Que deja muchos temas fuera? Cierto; pero poco ayuda poner más temas si no hay la capacidad de abordarlos exitosamente. En todo caso, el desarrollo es un proceso y, como tal, es una construcción secuencial laboriosa.
Enrique Velazco es especialista en tema de desarrollo.