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Con los pies en la tierra | 11/11/2020

Déficit, deuda, empleo, inflación, devaluación

Enrique Velazco R.
Enrique Velazco R.

¿Sabe usted qué le conviene más a su familia y a nuestro país? ¿Mantener el tipo de cambio para controlar la inflación? ¿Aumentar el endeudamiento para reducir el déficit? ¿Devaluar la moneda para crear empleo?

Sin duda, la jerga económica que predomina cuando se tocan estos temas, puede ser intimidante para las personas de a pie, pero, lamentablemente, las decisiones políticas que se toman al respecto afectan nuestras realidades y las de nuestros hijos.

Con el propósito de develar los conceptos de fondo para entender cómo éstos afectan nuestro bienestar, partamos por establecer definiciones básicas. Para ello, recurrimos a analogías con el mundo real que nos permitan establecer las diferencias y las relaciones entre los conceptos que nos interesan. Partamos por “déficit” (o “superávit”) y “deuda” (o “ahorro”): ¿son lo mismo?

No. Para entender la diferencia, imaginamos a la economía como el curso de un río que, en algún punto de su recorrido, alimenta un lago con una represa. En esta analogía, el déficit (o superávit) es la diferencia entre los caudales de agua que salen por la represa respecto al caudal que entra al lago: si sale más que lo que entra, habrá un déficit de agua respecto a la necesaria para mantener el nivel del lago; si entra más de lo que sale, hay un exceso (superávit) de agua que necesariamente aumentará el nivel del lago.

Entonces, un déficit (o superávit) es la diferencia entre el flujo de ingresos y el flujo de gastos, que por sí mismo no es ni deuda ni ahorro: la deuda (o el ahorro) es el cambio en la cantidad (el acervo) de agua que hay en el lago respecto al nivel “normal” (un nivel que se fija arbitrariamente) durante una “gestión”. Si por alguna causa (una sequía inusual), el lago se vacía y debemos comprar desde otra cuenca agua para riego, el agua recibida es una deuda que se debe pagar comprometiendo el uso futuro de los recursos del río, el lago y la represa.

Cuando los flujos de ingreso y de salida de agua se regulan para que sean iguales, el déficit desaparece, pero la deuda (con quienes nos dieron el agua de riego) se mantiene. Para regar y, además, pagar la deuda, el flujo de agua que ingresa al lago debe aumentar al menos en la cantidad del pago acordado para no afectar el caudal necesario para la agricultura; de no ser así, debería bajar el riego para la producción, que implica empobrecernos para pagar la deuda.

En esta nueva realidad, estaremos obligados a utilizar mejor el agua y buscar formas de “gastarla más productivamente” para aumentar el caudal que ingrese al lago (por ejemplo, reforestar a fin de recuperar los ciclos de lluvia).

Volviendo a la realidad, la analogía nos permite inferir tres conclusiones importantes:

1.  El déficit se elimina ajustando ingresos y gastos; mientras más productivo sea el gasto –es decir, mientras más ingresos nuevos ayude a generar, el gasto deficitario lejos de ser un problema, es una forma de acelerar el crecimiento de la economía.

2.  El gasto más productivo es el que permite generar nuevos empleos e ingresos (aspecto que justificaremos en otra nota).

3.  El déficit fiscal no es deuda: son asientos contables en las cuentas del TGN en el Banco Central; a diferencia de los hogares y las empresas que, antes de gastar deben tener ingresos, el Estado, como emisor de la moneda, primero gasta para que el sector privado tenga dinero y pague impuestos que son “el ingreso” del gobierno.

Este tercer punto es central para entender cómo reactivar la economía, por lo que en notas posteriores profundizaremos su análisis para identificar los ámbitos de aplicación, sus limitaciones reales, y las diferencias que implica gastar en moneda nacional o en divisas (indispensables para importar tractores, por ejemplo). Estos vínculos introducen al debate temas como la devaluación y la inflación.

El pensamiento económico ortodoxo plantea que, al igual que los hogares y empresas, el Estado tiene que prestarse para financiar el déficit a fin de que “el nivel del lago no varíe”. Esta es una restricción artificial. Por ejemplo, si el Estado emite bonos para “financiar” un proyecto, lo que hace es simplemente “recoger dinero circulante” que antes había gastado (emitido) sin costo alguno; pero al cambiarlo por bonos, ahora tiene que pagar intereses a los inversionistas privados que los compran. Es un buen negocio para el inversionista, pero ¿lo es para la economía nacional?

La teoría monetaria moderna sostiene que un gobierno que emite moneda soberana en un marco de tipo de cambio flexible, en principio no tiene restricciones de tipo financiero para comprar (gastar) en esa moneda todo lo que su aparato productivo produce.Este planteamiento refleja un nuevo paradigma de desarrollo que postula una economía de pleno empleo.

Enrique Velazco Reckling dirige el proyecto “Diálogo Social y Laboral de INASET”



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