Una vez reconquistada, durante los primeros
20 años de democracia en Bolivia –con su innegable apertura a la deliberación
pública y sus grandes pasos en materia de institucionalización– la piedra en el
zapato del sistema fue el asunto de la gobernabilidad.
La imposibilidad, hasta entonces, de que tras las elecciones emergiese una clara mayoría (los máximos guarismos rondaban por el 30%), traducida también en una mayoría parlamentaria y, con la triste experiencia de la UDP, en sí misma un pacto interpartidario, pero preelectoral, los años siguientes se optaría por la construcción de mayorías parlamentarias con su correlato en el Ejecutivo (el famoso “cuoteo”) que permitiera un mínimo de gobernabilidad durante la gestión administrativa y política del esquema de poder de poder en funciones.
Dos precisiones: Una mayoría parlamentaria (representativa) no siempre se traduce en mayoría ciudadana; puede haber gobernabilidad política y, al mismo tiempo, no haber gobernabilidad social –quizás el concepto de gobernanza sea más integral–. Y, sobre el llamado “cuoteo”, sería iluso pensar que las contrapartes no participen en instancias de toma de decisiones y ejecución de políticas públicas.
Si no recuerdo mal, fue René Antonio Mayorga quien bautizó a este recurso democrático como “democracia pactada” para el caso boliviano –puesto que en otras latitudes esta práctica no era, ni es, extraña– tal vez con el deseo de recalcar, pues es casi una tautología, que el pacto no es, no debería ser, ajeno a la democracia. Contrariamente a la idea distorsionada que se tiene sobre la misma, Mayorga la caracterizaba como “el avance más importante para la gobernabilidad y para la consolidación democrática en Bolivia”.
Hasta que directamente de las urnas emergió una mayoría que no necesitaba pactar para asegurarse gobernabilidad y con ello surgió la tentación del poder absoluto, de la dictadura con formas democráticas, de la tiranía que, al haber implosionado el régimen que la sostuvo, ha entrado en crisis y, por tanto, el pacto, en su sentido virtuoso, está de vuelta. En hora buena pues en la comparación, éste genera contrapesos internos que no permiten extralimitaciones.
La referencia obvia es el acuerdo alcanzado en el Senado para la elección del presidente de esa cámara, aunque una vez reelegido, el titular se empeñe en negar lo que de puño y letra rubricó. Mal le irá en el futuro en sus ambiciones de poder si lleva como antecedente el incumplimiento a un acuerdo suscrito solemnemente.
Hago míos los términos en los que, al respecto, anota el editorial de El Día del 15 de noviembre, que los transcribo textualmente:
“Se habla de un retorno a la ‘democracia pactada’ y verdaderamente cuánto se extraña ese modelo político tan vilipendiado en Bolivia pero que es moneda corriente y base de las democracias más avanzadas del planeta, donde todos los días se pacta, se dialoga y los políticos son obligados a ceder constantemente. La verdad, no sabemos si hemos vuelto a esos tiempos, pero lo cierto es que debemos estar orgullosos de haber limitado el poder del gobierno, reducido su poder y su capacidad de hacer daño. Debemos considerarlo como una victoria de los que luchan por la democracia y de los que tienen la responsabilidad de seguir aportando al estado de derecho con cualquier medio y estrategia posible”.
Siendo lo más probable que el próximo Gobierno requiera del entendimiento entre dos o más partidos, estamos en el tiempo de replantearnos los alcances de la democracia (im)pactada para no cometer los errores que condujeron a su condena.