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Guata regua (caminante) | 06/04/2024

Credibilidad de la prensa vs hiperinflación de información

Hernán Cabrera
Hernán Cabrera

Uno de los riesgos a los que estamos expuestos de forma intensa y atractiva, es la explosión y la multiplicación de la información. A criterio del periodista y escritor Ignacio Ramonet, debido a su sobreabundancia se encuentra literalmente contaminada “envenenada por todo tipo de mentiras, por los rumores, las deformaciones, las distorsiones, las manipulaciones”.  Precisamente, el sistema democrático nos permite que accedamos a toda clase de información, ya que uno de los soportes de esta democracia es la vigencia de la libertad de expresión y de prensa.

El filósofo griego decía que “el mundo está construido por la combinación de cuatro elementos: aire, tierra, fuego, agua”. Y podríamos agregarle para estos tiempos intensos y fugaces, que la información que se tornó abundante, variada, instantánea se puede constituir en el quinto elemento del mundo globalizado e hipercomunicado.

El exceso de información y la globalización nos hace participar de forma instantánea de un atentado terrorista, un desastre natural, un escándalo sexual, de la violencia racial y otros hechos. Ahora un habitante de un pueblo perdido de la China se entera en segundos de la explosión de un coche bomba en Bogotá o de la revuelta social en las ciudades bolivianas, o un ciudadano boliviano se desespera cuando ve y escucha a cada minuto las consecuencias de alguna catástrofe natural, como incendios forestales, huracanes o erupciones de volcanes. Aún mucho más, si esos desastres se producen en alguna ciudad de Estados Unidos o Europa, donde tiene algún familiar cercano. Avasallamientos, tomas de instituciones, heridos en marchas, posesiones de autoridades, asesinatos, violaciones, discursos encendidos, huelgas de hambre en diferentes sectores, inauguraciones de obras, de caminos, drogadictos, barrios inundados, peleas callejeras, fiestas carnavaleras, líos de faldas, hechos de corrupción, desabastecimiento de carburantes, elevación de los precios de la canasta familiar, loteamientos, funcionamiento de las fábricas, siembra y cosecha de la soya, polémicas entre las autoridades nacionales y departamentales, grandes manifestaciones, cabildos, inundaciones, sequías, enfermedades, plagas, elecciones nacionales, municipales, referéndums, y la lista puede continuar con todo aquello que cada día los medios de comunicación nos ponen en el menú de la oferta noticiosa. Ahí estamos todos nosotros, involucrados, tanto como víctimas, verdugos, como parientes o como objetos de las informaciones. De esto no podemos quejarnos. ¿Este bombardeo informativo alimenta mi espíritu, lo fortalece o lo destruye?.

Estamos atravesados e inundados por la acción de los medios de comunicación y de las redes sociales. La información se amplió, se democratizó, se amplificó y diversificó. Casi nada pasa desapercibido si no fuera por la gran cantidad de canales de televisión, radioemisoras, periódicos, revistas, semanarios, que también circulan por el espacio, pues desde la red virtual y el acoso permanente de las redes sociales nuestras vidas son intercomunicadas e informadas, con un menú impresionante de hechos, personajes, frases, noticias, cadenas de oraciones, citas de parejas, pedidos de ayuda, etc., siendo más de la mitad de esos contenidos falsos o manipulados.

Esta es una explosión que no tiene ninguna comparación con otras revoluciones que se han dado siglos atrás, como cuando se inventó la imprenta, la revolución industrial y otras, sino que ahora la comunicación y la tecnología que la abarca y la hace mover es de magnitudes insospechadas. Todo esto ya está generando cambios profundos en todos los campos, desde la vida personal, desde lo individual hasta lo social, la vida comunitaria, el desarrollo de las empresas, las relaciones entre los gobiernos y los países. La globalización nos está dejando casi desnudos en medio de tantas necesidades y oportunidades. Pero también con muchos, pero muchos, deseos de ser igual que los otros o tener más que los otros.

Contradictoriamente, la información está alienando más a las personas, desarraigándolas del mundo. Así lo explica un informe mundial de las comunicaciones de la Organización de las Naciones Unidas:

“Estar solía significar estar en algún lugar, estar situado, en el aquí y el ahora, pero la ‛situación’ de la esencia del ser se ve minada por la instantaneidad, la inmediatez y la ubicuidad, características de nuestra época. Nuestros contemporáneos terminarán por necesitar dos relojes: uno para medir el tiempo y otro para determinar el lugar en el que se encuentran. Este reloj dual será necesario, precisamente, a causa del proceso de duplicación de la realidad al que asistimos. La realidad se está convirtiendo en una estéreo-realidad…Ya no leemos, apenas escribimos y, quizás, tal vez dejemos de hablar”.

Definitivamente en todo este desbarajuste, caos informativo, la fuerza de las redes sociales, el periodismo juega un rol fundamental y debe hacerlo contra viento y mareas, porque preserva un tesoro incalculable y que no pueden rifarlo ni alquilarlo: la credibilidad, lo que no tienen las redes sociales y toda esa información contaminada que día a día llega a los celulares.

Y la batalla por la credibilidad se da todos los días.



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