Austero y casi artesanal, el lanzamiento de Mesa por el vertiginoso tobogán electoral contrastó con la parafernalia que rodea siempre al morador transitorio de la “Casa del Pueblo” y acaso por ello ese sencillo acto mediático, retransmitido en redes, hizo clic con muchos.
A partir de entonces Mesa tuvo esporádicas apariciones, la mayoría a través del mismo medio y no siempre sus pronunciamientos estuvieron a tono con los temas de mayor urgencia o, si lo estuvieron, fue de manera tardía.
El candidato, paradójicamente, no es un político, y eso se nota en muchos detalles. Algún clásico diría que no es un hombre de masas, sino de redes, y que la construcción de su candidatura adolece del calor que viene del contacto directo con la gente.
Quienes piensan que la cercanía no tiene valor y no incide sobre la popularidad y, en última instancia, sobre el voto, se equivocan peligrosamente.
Ejemplos sobran de candidaturas y presidencias relativamente recientes. Mauricio Macri sacó mucho provecho de las redes, pero hizo una campaña puerta a puerta muy inteligente y sensible, precisamente para romper con el prejuicio de que se trataba de un empresario rico, frío y ajeno a los miedos y esperanzas de la gente. De Andrés Manuel López Obrador, ni qué decir. Su campaña fue la creación de un sentimiento y por eso, después de años de intentos, el político tabasqueño llegó a la presidencia.
Mesa todavía no rompe el celofán. No deja que lo toquen, que lo prueben, que lo sientan y eso está pasando factura.
Lo bueno es que todavía es temprano y se pueden corregir muchas cosas. Que la alarma no cunda, pero sí la preocupación, como impulso activo para tomar mejores decisiones.
Hernán Terrazas es periodista.