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H Parlante | 09/04/2020

Cuatro generales en abril

Rafael Archondo Q.
Rafael Archondo Q.

El confinamiento global de estas semanas, o quizás meses, nos retrae a muchos en el rincón de lo íntimo. Justificada la atmósfera impuesta por el virus, me permito contar una historia extraída de la cantera familiar, aunque afortunadamente trenzada con el devenir de la patria, lo que la cubre con un barniz de presunta relevancia. 

Hace casi 68 años, el 8 de abril de 1952, el general Antonio Seleme Vargas, ministro del interior de Bolivia, se ve obligado a adelantar sus planes secretos. En reunión solemne de gabinete, el presidente Hugo Ballivián acaba de pedirle su carta de renuncia. Dentro de la junta militar instalada inconstitucionalmente once meses atrás, se había terminado imponiendo la funesta ilusión de que la dictadura podía prolongarse y que Ballivián requería de aliados que consintieran su ambición. Seleme y el jefe del Estado Mayor, Humberto Torres Ortiz, eran, se dice, las figuras disidentes. Aquel pedido de renuncia era el primer paso para deshacerse de ellos.

Seleme ingresó al gabinete el 16 de mayo de 1951. El gobierno al que pertenecía era obra del desconocimiento de la voluntad popular. El MNR, con el binomio Paz-Siles, había ganado las elecciones recientes. Asustados por el retorno de los nacionalistas, los militares optaron por quedarse con el bastón de mando que decidió transferirles el rudo presidente Urriolagoitia. No entregar la banda presidencial al ganador de los comicios fue el pecado capital del Ejército en esos momentos. Como se sabe, nuestro pueblo no perdona a los que se burlan del veredicto de las urnas (para más dudas remitirse a 1978 o a 2019).

Seleme escribió un libro sobre su actuación en los sucesos abril de 1952. En sus páginas relata que aquel día 8 dejó el Palacio convencido de que al día siguiente iba a ceñirse la banda presidencial con la promesa (o quizás no) de convocar a nuevas elecciones. Ordena primero el acuartelamiento de la Policía. Luego se reúne con el citado Torres Ortiz, y los generales José Quiroga López y Alberto Crespo. “Nos reunimos los cuatro altos jefes, que habíamos sido compañeros de curso en el Colegio Militar, cuatro generales que efectivamente (...) coincidíamos en nuestras ideas y en nuestros deseos”, escribió Seleme 17 años más tarde rememorando el complot.  La reunión concluyó a las 11 de la noche. Quiroga era mi abuelo. Él y Seleme se hicieron hermanos durante la guerra, activando morteros y curando sus quemaduras.

Luego Seleme cabildea con Oscar Únzaga, el jefe de la Falange. Éste le promete que tendrá a su disposición hombres armados a primera hora del día siguiente. Cuando el reloj marca las cero horas, el general asiste a una reunión de la dirección nacional del MNR, a la cabeza de Hernán Siles Zuazo. El respaldo al plan es absoluto y alborozado. Seleme dispone que el coronel Edmundo Nogales acompañe a Siles a la casa de Únzaga para ultimar los detalles del complot.

Falangistas y movimientistas, esos inminentes enemigos entre aquel año y 1971, están acordando la toma conjunta del poder. Al final de la cumbre de los dos jefes civiles, Únzaga pregunta cuántos ministerios le corresponden en el gabinete de Seleme. Siles le responde que a lo sumo “dos o tres”. Entonces el jefe de FSB advierte que la participación falangista queda en “veremos”. Es la primera deserción, y no la peor de todas. Sintiéndose “ninguneado” por el MNR, Únzaga envía un emisario a conversar con Torres Ortiz. Le hace saber que FSB se acaba de bajar de la conjura. Un desertor jalaba al otro. El complot se había partido aceleradamente en dos. Torres Ortiz y la Falange, de un lado, el MNR, la Policía y Seleme, del otro. A estos últimos les correspondería la victoria, dos sangrientos días más tarde.

El 10 de abril, Seleme, que no sabe de los triunfos armados del MNR en Oruro o Villa Victoria, le escribe una carta a Siles en la que renuncia a la jefatura del alzamiento. Tras aceptar su retirada, Siles le escribe seis días después que su actitud patriótica “ha hecho posible el triunfo del pueblo sobre la oligarquía”. La carta lleva el membrete de la Presidencia de la República. De todos los conspiradores del 8, solo Siles prevalece.

Aquella noche de abril, mi abuelo regresa a casa. Le cuenta a su pequeña familia que acababa de romper con Seleme porque se ha rehusado a secundar el golpe. El desenlace revolucionario del complot aniquiló la prestancia del general Quiroga, quien pasaría el resto de su vida maldiciendo la traición de su amigo y la desintegración del Ejército del Chaco. Una persistente tormenta se abatiría sobre las cabezas de los presuntos generales de la Rosca, quienes vivían su segunda derrota tras la caída de Boquerón. Entre tanto, Seleme desaparecía de sus camaradas en Washington y Madrid, donde la Revolución Nacional lo escondió bajo un manto diplomático.

Rafael Archondo es periodista.



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