¿Está usted enterado de que se está desarrollando –hasta mañana– el Congreso Plurinacional de Educación? ¿Conoce su composición, sus alcances y sus planteamientos? Estas preguntas, cargadas de intencionalidad ciertamente, parten del supuesto de que sin algo del mismo trascendió a los medios fue más por la presencia –intervención incluida– del Presidente en la inauguración del evento. Muy impopular será el Sr. Arce, pero por el cargo que ostenta es objeto de permanente cobertura de prensa. Probablemente sin su asistencia al cónclave, éste hubiese tenido un ínfimo espacio en las noticias. De hecho, tras el acto inaugural, prácticamente no se sabe nada de lo que sucede en dicha reunión.
Al parecer, como el precedente, este congreso se reduce a los llamados “movimientos sociales” y a alguno que otro actor de la educación con presencia absolutamente minoritaria, simbólica. Pero la sociedad, en términos amplios, está excluida y, además, no se ha involucrado en modo alguno. La educación, un asunto de interés general, se ve como una isla manejada por intereses gremiales y políticos -sin negar que hay actores directamente relacionados con este campo; los maestros, para empezar-.
En términos de opinión, al tema le fue un poco mejor. De 1.140 columnas procedentes de tres medios escritos con base en La Paz que analicé entre agosto y septiembre, 54 abordan diversos aspectos educativos. Algo es algo, pienso; pero me temo que su incidencia al interior de la convención ha sido nula.
Por lo que se ha escuchado, la idea es “superar” la reforma previa cuyo instrumento es la Ley “Avelino Siñani-Elizardo Pérez” que, a mi juicio, no es (del todo) mala. Lo que sí ha sido reprochable es el manejo “ideologizador” de la misma. Ciertamente no hay política educativa “neutra”, pero lo obrado ha superpuesto el carácter adoctrinador al proceso enseñanza-aprendizaje con unos resultados estrepitosamente paupérrimos en cuanto a formación del estudiantado. Se llegó a extremos groseros como poner la palabra “Evo” como una de las primeras en la enseñanza de la escritura. De la misma forma, se erogó una fortuna en la impresión de libros en las asignaturas de historia, lenguaje e inclusive de arte claramente sesgados en favor del régimen “revolucionario” personificado por el susodicho expresidente. Sin mayor empacho, se excluyó de la historia las gestiones de varios presidentes de la república. ¿Qué se hará con tanto libro ahora repudiado por el propio gobierno del MAS? Por lo poco que me enterado, los términos que se manejan –“descolonización”, “revolución”, “intracultural”, etc.– son los mismos sólo que excluyendo todo lo que suene a “Evo”.
Esto de la participación de la sociedad en la definición de las políticas educativas –el encargo social– no es un deseo inalcanzable. La reforma de los 90 –en el antes, durante y después– tuvo la participación activa de la ciudadanía en su conjunto. Se hablaba de la educación en el transporte público, en los cafés, en las reuniones familiares, en los medios -si alguien se da a la tarea de revisar la prensa entre 1990 y 1998, encontrará que el tema ocupaba amplios espacios, prácticamente a la par que la política-. En Congreso del 92 y la Ley del 95 fueron solamente un reflejo de ese estado de ánimo. Podría entrar en detalles profundos de este memorable proceso, pero podría interpretarse como nostalgia, lo que no es mi intención.
Pienso que éste pasará –en realidad no siquiera pasará– a la historia como el Congreso “fantasma”, habiendo Bolivia desperdiciado una vez más, la oportunidad de retomar un camino más transformador y menos ideologizado en el campo educativo, esencial para el desarrollo de las personas y de los países.