Uno de los temas que más me fascina del sistema internacional es su futuro. En los años 90 tuve la suerte de hacer una maestría de relaciones internacionales en el Instituto de Relaciones Internacionales IRI de la Pontificia Universidad Católica de Río de Janeiro. Mi mejor profesor fue Antonio Carlos Peixoto, a quien le agradezco con este artículo sus enseñanzas y amistad. Me inscribo en la escuela realista de las relaciones internacionales, que tiene como máxima: “los países no tienen amigos, tienen intereses”, frase atribuida a Henry Kissinger.
BRICS: ¿La procesión va en serio o estamos fletando santos? En un mundo donde los intereses nacionales mandan y los discursos ideológicos muchas veces solo adornan titulares, adhesión de Bolivia al bloque BRICS merece un análisis sereno. Mientras el gobierno boliviano sugiere que el BRICS es el nuevo Santo Grial, y que traerá diésel, inversiones y dólares frescos, conviene recordar la recomendación popular: “con calma nomás, que los santos de esta procesión son fletados”. Es decir, hay que evaluar con cuidado si esta adhesión responde a los intereses nacionales o si estamos embarcándonos en una procesión de fe ideológica sin retorno práctico.
BRICS –Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica– emerge como un club de países que buscan equilibrar el poder global frente a la hegemonía occidental. Desde su creación en 2009, su objetivo ha sido contrarrestar el dominio del sistema económico liderado por Estados Unidos y las instituciones internacionales como el FMI y el Banco Mundial. En la práctica, buscan reducir la dependencia del dólar y promover un orden financiero alternativo, lo que no deja de ser una ambición interesante, aunque todavía incierta.
El bloque BRICS recuerda al Movimiento de los No Alineados de los años 60, en el que un grupo de países proclamaba independencia frente a las potencias, pero seguían necesitando préstamos y mercados de esas mismas potencias. La diferencia es que el grupo incluye gigantes como China e India, lo que sugiere una jugada pragmática en busca de poder e influencia en el sistema internacional.
Tras la Segunda Guerra Mundial, el mundo quedó dividido en un sistema bipolar, con Estados Unidos y la Unión Soviética compitiendo por el dominio global. Cada potencia ofrecía su “combo ideológico”: democracia capitalista o comunismo. Con la caída del Muro de Berlín y la desintegración de la Unión Soviética, el mundo pasó a ser unipolar, con Estados Unidos a la cabeza tanto en lo militar como en lo económico.
Sin embargo, en lo económico, la situación se volvió más multipolar: China, India y la Unión Europea empezaron a ganar peso, mientras Estados Unidos seguía sosteniendo su liderazgo gracias al dólar y a las instituciones financieras globales. El bloque BRICS busca consolidar esta multipolaridad en la economía, aunque falta ver si el bloque logrará ser algo más que una reunión anual de discursos esperanzadores.
Bolivia y BRICS: ¿Un matrimonio por amor o por conveniencia? Para un país como Bolivia, con su economía basada en recursos naturales y su necesidad urgente de financiamiento, la participación en el bloque debería responder a una lógica pragmática, no a dogmas ideológicos. La teoría realista de las relaciones internacionales cobra sentido: los países actúan guiados por sus intereses nacionales, no por ideales románticos ni lealtades ideológicas. En otras palabras, la pregunta que Bolivia debería hacerse no es si BRICS suena bien en los discursos, sino si le conviene subirse a ese barco en términos concretos.
Ventajas para Bolivia: 1. Financiamiento alternativo: Acceder a créditos del Nuevo Banco de Desarrollo podría aliviar la necesidad urgente de un préstamo de 3.000 millones de dólares sin las condiciones del FMI. 2. Comercio con monedas locales: Esto podría reducir la presión sobre las reservas de dólares, en medio de una crisis de divisas que tiene a la economía nacional al borde del colapso. 3. Acceso a mercados estratégicos: China e India tienen interés en el litio boliviano, lo que podría abrir oportunidades comerciales importantes.
Pero no todo es color de rosa: 1. Costos diplomáticos: Subirse al tren del BRICS podría complicar las relaciones con Estados Unidos y la Unión Europea, afectando exportaciones y cooperación financiera. 2. Riesgo de subordinación: Bolivia podría convertirse en un jugador marginal dentro de un bloque en el que las reglas las dictan potencias como China y Rusia. 3. Incertidumbre institucional: Aún no está claro si el BRICS logrará consolidarse como una alternativa viable al sistema occidental. No sería la primera vez que una alianza de países emergentes promete mucho y entrega poco.
Entre el realismo y la ideología: ¿Qué camino tomar? El gobierno boliviano ve en el BRICS una tabla de salvación, pero esta visión parece más impulsada por una retórica antiimperialista que por un análisis serio de los intereses nacionales. Diversificar socios y fuentes de financiamiento es una movida inteligente, pero convertir esta adhesión en un acto de resistencia ideológica contra el “imperio” suena más a nostalgia de los años 70 que a una estrategia pragmática para enfrentar los desafíos actuales.
Desde una perspectiva realista, Bolivia debería adoptar un enfoque híbrido: aprovechar lo que el BRICS pueda ofrecer, sin cortar puentes con sus socios tradicionales. En un mundo donde las potencias medianas y pequeñas deben moverse con astucia, lo más sensato es jugar en todos los frentes y maximizar las oportunidades sin casarse con una sola alianza.
Como en toda procesión de santos, es mejor caminar con calma, evaluando cada paso, porque si algo nos enseña la experiencia es que no hay santos que obren milagros cuando se trata de política económica. Los discursos grandilocuentes pueden quedar bien en la plaza pública, pero en los salones donde se toman decisiones estratégicas, lo que manda es el pragmatismo. Así que, con serenidad, hermanos y compañeros: no olvidemos que los santos de esta procesión son, efectivamente, fletados.