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La curva recta | 21/01/2024

Bendiciendo un pecado que no lo es

Agustín Echalar
Agustín Echalar

El Papa Francisco ha sorprendido, grata e ingratamente, a los feligreses católicos al autorizar la bendición de los matrimonios homosexuales. Para los homosexuales creyentes esta ha sido seguramente una gran noticia, no podrán ir al altar a recibir el sacramento del matrimonio, pero se les dice que son parte de la Iglesia y que son bienvenidos; no es poca cosa si consideramos el pasado brutalmente intolerante de la inquisición que se ocupaba con tanto ahínco de quienes practicaban el pecado nefando.

Existen sectores conservadores en la iglesia, de corte fariseo, que precisamente por conservadores son homófobos; están echando el grito al cielo, no conciben que se bendiga lo que hasta ayer era considerado un pecado contra la naturaleza, vale decir contra Dios. Y contra los preceptos de la Santa Madre.

Los católicos no creyentes, es decir los que se consideran culturalmente católicos, pero que han perdido la fe, pueden estar felices con esta propuesta del Papa, en primer lugar porque de ese modo la Iglesia retoma el papel primigenio de cualquier organización religiosa, vale decir, estructurar a la sociedad.

El gesto del Papa es muy beneficioso para la Iglesia porque abre las puertas a una enorme cantidad de personas que necesitan ella, que son creyentes y que han sido condenadas al ostracismo por un motivo cuya condena no es sostenible.

Paradójicamente, la bendición de parejas homosexuales (se supone conformada por dos personas monógamas) puede también ser vista como una medida conservadora puesto que aleja (sobre todo a los hombres homosexuales) de la promiscuidad que es implícita en el mundo gay y que, vista desde otra perspectiva, entraña una libertad sexual pura y simple; la medida del Papa consolida más bien una forma de vivir con más orden… vale decir con más restricciones.

La Iglesia católica ha sido capaz de sobrevivir por casi 2.000 años (1.700 dirían algunos) como un referente central de la sociedad y eso que no es poca cosa, tiene que ver con una capacidad primigenia de acomodarse a las circunstancias; (por ejemplo, de haber permanecido la orden de circuncisión como mandato divino es posible que el catolicismo no se hubiera extendido como lo hizo).

El cristianismo puede ser visto de alguna manera como un “judaísmo renovado”, que rechaza las leyes más antiguas y que tolera las debilidades del ser humano. La escena de la “pecadora”, librada de una horrible muerte por lapidación gracias a la directa intervención de Jesús es fascinante. No solo es un mensaje de compasión y de perdón y redención, sino una gran relativización de los “pecados de la carne”. Con el paso de los años, la Iglesia cambió su narrativa para no condenar, como hizo Jesús, a la acumulación de la riqueza, haciendo que inclusive los ricos y poderosos se convirtieran en sus mayores adeptos.

La revolución sexual y el feminismo son desafíos muy importantes para la iglesia, más allá de que el feminismo sea una última variante del cristianismo. En los últimos 100 años las mujeres han ido reivindicado su igualdad, y tanto hombres como mujeres han reivindicado su derecho al placer. La bendición a las uniones homosexuales, que acepta implícitamente el sexo no con fines de procreación, es un gran paso en ese sentido. Es de esperar que en un futuro próximo también se den señales claras respecto a la inclusión plena de las mujeres en esa milenaria institución.

Soy un convencido de que el mundo está mejor con la Iglesia católica que sin ella; y Bolivia está mejor con la Iglesia presente que ausente, claro que eso también es porque ya no tiene el poder que tenía antes. Como todos sabemos, el poder causa estragos en quienes lo detentan.



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