Al presidente parece que todavía no le llega la hora de gobernar. Aparte de algunos resultados positivos en materia de vacunación, no hay mucho que decir o rescatar en otros ámbitos.
Luis Arce se acostumbró a dar noticias favorables sobre la economía. Es más a Bolivia siempre le fue mejor que a otros en este campo y hasta se llegó a pensar - erróneamente- que todo se debía a las virtudes del modelo económico local y no a los vientos favorables que llegaban del mundo.
Hoy los datos son poco esperanzadores. La economía crece si, pero mucho menos que la de países vecinos y las amenazas no desaparecen en el horizonte del largo plazo.
Las fórmulas mágicas y las frases hechas de la política populista ya no tienen la misma escenografía de precios altos del petróleo y de crecientes volúmenes de exportación. Hay menos gas, a menor precio y con mercados que se achican.
Bolívia, además, continúa encerrada. Preso del cerco ideológico el gobierno no mira hacia el mundo en busca de nuevos mercados para otros productos. Es más, no hay libre comercio prácticamente con nadie, a excepción de países como Cuba o Venezuela que solo viven de la caridad
Se siente la falta de decisiones. El contrabando sigue haciendo de las suyas en todas las fronteras. Todos los días y especialmente las noches, toneladas de productos de todo tipo ingresan al país sin aportar un céntimo al fisco. La industria nacional libra una batalla desigual con los piratas modernos: paga puntualmente impuestos, genera empleo formal y de calidad, aporta al desarrollo, pero ya no puede competir en semejantes condiciones de desventaja. No hay un cálculo muy preciso, pero no hace falta ser un experto para darse cuenta que el contrabando significa cierre de industrias y menos empleos.
No hay, sin embargo, los mismos miramientos con el libre comercio en otras áreas. Si los cultivos de hoja de coca ilegal crecen es porque el narcotráfico aumenta en las narices de las autoridades. El Chapare ya era, desgraciadamente, un territorio sin ley, pero ahora desde esa región donde se tolera y alienta el delito, nacen curiosas formas de contrarrestarlo. Son los protectores de la hoja de coca ilegal los que dictan las normas y en esas condiciones solo cabe esperar un deterioro mucho mayor.
Tal vez sea excesivo decir que el gobierno es cómplice del narcotráfico, pero tampoco demuestra con claridad lo contrario.
La única “industria” que promueve el gobierno del presidente Arce es la de los juicios. Cada día se inventa uno nuevo contra los opositores o se desempolva otro, no importa si en el afán deba reabrir casos contra sus propios militantes. A lo sumo eso sirve para intentar demostrar una neutralidad que no existe.
Arce es un presidente sin ídolos. Con seguridad nunca tuvo un póster de Fidel Castro en la pared de su dormitorio, ni una imagen del Che a mano para afirmar su diferencia. Y tal vez por eso necesitaba tanto cantar una versión de la caraqueña –“Ya la pagarán…”- que recuerda más los ochentas del siglo pasado, que los veintes del nuevo. Ni siquiera pertenece a la generación de la democracia, sino al vacío que se generó en la transición turbulenta que experimentó Bolivia desde el año 2000. Por eso juega a ser recalcitrante y agresivo en su discurso, para compensar una carencia de origen. Tiene un conflicto de identidad política que no resuelve y eso determina que la sombra de otros - Evo Morales - prevalezca sobre su propia imagen.
Y eso influye también a la hora de intentar gobernar, de tomar decisiones. Arce no se aleja de la zona de seguridad de la “venganza”. Representar el papel del vengador es parte de su esfuerzo por conseguir un perfil propio, vinculado a la necesidad de satisfacer la expectativa de los otros.
El ex-ministro de Economía habla poco de su materia y da vueltas sobre los mismos temas desde hace más de seis meses. Antes estaba preocupado de ser el mejor ministro de Economía de la región y le angustiaba que su nombre no figure en los podios de las publicaciones internacionales. Ahora no tiene una búsqueda propia.
Arce quiere por encima de todo la bendición de los que se fueron -Morales entre ellos -, aunque eso signifique resignar su posibilidad de hacer gobierno. De ahí que el mayor porcentaje de sus acciones o discursos está plagado de referencias al pasado inmediato, de los golpes y otras ficciones, que buscan reescribir la historia para transformar al cobarde en héroe.
El dilema presidencial no es simple. Entre obedecer o gobernar, Arce todavía se
siente más cómodo con la primera opción, aunque a la larga será seguramente
juzgado por la segunda. Al tiempo.
Hernán Terrazas es periodista y analista