Toda la política nacional ha sido subsumida
por las disputas internas del MAS. Lo que el ciudadano percibe es la profunda
crisis histórica que sacude partidos, liderazgos, doctrinas e instituciones y
sabe que en el fondo de lo que se trata es que la historia que empezó en 1952
ha llegado a su fin y que atravesamos un tormentoso momento de transición en
que se juega el futuro inmediato de la nación, pero, además, en su irrupción
(2019) arrastró toda la estructura política nacional, incluidos partidos,
liderazgos e ideologías, entre ellas, la del MAS.
Se trata pues de que ahora solo tenemos partidos conservadores, ideologías rebasadas por la historia y lideres enchapados a la antigua. De entre todos, el más conservador resultó el MAS aferrado a una historia centenaria de la que no ha podido desprenderse. Su crisis es la expresión de la crisis del Estado nacional.
En este escenario las disputas en torno a la próxima candidatura oficial del MAS y la disponibilidad de la sigla reconocida por el TSE ha terminado dividiendo las filas internas del partido de gobierno en torno a dos figuras, pero no en torno a dos concepciones de lo que debiera ser el Estado y la sociedad boliviana. Ni Evo Morales ni Arce Catacora le presentan al país un proyecto de Estado y sociedad que no sea una burda prolongación del Estado del 52, una extensión innecesaria de los errores del MAS, de su corrupción masificada y de su racismo indisimulable.
Desde esta perspectiva, ni Evo Morales ni Arce Catacora tiene nada nuevo que ofrecernos. Se mueven en el círculo de espejismos que les hicieron creer que Bolivia era Suiza y que ellos eran los nuevos adalides de una historia inédita que terminó, como todas las historias imaginarias, con uno huyendo al exterior y el otro enclaustrado en una embajada. Que volvieran al poder es más el fruto de una oposición miope, apátrida e ineficiente que producto de supuestos logros o méritos cosechados en 14 años de gobierno.
Lo cierto es que en la actual sociedad civil los discursos indigenistas, las apelaciones de raza, la grandilocuencia del caudillo o ese rosario de apelaciones al dolor de los más pobres tan propia del MAS y los populismos de nuevo cuño, ya no rinden políticamente, no solo porque hasta no hace mucho todo eso se asociaba a las clases sociales hoy en histórica retirada, (burguesía, proletariado etc.) sino porque la ciencia, la tecnología y la inteligencia artificial han sustituido las ideologías políticas y su debacle se llevó por delante los partidos políticos que eran, durante siglos, su reservorio inmaculado.
Ni el MAS de Evo ni el de Arce pueden competir con la historia porque ya no les pertenece, ahora está en poder de los ciudadanos, de las identidades, de las verdaderas minorías que fueron capaces de sacudir el planeta con la “Primavera Árabe” o con el 21F. Hoy los nuevos protagonistas de la historia ya no encuadran en el perfil de los grandes lideres, carismáticos, buenos oradores, ideólogos por osmosis más que por preparación, hoy los liderazgos nacen en la cotidianidad, en la vida de los ciudadanos de a pie, por eso es por lo que en su momento las plataformas y los grupos de barrio fueron muchísimo más eficientes y poderosos que los partidos, incluido el MAS que para entonces controlaba todas las riendas del Poder.
Muchos protagonistas del momento se preguntan que es lo que realmente pasa, por que nada de lo que sucede en el campo político tiene los efectos esperados y se tiene la sensación de que toda gira en torno a su propio epicentro sin avanzar un centímetro. Para empezar, no es tan así, la oposición tiene un gran mérito pues batalla en campos minados por el MAS, pero en última instancia también es presa de los espejismos del pasado. Mientras necesitamos una oposición para el siglo XXI toda la política nacional se mueve aún en el siglo XX.
Me reprochan esta tozuda teoría sobre el fin del Estado del 52, esta apelación incesante a la renovación histórica, a la búsqueda de una solución de continuidad, a la urgencia de construir los liderazgos del siglo XXI, y parte de los reproches me exigen una respuesta a las cruciales demandas que la sociedad boliviana genera día a día, pues bien, debo confesar que ni David Copperfield tendría la mágica habilidad de saber que nos depara el destino inmediato, de lo que estoy seguro, es que al final del día los ciudadanos encontrarán los derroteros que le permitan construir la democracia ciudadana más allá de todos los avatares de un país tan complejo y dinámico como el nuestro.