“Sabemos que las urgencias de la sobrevivencia han convertido al pueblo en una masa adicta a la guerra, tierra perfecta para el cultivo de todas las porquerías. Quisimos creer que ese mismo pueblo podría levantarse de su degradación si se le daban las condiciones. Pero no fue posible”.
Así es como un literato paceño (Guillermo Mariaca) se lamentaba en un mensaje dirigido a Samuel Doria Medina poco después de su derrota. Para no darme cuerda mientras releo esa carta escribiré con lentitud esta columna, mientras sorbo un mate de menta.
Pese al afecto familiar y personal por personas de la candidatura de Unidad, mis convicciones políticas van por otro lado; de modo que no voté por Samuel. Aun así, puedo comprender su desilusión, la de su equipo y la de sus seguidores. Ahora les tocó a ellos recoger los pedazos de una campaña fallida; en dos meses tocará a otros. Entiendo, además, que la humildad llega con la resignación y todavía no es su momento. Pero culpar a un 81% de votantes de no estar a la altura del proyecto, y achacar a otros los propios errores desde un buenismo sobrador, es infumable.
El párrafo que transcribo como apertura de esta nota es hijo de esa “élite” convencida de que los bolivianos estamos urgidos de ser ilustrados por ella para dejar de ser salvajes. Aunque, siendo honestos, Mariaca no nos llama salvajes, sino “analfabetos funcionales”.
Sucede que el preceptor me escribió para que me quedara claro, de una vez por todas, que es profesor, un “verdadero académico” y un “auténtico intelectual”, ¡sí señor! Después me reí, porque un postureo no hace al intelectual. Conozco gente verdaderamente ilustrada y de talla que no necesita la pose ni repartir su currículo. Al contrario, se maneja con cultivada modestia.
El insigne maestro me remarcó que en Bolivia únicamente el 23% de los profesionales alcanza una comprensión lectora básica. Dato que me viene al pelo, porque justo en la Feria del Libro un señor, muy comedido él, me pasó un folleto promoviendo un curso de lectura veloz, que garantiza el 100% de comprensión. ¡Lo voy a tomar!; estoy segura de que así seré una mejor persona y podré formar parte de la “democracia moral” a la que aspira nuestro derrotado catedrático.
Robert Brockmann acaba de publicar un artículo en el que menciona a personajes con iguales ínfulas que se congregaron bajo el paraguas del bloque de Unidad, de Doria Medina. Este grupo, dice Brockmann, “asumió que su sola presencia bastaría para darle legitimidad a cualquier cosa que tocara”. Lo que resultaba difícil, pues la consistencia no es lo suyo: “hacían un mohín de asquito hacia Tuto Quiroga tildándolo de representante de la derecha cavernaria, pero no ponían reparos al hecho de que Luis Fernando Camacho y Zvonko Matkovic, situados bien a la derecha de Quiroga, estaban albergados bajo la sigla samuelista”.
Ya que he notado que algunos de esos iluminados están apoyando a Rodrigo Paz, quien podría ganar la segunda vuelta, quiero darles un consejo, si me lo permiten. Para no seguir cayendo en ese “fariseísmo político” del que habla Robert, no cuestionen el video de Rodrigo rezando con su padre, Jaime, y el resto de su familia, en la capilla del Picacho. Tampoco condenen el agradecimiento público frente a cámaras nacionales e internacionales de este mismo candidato a Dios por su victoria, ni que se proclame provida. La imagen de Tuto, bendecido por un sacerdote católico una tarde antes de las elecciones, los hirió, pero esta vez se espera su comprensión.
Es que la frustración de estos seres de luz pasa igualmente por el asunto de la religión; no parecen haberse enterado (tampoco) de que un 90% de los bolivianos son religiosos. O quizás, como este guía de Samuel y “antes de Marcelo Quiroga” (…), lo sumen a sus razones para vernos como bárbaros: incapaces de advertir las oportunidades -como la que se presentó el domingo pasado- de convertirnos en individuos morales. Perdón, no supimos interpretar la señal.
Como hice pública mi repulsión a tanta arrogancia, el “profesor” me respondió con unos cuantos poemas algo anacrónicos que acompañaban las utopías setenteras como “caminante no hay camino”. Temo que el literato no haya podido actualizar su repertorio. ¿Lo habrá escuchado solamente por Serrat? ¿Sabrá que Machado dice de sí mismo: “hay en mis venas gotas de sangre jacobina”? Si es el caso, ¿el “catedrático” será también jacobino, como García Linera? Tal vez de poesía no sepa alguien de una “tierra perfecta para el cultivo de todas las porquerías”. O a lo mejor en la universidad de esta misma tierra les tocaba nada más un verso, archiconocido, por alumno.
A estas alturas, y por los resultados no tan favorables de sus pupilos, estos elegidos deberían pensar en dos opciones: intentar aplicar su magnificencia en algún partido verde en Suecia (seguro un pueblo menos degradado y con menos porquería); o quedarse aquí y fortalecer sus lazos en una tertulia semanal en la que se iluminen los unos a los otros. Eso sí, de elegir la segunda, deberán tomar sus precauciones: el exceso de luz provoca ceguera.
Daniela Murialdo es abogada.