Tal como está el panorama político en
Bolivia, cobra vigencia la perturbadora posibilidad de que en 2025 el ciudadano
deba escoger como candidatos más fuertes entre Evo Morales y Luis Arce.
Es cierto que hay una sentencia judicial que incidentalmente dictamina que la reelección no es un derecho humano. Evo Morales estaría inhabilitado. Pero en Bolivia los mismos jueces que determinan A anulan luego su propio criterio señalando que lo correcto es B, y perfectamente pueden, después, señalar que lo adecuado y legitimo es, de nuevo, A.
Empero, nuestra aprehensión se cimienta menos en los lances de nuestro colonial sistema judicial que en la inopia de la oposición y en la dificultad en consolidar nuevas figuras y agrupaciones políticas. La actual oposición parlamentaria es funcional al partido de Gobierno. En septiembre de 2021 la jefa de bancada de CC renunció por la conmoción de sus declaraciones de apego al MAS y de simpatía hacia el entonces ministro de Justicia, Iván Lima. Exteriorizó su sentimiento cuando hay cosas que se silban y no se cantan.
Y ni qué decir de la oposición cruceña encabezada por Luis Fernando Camacho, ¡si hasta asesor peruano comparte con Evo Morales! La debacle de una parte de la oposición podría favorecer a la otra, alumbrando a UN el camino del resarcimiento electoral. Esta organización conservó personería jurídica y una médula militante. Sin embargo, UN no parece interpretar el aire de los tiempos que corren. El camino del éxito en coyunturas como las que vivimos está en distanciarse del modelo anterior y no en parodiarlo: el éxito de Milei en Argentina es claro como lección política.
Distanciado de la oposición institucionalizada hay un movimiento intenso, pero desperdigado y conflictivo: cuenta con meritorios cabecillas y apasionados componentes, aunque no dispone de herramientas institucionales, que son las que en definitiva determinarán quién participa y quién no en las contiendas electorales. El recurso viable sería la fusión de lo más prometedor de esta nueva oposición con lo más sano de la antigua.
En la posibilidad de una contienda Evo-Luis, indudablemente Evo es exponente del ascenso indígena. Pero ello no significa en sí ninguna ventaja y hasta podría ser impedimento, al reflejar la persistencia del esquema colonial y, por ello, la permanencia las taras coloniales que pueden ser utilizadas en favor de quien sea. Lejos de la vulgarización posmoderna, el indígena no vive en la campana de cristal de su identidad cultural; cultiva, más bien, la interacción con el adversario, aunque ello concluye generalmente en mayor sometimiento. De ahí las dos facetas de esa interacción: la conciliadora y la intolerante. En los años 90 Evo ocupó el lugar de la conciliación, Felipe Quispe, el de la intolerancia.
El ascenso de Evo fue fruto del apoyo institucional y monetario de ONG, del barniz ideológico de “intelectuales orgánicos” y de los contactos internacionales que el mundo progresista le puso a su disposición. Al no significar una verdadera ruptura, el resultado fue la constitución de una nueva casta de indígenas para quienes la política es solo maniobra y fábula y no real empoderamiento. El “gobierno indígena” fue la nueva denominación del poder criollo de siempre que, eso sí, tenía que soportar de vez en cuando los caprichos y desplantes públicos del jefazo.
Esto explica por qué hoy los mejores y más empecinados defensores de Evo son los criollos desplazados del poder, ansiosos de retomar esos privilegios, mientras que quienes respaldan su actual adversario –el presidente Luis Arce– son los indígenas de las organizaciones y movimientos sociales.
El panorama político actual no es el de un antagonismo de indios contra criollos, menos de indios contra indios, sino de criollos contra criollos, con un indio interpuesto como bandera simbólica... o como obstáculo a tumbar. Ser “jefe indio del Sur” fue para el Evo una fortaleza, aunque puramente simbólica, pues es al mismo tiempo era su talón de Aquiles al ser un recurso generado y utilizado sobre todo en los ambientes q’aras. No puede ser “jefe” quien cuyas bases se brindan en cualquier momento al que es su adversario.
En este ambiente hemos retornado a los paisajes políticos que creíamos superados: son nuevamente las clases medias y los q’aras quienes tienen la voz cantante, aunque en un horizonte de agotamiento y de ausencia de mística. Es un ambiente deprimente y desalentador. Sin embargo, es quizás ahora que en todo sentido pueda darse esto de la fusión de lo más prometedor de las fuerzas que emergen con lo más sano de las antiguas.