El vicepresidente del Estado Plurinacional en una arenga
frente a jóvenes comunarios sostuvo que “para avanzar” no era necesario cursar
estudios universitarios, “es más –dijo– ahí nos hemos dejado educar”
desmotivando cualquier intensión de formación académica en los jóvenes. Las
palabras del vicepresidente resultan desconcertantes en un momento en que, el
mecanismo más expedito de ascenso social, en nuestro país y en todo el planeta
es sin la menor duda la profesionalización y el desarrollo de capacidades
técnicas y científicas, y que el nivel alcanzado por el desarrollo de la
humanidad le ha hecho merecedora de la calificación de “sociedad del
conocimiento”
En un mundo que alcanzó un nivel de conocimiento científico capaz de fotografiar una estrella a más de 13.000 millones de años luz (una distancia imposible de imaginar) o de fabricar un dispositivo gigantesco como el acelerador de partículas para conocer cómo se formaron el tiempo y el espacio, o que ha logrado establecer las leyes que rigen la vida y la muerte a través del genoma humano, o que fue capaz de construir humanoides capaces de mantener una conversación con un humano, o robots industriales que no cometen errores ahorrando cientos de horas de trabajo.
En un mundo que se plantea la reducción de las horas de trabajo facilitando tecnológicamente la calidad y convivencia humana, aseverar que resulta “inconveniente” asistir al único lugar donde el conocimiento es capaz de producir las maravillas que podemos ver hoy en día, (los centros de formación profesional) solo puede explicarse como un estado de enajenación total.
¿Qué puede generar semejante posición? Lo primero que se le ocurre a cualquier ciudadano con dos dedos de frente y un televisor a disposición, es que Choquehuanca no tiene la menor idea del mundo en el que vivimos, probablemente porque los filones de orden racial que lo caracterizan sean más poderosos que la realidad tecnológica que lo rodea.
Es posible que las concepciones míticas hayan sustituido en él la cultura científica (propia del siglo XXI) por la mitología andina, o que su negativa a reconocer que hoy es imposible sobrevivir (como sociedad o como individuo) al margen de la tecnología y la ciencia. También es posible que tan sui generis pensamiento sea el producto de una negación afincada en el desprecio por la modernidad, desprecio que caracterizó (al menos en sus inicios) todas las reivindicaciones indígenas, o que semejante argumento no es más que la proyección psicológica de definidos niveles de frustración personal que se expresan como una negación justificatoria de todo lo que no pudo ser.
En todo caso, fuera por la razón que fuera, el vicepresidente es la segunda persona del país, de un país que más allá de sus diferencias raciales y culturales, comprende perfectamente que las posibilidades de desarrollo propias del siglo que vivimos están cifradas en la ciencia y la tecnología, y que, además, el porvenir de cada joven depende de cuan preparado está para afrontar un destino pautado, en el todo y en sus partes, por la tecnología y el conocimiento científico, atributos de la modernidad tardía fuertemente afincados a millones de kilómetros lejos de las reminiscencias míticas.