¿Qué podemos esperar? Sin duda, más incertidumbre y volatilidad al tratarse de un año electoral alevoso. La política tiene ese poder de desbaratar y desajustar todo a su antojo. La economía es hoy un escenario patético en el que las culpas son innumerables. La matriz energética está rota y toda la cadena de producción está bajo un tremendo estrés.
En menos de tres años, irrumpió con una impronta descomunal un feroz caos social, económico, político, regional y hasta incluso de orden barrial: la velocidad, la aceleración y la contundencia de índices negativos fueron, literalmente, abrumadores. De pronto todos, sin excepción alguna, nos vimos aplastados en nuestros asientos, en filas kilométricas; recién ahí, todos caímos en cuenta que habíamos tocado fondo. Y muy profundo. La crisis es crisis sólo cuando toca el timbre de tu casa. Antes es problema de otros. Ahora es cosa de todos nosotros.
Quedó en evidencia la ruinosa administración económica masista. Fueron brutalmente negligentes e inconcebiblemente inoperantes. Armaron una morrocotuda crisis económica que marcará un antes y un después en la historia económica de Bolivia. Y, por si acaso, sólo para el registro, jamás tuvieron una ideología. Nunca agarraron un libro de Engels o de Marx. Jamás leyeron el manifiesto socialista. De ningún modo. Fueron espuma. Cáscara. Hasta en eso hicieron y siguen haciendo un ridículo extraordinario.
¿Qué les queda a las empresas o instituciones sectoriales que están padeciendo con la escasez de diésel, gasolina y dólares? El impacto es tan profundo que se prevé que tardaremos entre tres a cuatro años en recuperar algo de estabilidad. No una totalidad sino, tan sólo, algo. Siempre y cuando se realicen los debidos ajustes para la reducción del elefantiásico aparato público ineficiente, reducir al máximo el déficit fiscal, abrir por completo las exportaciones de todos los sectores y reducir casi al máximo la economía estatal, que sólo trae burocracia, corrupción e inoperancia y llevar adelante una lucha frontal contra la corrupción de manera integral y transversal. Complicadísimo.
A estas medidas de choque brutal, los alemanes en la Segunda Guerra Mundial le pusieron un nombre: Blitzkrieg. La guerra relámpago. Sus efectos descolocaron a todo el frente antinazi. Los aliados nunca entendieron lo que pasaba. Sólo atinaron a meterse en un refugio o hueco mientras las bombas silbaban sobre sus casas, escuelas, iglesias y cabezas de todos. Sólo el sonido que producían dichas bombas, a más de uno, le provocaba terror. Después de la pesadilla aérea, ingresaban los tanques y la infantería. Nada ni nadie pudo detener esa aceitadísima máquina de guerra. Tuvieron que juntar fuerzas entre más de una docena de países para hacerle frente.
¿Acaso Bolivia necesita de medidas económicas bajo esa brutal intensidad? El gradualismo nunca es bueno ni inteligente. La pregunta, entonces, es si el nuevo Gobierno cuando las ejecute tendrá el control de las calles. Muchos sostienen que se tratará de un gobierno de transición corto por ese pequeño músculo social que no podrá sostener a la nueva administración y sus medidas de shock. Somos convulsos por inercia y torpes por naturaleza. Rompemos todo y luego preguntamos.
Es tan disruptivo y abrupto el caos en el que estamos encenegados, que cualquier análisis no se sostiene 48 o 72 horas. Todo cambia de manera vertiginosa y los cálculos políticos y juegos de poder, se trastocan y se diluyen entre las manos. Y llegarán los tiempos de las encuestas. Comenzamos con la del presidente del Club Bolívar, Marcelo Claure que ya levantó polvareda en todos los sectores. Seguramente vendrán otras más favorables para los políticos y todo se turbará otra vez. La política es el arte de la confusión. Por esencia.
Si algún político, en su sano juicio, pretende actuar en sincronía con la época, deberá correr ese riesgo. Se trata de poder pensar en otra velocidad. Hasta el propio discurso premonitorio de Víctor Paz Estensoro, que en cadena nacional lanzó el 21060, preguntó a todos: ¿sino es esto, qué es? Nadie dijo nada. Todos asintieron.
¿Podrá alguien, fuera del funesto y deplorable masismo, tener ese coraje y plantarle cara a estos desalmados y ordenar la casa?
Tengo mis serias dudas. Son pocos los que en tiempos de crisis tienen la habilidad de interpretar el vértigo de los sucesos y saber cómo enfrentar lo exponencial e, incluso, brutal, que son los varios escenario de caos que están activos en el país.
El entorno para las empresas ha dado un giro tan brutal en cuestión de meses que la capacidad de adaptación, con todo lo que ello implica, será un factor crítico de cara a lo que viene. Especialmente, si consideramos que lo que hoy se visualiza es que el sentido de los hechos se agudice.
La historia siempre oscilante, volátil y pendular de Bolivia demuestra que en estos cambios de ciclo se produce un “barajar y dar de nuevo” que redefine nuevos ganadores y, también, nuevos perdedores. Esta vez no tendría por qué ser diferente. Solo que ocurrirá muchísimo más rápido y la suerte puede cambiar de manera abrupta. Así que todo está sobre la mesa. Todo.