Con mucha frecuencia oímos decir que la crisis económica, social y política que vivimos va a terminar como en 1985, cuando gobernaba la Unidad Económica Popular (UDP), una coalición de izquierda comandada por Hernán Siles. Si este es el final ineludible, felizmente ya tenemos la solución: revivir el famoso plan de estabilización, el DS 21060, que paró la hiperinflación y que abrió las puertas para un cambio estructural: el modelo neoliberal.
Frente a la afirmación que esta sería una crisis como de mediados de los años 80, el Gobierno sale a desmentir la visión apocalíptica y aprovecha la oportunidad para posicionar en la opinión pública una idea que crisis es lo que pasó en el periodo de la UDP y, por lo tanto, comparada con la de esa época, la situación macroeconómica actual sería de bonanza.
Crisis eran las de antes; ahora esta coyuntura es una reunión de té de señoras revolucionarias debatiendo apasionadamente sobre los beneficios de las flores de lavanda en la aromaterapia. Pero veamos un poco de historia.
La crisis económica de la UDP se originó a finales de los años 70 después del auge del modelo estatista. Durante el periodo banzerista (1971-1977) la economía creció, en promedio, al 5,5% anual gracias al aumento significativo de los precios de los minerales y al ingreso de préstamos baratos que venían del reciclaje de los petrodólares.
La bonanza económica entre 2006 y 2015 se explica también por el aumento significativo de los precios del gas, los minerales y la soya. También ayudó al crecimiento económico el perdonazo de la deuda externa. Esta bajó del 64% del Producto Interno Bruto (PIB), en 2004, al 17% en 2007. En ese periodo, el PIB creció, en promedio, en 5% al año.
Una similitud, entre estos periodos, además de las señaladas, es que adoptaron modelos económicos con fuerte inversión pública. El masismo y el banzerismo son fuertemente estatistas.
Los gatilladores de la crisis: a finales de los años 70 Bolivia salía de una dictadura militar y enfrentaba una crisis de balanza de pagos. Fuerte caída de los precios de las exportaciones, en especial de los minerales (estaño) y colapso de la deuda externa. Súbitamente se secaron las fuentes de financiamiento internacional y comenzó la crisis.
En 2015, la economía boliviana perdió un 33% de sus ingresos de exportaciones. Al igual que en los 70, la economía sufrió un shock externo negativo originado en la caída de los precios de las materias primas.
Pero al contrario del periodo de la UDP, cuando no había recursos y no se tenía fuentes de financiamiento, los gobiernos de Morales, Áñez y Arce se endeudaron interna y externamente y utilizaron más de 13.000 millones de dólares de las reservas internacionales (RI) para sustentar el crecimiento.
En este ámbito de comparación, si bien en ambos periodos la crisis se origina en el sector externo de la economía, el sistema económico –entre los años 2015 y 2023– estaba mucho mejor preparado para afrontar los desajustes de la balanza comercial que a mediados de los 80. Se pudo diferir la crisis pero no evitarla.
El deterioro de las variables macroeconómicas en el primer quinquenio de los años 80 fue muy rápido. Frente a la caída del financiamiento externo, el deterioro de la balanza de pagos y el incremento del conflicto distributivo, el Gobierno de Siles se vio obligado a financiar sus gastos e inversiones con emisión inorgánica de dinero.
El resultado fue una recesión de -4,5% en el periodo 1980-1985. En 1981, la inflación llegó a 23,5% para después explotar, en 1985, hasta llegar a un 8.170%. Bolivia registraba una hiperinflación.
Entre 1980 y 1984, las reservas internacionales del Banco Central fueron negativas: -327 millones de dólares en el peor año, 1982. En el auge de la crisis, el déficit público superó el 25% del producto. La moneda nacional se devaluó brutalmente, un dólar llegó a costar millones de pesos bolivianos.
El año 2014, punto de inflexión de la crisis actual, el deterioro de los indicadores macroeconómicos fue diferente y mucho más pausado que en los años 80. El PIB se desaceleró lentamente. En 2013 se alcanzó la mayor tasa de crecimiento: 6,8%. Pero en 2014 se llegó a 5,4% y a 4,8% en 2015. Y entre 2016 y 2018, el PIB sólo aumentó en 4,2% al año. En 2019 continuó la caída, 2,2% y en 2020, con la pandemia y la cuarentena, llegó la recesión: -9%. Después, el años 2021, el PIB rebotó en 6%, pero después volvió a desacelerarse 3,5% y 2% en 2022 y 2023.
La inflación ha estado bajo control debido a los subsidios a los hidrocarburos y alimentos, registrando tasas muy bajas durante este periodo. Represamos la inflación, pero ahora no hay los recursos financieros para seguir manteniendo los diques de contención. Los precios comenzaran a dispararse.
En 2015, las RI eran superiores a los 15.000 millones de dólares, después cayeron a 1.700 en 2023. Estas fueron utilizadas para sustentar la demanda interna, gastos e inversiones públicas.
Asimismo, la deuda total (externa, interna y de empresas estatales) subió mucho y alcanzó el 80% del PIB, en 2023.
El déficit público entre 2014 y 2023 fue muy alto, en promedio de un 7,7% del producto, y ahora no se lo puede financiar. El comportamiento del tipo de cambio fue diametralmente opuesto al del periodo de la UDP, se mantuvo fijo, pero a costas de perder muchas RI, y ahora que hay un serio problema de liquidez de dólares y se han creado mercados paralelos.
A mediados de los 80, el Estado estaba quebrado, ahora tiene serios problemas de financiamiento, sobre todo porque se ha reducido su principal fuente de ingresos que provenían de la renta hidrocarburífera. Va camino también a una quiebra. La renta gasífera cayo en 3.200 millones de dólares.
En el ámbito político hay algunas similitudes con los años 80. Vemos un agotamiento discursivo del actual Gobierno, un desmoronamiento ideológico, una feroz disputa dentro del movimiento político y también, como la época de la UPD, se nota que las corporaciones sociales y sindicales se aferran al poder ya que todavía le puede sacar recursos al Estado, pero en la medida que estos son más escasos y que la disputa del poder se hace más intensa, la crisis de gobernabilidad se profundiza.
En suma, hay semejanzas y grandes diferencias entre los dos periodos, lo que no significa que ambas crisis no sean profundas, complejas e irreversibles. Ambas reflejan diferentes tipos de agotamiento del modelo primario exportador extractivista, rentista y estatista. No hay la menor duda que se necesita un cambio profundo en el modelo económico y político, pero las medidas del DS 21060 estaban diseñado para otro tipo de enfermedad económica.
Ahora el desafío puede ser algo más complejo. Se necesita tanto una ingeniería política de pacto compleja, como una construcción colectiva de apoyo difícil que permita implementar medidas de estabilización de corto plazo pero que, simultáneamente, pavimenten cambios estructurales en la dirección de un nuevo modelo económico y político que apueste a la libertad, democracia y un desarrollo inteligente (el desafío del capital humano) y sustentable (el reto del cuidado medio ambiente).
Pero también seguramente hay cosas que hacer, como en el año 1985, una de ellas el ajuste fiscal, pero no solamente cortando gastos y cerrando empresas públicas sino realizando una reforma tributaria que haga que los nuevos ricos, creados por el rentismo populista, paguen impuestos, como es el caso de los cocaleros, cooperativistas, en especial del oro, y grandes gremiales.