Una sentencia constitucional que inhabilita a un reiterado postulante a la presidencia. Un reiterado postulante que siente e imagina el poder del Estado con sentido propietario. Unas instituciones estatales serviciales y dóciles al daño y la instrumentalización, por lo tanto, un Tribunal Constitucional de conductas pactadas, un Tribunal Electoral asediado, hombres de Estado denominados de izquierda, pero con pragmatismo derechizado. Un proceso político que cierra su ciclo desprovisto de la sabiduría de reexaminarse.
El mayor momento histórico de lo nacional popular devenido en una extensa corporatividad social popular, electoralmente invencible, hegemónica, movilizada y soberana territorialmente. Ahora en crisis, ahora devastada y ahora cerca de su fin. Doloroso, miserable y cicatero final.
“Esta es una nación que nunca ha dejado de vivir peligrosamente y, en este sentido, hay una suerte de pedagogía popular espontánea que, con perspicacia, con exactitud y sabiduría, va preparando en sus hombres una psicología congruente con los hechos que deberán afrontar. Es la historia del país la que hace que, cuando los bolivianos piensan en su patria, piensen en una batalla… Bolivia, en efecto, es un conflicto y no se puede resolver sino en los términos de un conflicto y la catástrofe, de alguna manera, es la forma del carácter de la nación”.
Esta construcción de pensamiento zavaletiano grafica con penoso realismo, atravesando el tiempo, pues fue dicha en los años 70 del pasado siglo, el mal momento que transitan los procesos político nacionales, tanto en el bloque social popular, que va cerrando su ciclo de forma decadente, como en el espacio conservador de las derechas bolivianas, que no reconstruyen posibilidades democráticas y buscan rearmarse con los desechos y activos de las viejas lógicas, con protagonistas ya carcomidos de lo que fue un modelo desechado en el año 2003.
Expresa el mayor de los absurdos que el proyecto popular, ese que configuró el Estado Plurinacional, esté hoy concentrando sus esfuerzos en autoinfligirse un daño vital irreversible antes que atender la pervivencia de un proceso que exige, en la segunda generación del cambio, construir el perfeccionamiento de la democracia intercultural, institucionalidades complementarias y nuevas resignificaciones de la inclusión económica, social, regional y cultural.
La historia, esa que precisa ser leída y releída, una y otra vez también, sin excusas ni equívocos, nos enfrenta a una constatación amarga: pareciese ser que, en ciertas épocas, los desafíos son de tamaña exigencia que algunos hombres no tienen el espesor que la historia les reclama. Sin reparar en ello, la sucesión de hechos irrefrenables se harán presentes sin haber sido llamados, pues como hace años atrás algún pensador ya advirtió, tienen autonomía de movimiento. “Solo la pobreza de corazones dudosos puede pensar, en semejantes circunstancias, en otra cosa que, en nosotros mismos, como nación” escribía Zavaleta como advirtiendo imaginariamente sobre el proceso popular que viviría Bolivia en el año 2024.
“Los hombres se equivocan, pero las clases jamás” es una cita a la que acude Zavaleta y que hoy está presente en sus Obras Completas, sobre tal afirmación reflexiona diciendo, “sencillamente esto no es cierto, y no puede conducir a un determinismo sinceramente inane, pero es, en cambio, verdad que el hecho histórico parecería suceder al principio en los personajes y solo después en las clases”.
Los hombres que se equivocan hoy, encerrados en un despojo inadmisible y ahistórico del movimiento y la estructura de la corporatividad social y popular, dan en cada recorrido de prematuro proselitismo una zarpada que deshilacha las posibilidades de pervivencia del bloque popular y el Estado Plurinacional. Se hostigan y buscan eliminarse, mientras, blandiendo palabras como unidad y democracia, ocultan sus intenciones de hegemonismos personales. Ni las internas o primarias buscan fines sensatos e institucionalistas como tampoco el referéndum es una consulta en preocupación garantizada de conocer la opinión del pueblo boliviano. Solo estrategias y confecciones políticas pensadas en cuatro paredes para imponerse con ventaja momentánea y despreciable (léase la instrumentalización de las instituciones y los Órganos de Poder) y el ánimo indisimulado de querer monopolizar un poder estatal que hoy ya no beneficia, ni siquiera, a las mayorías incluidas en el tiempo pasado.
Las revoluciones y los procesos de cambio y transformación siempre son incompletos. Desde la superficialidad de la opinión cotidiana, es posible comprender la existencia de voces que asumen las limitaciones de la construcción de procesos societales con oportunismos que marcadamente evidencian su intencionalidad política y de coyunturalidad. El Estado Plurinacional, incompleto aún, necesitado de reconducción hacia su mayor perfeccionamiento, era necesario para comprender su fuerza transformadora y señalarnos el camino siguiente. No existen formas diferentes de conocer el campo de problemas a recorrer, ni tampoco las resistencias de un conservadurismo siempre presente, y menos aún, las conductas personalistas de proto caudillos que deforman procesos al encadenarlos a sus individualismos más secantes.
La izquierda boliviana, subsumida en los nuevos espacios elitarios construidos en el último tiempo, habla desde el vértice mayor de su posición de privilegio, con el viejo manual del revolucionario político, intentando enmascarar lo que Pablo Stefanoni titula: ¿La rebeldía se volvió de derecha? para eximirse así de comprender en conciencia, que saber de política únicamente es insuficiente, que hablar de ideología sigue siendo una acción incompleta sino entendemos y conocemos la sociedad sobre la que se hace política y se piensa ideología.
Ya lo recomendó hace siglos el poeta romano Marco Valerio Marcial a un amigo suyo: “Renuncia a esas frívolas fábulas y lee los libros de historia”. Es algo como sugerir en los tiempos actuales que, antes de tanto injurio cotidiano y aprensiones umbrosas, transiten este momento de preocupante criticidad, revisando la historia nuestra.
Jorge Richter Ramírez es politólogo.