Las próximas elecciones significan para un enorme porcentaje de los bolivianos, posiblemente más del 50%, eventualmente mucho más, la posibilidad de acabar finalmente con casi 20 años de gobierno masista (el año de gobierno de la señora Añez no cuenta).
Por lo menos los primeros 10 años del gobierno masista fueron de verdadera bonanza. Y si bien hay una cierta lógica en el triunfo electoral primigenio de Morales, lo cierto es que sus éxitos electorales posteriores no fueron solo el resultado de esa bonanza, sino de todo el aparato del Estado colocado al servicio de la reelección del presidente.
Es historia conocida que la hegemonía del MAS sufrió un grave revés en el referéndum que pretendía habilitar no solo el cuarto mandato de Morales, sino viabilizar una dinámica que lo hubiera eternizado en el poder.
Lo que fue en un momento una lucha por reivindicaciones sociales, se convirtió en una encarnizada guerra por conservar el poder y la primera víctima fue la democracia misma. La Constitución fue violada el momento en que se aceptó la postulación del entonces presidente a ese cuarto mandato.
Es muy posible que haya gente que rechace al MAS por razones espurias, ideas racistas por ejemplo, pero me parece que en general se critica al régimen por su política económica, que simplemente no podía tener futuro, y por el atropellamiento al Estado de derecho, que se ilustra inconfundiblemente con el desafortunado dicho de Morales de que “él le mete nomás”.
De hecho, el abuso de poder al que ha sido sometido nuestro país se funda principalmente en ese control del poder judicial que fue implementado a través de unas pseudoelecciones para nombrar jueces. Uno de los mayores problemas que tiene el país es la corrupción de distinta índole en el poder judicial, corrupción que además permite irregularidades en casi todos los espacios de la vida pública.
Sacar al MAS del poder es un imperativo para recuperar una democracia plena, vale decir un Estado de derecho, y paradójicamente para que eso suceda, se tiene que recurrir a las urnas en las que el año 2020 el MAS recuperó el poder a pesar de la crisis de 2019 y del fraude que se mandó.
La gente vota emotivamente, aquí y en el mundo desarrollado también, y en ese sentido hubiera sido difícil cambiar las tendencias. Evo sigue siendo amado por muchos bolivianos a pesar de sus debilidades sexuales que lo convierten en un delincuente, y a pesar de ser su gobierno el causante de la terrible situación en la que nos encontramos hoy. Morales y Arce manejaron la bonanza de este país como si no hubiera un mañana y su prioridad fue no un mejoramiento sustancial en la vida de los ciudadanos, sino el asegurarse un electorado, vale decir una clientela electoral, entre agradecida y encandilada.
Esta última semana, la falta de combustible está haciendo que toda la ciudadanía sienta y viva en carne propia la ineficiencia de sus gobernantes. Esa ineficiencia no es cosa nueva, vale recordar que hace algunos años una parte de la sede de gobierno se quedó sin agua, también por falta de previsión (curiosamente la falta de agua es menos paralizante que la de combustible).
Las largas filas para acceder a gasolina y diésel, la devaluación de facto del boliviano en un 80% hasta ahora, el encarecimiento, en relación al valor del dólar oficial, de buena parte de productos de primera necesidad, las dificultades que ahora existen para interactuar con el exterior son pésimas noticias, pero también la forma más didáctica de hacer entender al electorado los peligros de un voto equivocado.
Así, estimado lector, estas semanas de desazón deben ser vistas con cierta esperanza: vivimos el principio del fin de un período que pudo ser auspicioso, pero que terminó llevando al país a la ruina.