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Quien calla, otorga | 30/03/2024

Dígame la verdad

Alfonso Gumucio Dagron
Alfonso Gumucio Dagron

Las organizaciones involucradas en el Censo de Población 2024 hicieron un llamado para que la población “diga la verdad” cuando lleguen los censistas a la puerta de su domicilio. Como somos un pueblo tan honesto, seguramente en el acápite relacionado con la actividad económica (“¿qué produce?, ¿qué vende…”?) se registraron repuestas como: “soy contrabandista”, “soy narcotraficante”, “lavo más blanco construyendo edificios”, “avasallo y especulo con terrenos”, “soy chofer y trafico gasolina al Perú”, “soy minero aurífero y enveneno los ríos”, etc. Pongo en broma lo que es una tragedia nacional.

Dudo que ese 84% de la población que tiene empleo informal en Bolivia diga la verdad a los encuestadores. Probablemente tendremos muchos honorables “comerciantes”, “constructores” o “transportistas” a secas. No se contempla más detalles sobre la actividad económica principal, y así quedan en la misma estadística los bribones y los honestos.

En este pueblo tan proclive al engaño y a la extorsión, tuvimos el jueves 21 y el viernes 22 de marzo una fuga masiva de ciudadanos hacia el campo. Varios dijeron abiertamente que si no iban a censarse allá, los iban a “multar”, una práctica de extorsión muy común en las idealizadas comunidades andinas. Otros habían sido amenazados con perder sus tierras. El chantaje se impuso y distorsionará los resultados, de eso no cabe duda.

Hecha la ley, hecha la trampa. CONADE pidió explicaciones sobre el auto de mal gobierno que restringe los movimientos de los ciudadanos en áreas urbanas durante el censo, pero no hace lo propio para aquellos de áreas rurales. En cristiano: los que viven en áreas rurales tuvieron tres días para ir de una comunidad a otra y hacerse censar varias veces. Luego nos extrañamos de las discrepancias que hay entre los censos y el padrón electoral, que también es tramposo. El propósito no disimulado de los acarreos de población es conseguir votos rurales ponderados y prolongar agónicamente el mito de que Bolivia es un país mayoritariamente rural e indígena, aunque estudios serios demuestran que el campo se ha vaciado en Bolivia como en otros países, y ahora el 80% de la población vive en áreas urbanas.

Otras preguntas del censo de 2012 fueron cuestionadas, pero no corregidas en 12 años, como la “autoidentificación” que no deja lugar a expresar que somos mayoritariamente mestizos. Muy a pesar de esa aviesa trampa, los censos demuestran lo que es incontestable: en 2012 se reveló que sólo 17% de la población se consideraba aimara y 18% se autoidentificaba como quechua.  Si a eso le sumamos la evidencia de que somos 80% urbanos, no es necesario decir más. La abuela era indígena rural, pero la nieta es urbana mestiza, habla sólo castellano, ya no viste el traje comunitario y le gusta comer hamburguesa o pizza.

La desconfianza de la población hacia el gobierno del MAS es tan grande, que nadie quiere que los censistas registren datos que podrían traducirse en impuestos. Los cooperativistas mineros auríferos tendrían que pagar mucho, al igual que los cocaleros y miles de comerciantes que se enriquecen en pequeñas tiendas de celulares y computadoras de contrabando, pero se acogen al régimen simplificado, aunque generan varios miles de dólares al mes. Luego, esas mismas familias nos sorprenden inaugurando millonarios “cholets” en El Alto, comprando vehículos por docena y organizando fiestas a las que llegan contratados cantantes de México, Argentina o Alemania que cobran 40 o 50 mil dólares por actuación. Y dicen que no hay dólares en Bolivia… A esos cantantes no les pagan con yuanes.

Pese a la falta de transparencia del INE y al cinismo socarrón de su inadaptado director, varias organizaciones de la sociedad civil se agruparon en la Ruta del Censo e hicieron un mejor trabajo que la institución estatal, pero no fueron escuchados: “Como Ruta del Censo le hemos hecho llegar más de 50 propuestas para la boleta censal, más de cinco propuestas para la actualización cartográfica, propuestas para el censo de prueba, para las capacitaciones; hemos capacitado aproximadamente 50 mil universitarios en todo el país, que ahora son censistas. Hemos sido totalmente proactivos, hemos generado siete tomos sobre investigaciones censales, y todo eso ha sido olímpicamente ignorado por el INE”. 

¿No sería más práctico que el censo use como domicilio el que aparece en el más reciente carnet de identidad de cada persona? ¿Acaso no presentamos nuestro carnet cuando votamos? Eso permitiría, además, descubrir los carnets de identidad truchos que han sido distribuidos por las autoridades migratorias como en la feria de alasitas, a narcos de toda procedencia, que seguramente se escondieron bajo la cama cuando llegaron los censistas.

Se produjeron hechos punibles como aquel censista que abusó de una mujer en Santa Cruz, o los que no llegaron a edificios y casas donde los esperaron durante todo el día. Los demagogos como Eva Copa que se desplazaron para “censar” con su equipo de propaganda, son despreciables. El teléfono de reclamos 74504188 del INE nunca funcionó. Pero lo peor está por venir: la constatación de que muchos miles se hicieron censar donde no viven, donde no trabajan, donde no reciben beneficios de salud, educación, alcantarillado, agua potable, etc.

En contrapartida, hay casos alentadores de jóvenes censistas que en las condiciones más difíciles llegaron a las familias que debían censar. Lo hicieron caminando, atravesando ríos y trepando cerros, y en algún caso con un hijo pequeño en la espalda.

En un mundo con Inteligencia Artificial que muestra avances cada semana, seguimos aplicando el censo con boletas de papel y con lápiz. El procedimiento es tan arcaico como nuestra mentalidad, estancada en el pasado.

Algunos jóvenes fueron satanizados por oportunistas alarmistas que no ven los problemas donde realmente están, pero imaginaron un plan maquiavélico donde los censistas capacitados tenían instrucciones precisas para alterar los datos. Que no te filme algún conspiranoico desde su ventana, y que no te balconee algún periodista irresponsable que para aparecer más astuto replica cualquier tontería que ve en las redes virtuales, sin mover el trasero de su silla para verificar la seriedad de la fuente. Hay que tener espíritu de Savonarola para empujar a la hoguera a jóvenes voluntarios sin saber bien de qué va la cosa. Cualquiera que haya visto cómo trabajaron sabe que los datos generales sobre un segmento, manzana o predio, se completan luego de comprobar que había gente para censar. A muchos no les ofrecieron una silla para sentarse, tuvieron que llenar los formularios de pie, y a veces la marca del lápiz salía del estrecho espacio indicado, por lo que tenían que corregir. Yo lo vi, nadie me contó.

Lo importante es ahora la vigilancia de los datos recogidos, para impedir manipulaciones informáticas, y exigir el cumplimiento de plazos que permitan corregir las desproporciones en la representación parlamentaria y en la distribución de recursos del Estado.

@AlfonsoGumucio es escritor y cineasta 



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