No es necesario ser experto en leyes, constitucionalista o leguyesco para hablar o escribir sobre la justicia en el Estado Plurinacional de Bolivia. Hay que sentirla, vivirla, experimentarla, sufrirla, porque la justicia es un derecho humano, universalmente establecido en la Declaración de los Derechos Humanos, en la Constitución Política del Estado, en los códigos penales, etc.
Porque justicia tiene que ver con cada uno de nosotros, si con todos que vivimos en este hermoso país, pero que los administradores de justicia: magistrados, jueces, fiscales y sus otros operadores están convirtiendo a Bolivia en un Estado de miedo, de injusticias, de terrores, de sometimiento al poder de turno.
Pero cuando escuchamos la palabra justicia temblamos y nos invade el miedo de la cárcel. Algo así me pasó en una oportunidad, cuando con un grupo de vecinos, protestamos por el funcionamiento de un local nocturno que lo hacía hasta de madrugada y con volúmenes fuera de niveles establecidos. Los dueños del local se fueron a la Policía y nos acusaron de destrozos, incendios, violencia por nuestras protestas, las cuales fueron sin tirar un solo cohete. El fiscal ni corto ni perezoso aceptó la denuncia y cuando llegó la citación a mi domicilio, era como si el mundo se derrumbara y mi familia entró en pánico. Porque ya pensaba en cárcel. Con seguridad algo así les pasa a muchos ciudadanos.
Desde el año pasado la clase política está enfrascada en discusiones, falsos debates y posturas demagógicas sobre la enorme e imperiosa necesidad de reformar el sistema judicial, que en su mayoría han reconocido que la justicia está mal en Bolivia, llena de hechos de corrupción, de denuncias de prevaricatos, de servilismo al poder económico y político, y para reformar quieren llevar adelante las elecciones judiciales que elegirán por el voto popular a magistrados del Tribunal Constitucional, Tribunal Supremo de Justicia, Consejo de la Magistratura, Tribunal Agroambiental, cuyos responsables deberían tener la capacidad de lograr profundas reformas a todo el sistema judicial, sumido en una crisis profunda y cada vez más hedionda.
¿Qué es la justicia? Es fundamental rectitud y eso lo deben saber los fiscales y jueces que estando en sus tronos de juzgadores deben actuar en base a esos valores de la rectitud, es decir, obedecer solo a la justicia como derecho humano, sin aceptar sobornos, chantajes, presiones, o favores del poder político y económico.
“La idea de justicia se resuelve en la exigencia de que una decisión seas el resultado de la aplicación de una regla general. La justicia es la aplicación correcta de una norma, como cosa opuesta a la arbitrariedad”, señala Alf Ross en su libro Sobre el derecho y la justicia. Claro es sencillo, aplicar con rectitud y corrección un proceso judicial, sin torcer ni inventar pruebas o sembrar delitos donde no existen.
El caso del dirigente de los cocaleros de Los Yungas, César Apaza, nos viene a ilustrar de forma clara, categórica y sencilla de cómo se puede tergiversar los hechos, utilizar a fiscales y jueces para acusar a un hombre inocente de los delitos que se le acusaban. Nunca se le comprobó, pero el sistema lo mantuvo preso casi dos años y al final tuvo que admitir su culpa, bajo presión, para liberarlo y que se vaya a su casa, pero enfermo, debilitado y enojado.
Algo así sucedió, pero con muchos años anteriores, lo que narra el libro Matar a un ruiseñor de Harper Lee, donde el protagonista narra su infancia en Alabama, donde su padre, un notable abogado blanco decidió defender ante los tribunales a un hombre negro acusado de violar a una mujer blanca. Eran tiempos del Ku Ku Klan, poderoso que se daba el lujo de acusar y matar al que quisiera. La justicia obedecía a sus designios.
“No soy un idealista que crea firmemente en la integridad de nuestros tribunales ni del sistema de jurado; eso no es para mí una cosa ideal, es una realidad práctica. Caballeros, un tribunal no es mejor que cada uno de ustedes, los jurados que están sentados delante de mí. La rectitud de un tribunal llega únicamente hasta donde llega la rectitud de su jurado, y la rectitud de un jurado llega solo h asta donde llega la de los hombres que lo componen. Confío en que ustedes, caballeros, repasarán con objetividad de las declaraciones que han escuchado, tomarán una decisión y devolverán este hombre a su familia”, señala el abogado Atticus, abogando por la inocencia de su defendido.
Así le pasó a Apaza, fueron tantos los ruegos, campañas para salvarle la vida y darle libertad. El poder fue presionado y actúo para no seguir desparramando más vergüenza nacional e internacional.
El ideólogo del nazismo, Josep Goebbelsdecía: Cuando escucho la palabra cultura saco el revólver. Parafraseándolo diríamos: cuando escucho la palabra justicia, sacan la billetera y apuntan con ese revólver.
Hernán Cabrera es periodista