El nombre del juego en el cortísimo plazo para el próximo gobierno boliviano, cualquiera sea éste, es conseguir dólares. Por supuesto, habrá que hacer decenas de otras reformas económicas en paralelo para estabilizar la crisis, reordenar cuentas, desmontar distorsiones y reconstruir instituciones. Pero, en la coyuntura de corto plazo, sin dólares no hay política económica que respire. En este artículo nos concentramos, entonces, en la pregunta central: ¿cómo se introducen dólares en una economía como la boliviana y, más aún, en una economía en crisis como la actual?
Uno de los elementos más críticos en la fase inicial de cualquier gobierno que enfrenta un contexto de restricción externa severa consiste en garantizar la provisión de divisas internacionales. Este imperativo no es solo un problema operativo de flujo de caja, sino una cuestión estructural vinculada a la credibilidad del régimen macroeconómico. En otras palabras, no se trata únicamente de buscar dólares; se trata de convencer al mundo de que uno todavía merece crédito.
La urgencia, por tanto, no se limita a la obtención de dólares en términos estrictamente líquidos, recursos de disponibilidad inmediata para honrar compromisos financieros, comerciales y energéticos; sino que abarca también el plano de las expectativas, ese terreno etéreo pero decisivo donde se define si los agentes económicos confían o corren al mercado paralelo. Nos referimos a la dimensión psicológica de la económica.
En primera instancia, la llegada de recursos frescos, dolarachos constantes y sonantes, cumple una función de estabilización inmediata: permite atender el servicio de la deuda externa, cancelar pasivos con proveedores internacionales y asegurar la importación de bienes estratégicos como hidrocarburos (gasolina y diésel), cuya provisión es indispensable para la continuidad del aparato productivo.
En términos de contabilidad macroeconómica, este flujo de divisas opera como un mecanismo de alivio de corto plazo para la balanza de pagos y mitiga riesgos de interrupción en los circuitos críticos de producción y transporte. Casos como los de México, en 1990, (Plan Brady) o Brasil, en 1999, (tras la crisis del real, que se llamó también crisis caipirinha) muestran que, a veces, un buen préstamo llega a tiempo para evitar que el país termine en terapia intensiva.
Sin embargo, la teoría económica y la evidencia empírica han mostrado reiteradamente que los flujos efectivos de divisas no son el único ni el principal determinante de la estabilidad macroeconómica. La dimensión de las expectativas racionales, introducida en los modelos neokeynesianos y desarrollada posteriormente en los marcos de la teoría de la credibilidad ocupa un lugar central para evitar dinámicas de profecía autocumplida en los mercados cambiarios y financieros.
Dicho en lenguaje menos técnico: los agentes económicos no reaccionan solo ante la cantidad de dólares que hay en la bóveda, sino ante la convicción de que el ministro sabe dónde conseguir más cuando se acaben.
De ahí la relevancia de lo que la literatura denomina “señales de compromiso creíble”. En economías abiertas y financieramente vulnerables, como la boliviana, los anuncios de acuerdos de financiamiento o de reformas estructurales pueden generar efectos inmediatos sobre la estabilidad de precios y el tipo de cambio, incluso antes de materializarse los desembolsos. Ejemplos sobran: Turquía en 2001, Grecia en 2010, Argentina en 2018. Todos demostraron que, a veces, basta con una conferencia de prensa convincente y un apretón de manos para calmar los mercados… aunque los dólares tarden meses en llegar.
Otro ejemplo cercano. Hace unas semanas, Argentina estaba en caída libre, con el dólar disparado y el riesgo país con fiebre de 40 grados. Bastó que el gobierno norteamericano prometiera 20.000 millones de dólares, que no llegaron en avión ni en maletas, ojo, para que de pronto se calmaran los mercados. Un milagro sin hostias, solo con promesas. Y es que la economía, como la fe, tiene mucho de religión: basta una señal divina del Tesoro norteamericano para que los creyentes vuelvan a arrodillarse ante el mercado.
En el contexto boliviano actual, tanto Rodrigo Paz como Tuto Quiroga, han anunciado, respectivamente, la llegada de 1.500 (un intercambio de activos con dinero para comprar hidrocarburos, y 1.000 millones de dólares (de un acuerdo con organismos internacionales). Más allá de la magnitud, el objetivo central de estos anuncios no radica en disponer de los recursos en la primera semana de gestión, sino en enviar una señal clara al mercado: el inicio de un proceso orientado a restablecer la confianza, la reputación y la credibilidad del aparato económico estatal. En otras palabras, más que dinero buscan ofrecer tranquilidad, ese bien escaso que, en tiempos de crisis, cotiza más caro que el propio dólar.
Desde esta perspectiva, la estrategia óptima para un nuevo gobierno no debe circunscribirse a la obtención de recursos líquidos de emergencia, sino complementarse con la generación de anclas de expectativas, mediante compromisos financieros explícitos con organismos multilaterales o países socios.
La experiencia latinoamericana demuestra que la comunicación es casi tan importante como la caja: lo que se dice y cómo se dice puede valer varios puntos en el tipo de cambio. Un anuncio temprano, en las primeras dos o tres semanas de gestión, de un acuerdo por 3.000 o 4.000 millones de dólares con el FMI, el BID o el Banco Mundial podría constituir un instrumento eficaz de guía en la política económica, proporcionando certidumbre temporal y contención de volatilidad cambiaria, incluso antes de la llegada de los fondos. O, dicho con menos elegancia, una promesa bien comunicada puede hacer lo que a veces no logra un préstamo mal negociado.
En conclusión, la estabilización inicial de un gobierno en crisis externa requiere operar en un doble frente: liquidez operativa (verdes sonantes y constantes) y capital reputacional. Los primeros dólares, los físicos, son imprescindibles para atender obligaciones inmediatas y asegurar el funcionamiento básico de la economía. Los segundos, los virtuales, en forma de acuerdos, promesas o líneas de crédito contingentes, son los que reconstruyen la credibilidad del país y anclan expectativas en el mediano plazo.
Esta combinación, articulada entre solvencia técnica y comunicación estratégica, constituye, en términos académicos, el núcleo de la política de estabilización externa en las fases inaugurales de un nuevo ciclo gubernamental en Bolivia. En síntesis: se necesitan dólares en la cuenta y fe en el discurso. Los primeros mueven la economía; la segunda evita que se mueva demasiado el dólar.
Gonzalo Chávez es economista.