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Ojo en tinta | 18/03/2025

Cuando se te va la vida en una compra o en el pago de la luz

Javier Medrano
Javier Medrano

La billetera de los bolivianos se encogió. Se volvió diminuta. De Alasita. Y esto provocó que los hábitos de consumo de los bolivianos hayan cambiado de una manera drástica ante la nueva realidad económica de Bolivia.

Desde la búsqueda de descuentos, promociones o de volcarse de lleno a los mercados informales para cubrir –por lo menos hasta un 60%– la canasta familiar del mes. Pero, así y todo, las estrategias domésticas no alcanzan para optimizar el gasto. No funcionan y la frustración crece, la angustia se apodera de los padres y las familias caen en un hoyo negro de disputas, peleas y rabias encontradas ante la imposibilidad de resolver lo básico. No lo superfluo o la compra banal. ¡No! Estamos hablando de lo mínimo minimorum.

Las cuotas de colegio se atrasan. Las cuentas de la luz, el gas y el agua se acumulan y se arrastran hasta el posible corte haciendo de funámbulos de la economía. Y el servicio de internet define, directamente, si se compra más o menos pollo y arroz para las comidas familiares. ¡Internet! Y esto porque los niños deben estudiar, deben consultar, deben navegar y estar comunicados o intercomunicados con sus propios grupos de amigos. Aunque sea para provocar ocio. ¡Que es muy saludable! Ya no es ambos servicios o todos pagados puntualmente. O es uno o es otro.

Los niños empiezan a mirar su entorno con “vacíos de vida” al dejar de participar –como siempre lo hicieron en sus cortas y medianas edades–, en escuelas de fútbol, de actividades extraescolares, de ir a cumpleaños porque no hay para el regalo del amigo o simplemente porque el combustible adicional de gasto del vehículo familiar no es viable. Se debe priorizar otras rutas como ir al trabajo y, lógicamente, recoger a los niños del colegio. Nada más. Cada litro de gasolina evita estar sentado en la fila a kilómetros de una bomba de gasolina, con la brutal incertidumbre de saber si se podrá cargar o no combustible.

Y no estamos hablando de familias de ingresos altos. Que es apenas el 3%. Sino de más del 97% de las familias de clase media, media baja cuyo calvario se ha extendido de manera insostenible a más de cien purgas antes de llegar a la cruz para ser, finalmente, crucificados. No es ni debería ser un lujo que los niños tengan actividades recreativas fuera del colegio. Es fundamental para construir tejido social, confianza, productividad, felicidad y hasta, incluso, proyectos de vida como posibles jugadores profesionales de futbol. O de participar en campeonatos barriales, comunales o de clubes. Todas estas actividades, están en quiebra.

El consumo masivo en Bolivia se ha derrumbado. La pérdida de poder adquisitivo y el incremento sostenido de los gastos ineludibles obligó a los hogares a modificar sus hábitos de compra, priorizando la adquisición de productos esenciales y reduciendo el consumo de aquellos considerados prescindibles o de menor necesidad en el día a día.

Los consumidores implementan diversas estrategias para optimizar su presupuesto y mantener cierto nivel de abastecimiento en sus hogares, no hay nada mejor que una crisis para gatillar la creatividad. En tiempos de bonanza, somos perezosos y hasta dejamos de pensar. Pero en una economía de guerra, se agudizan todos los sentidos. Entre las tácticas más comunes se encuentran la planificación estructurada de las compras para evitar gastos innecesarios y la elección de presentaciones más económicas en términos de precio por unidad. Bajamos de categorías de marcas y optamos por las de hasta tercer nivel. Para estas ofertas de gama baja, el mercado en crisis es una oportunidad para mostrar que son una opción y no son, necesariamente, productos de baja calidad.

Hoy, cada compra es una decisión calculada: los consumidores priorizan listas, promociones y marcas confiables.

Además, entre varios estudios de mercado, los indicadores arrojan que más de un 87% de las familias intensificó el uso de promociones y descuentos con el objetivo de mejorar su capacidad de compra y hacer rendir mejor sus ingresos en un panorama desafiante.

El incremento en los costos de servicios básicos, educación y transporte, afecta de manera frontal al poder adquisitivo de las familias, llevándolos a adoptar un enfoque más racional y restrictivo en sus compras. Durante el primer trimestre del año –indican algunos estudios– ocho de cada 10 hogares adquirió menos productos por acto de compra y más de la mitad redujo sus visitas a los puntos de venta, dejando de adquirir ciertas categorías para enfocarse en lo esencial.

La ecuación es reducir al máximo la compra por impulso y maximizar al tope las compras planificadas y estratégicas. En este contexto de importante contracción del consumo masivo, las marcas deben ser aún más relevantes para el consumidor, ofreciendo beneficios reales y diferenciales que acompañen estas tendencias.

Son tiempos recios que obligan a repensar estilos de vida, a sacrificar calidad de vida y a asimilar –con mucha calma y serenidad, si se puede– que estamos en el fondo del pozo y solo la aceptación de la crisis, nos permitirá avanzar hacia algo un poco más positivo. Sin derrotismos ni rendiciones. Porque lo último que se puede perder, es la dignidad. 



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