¡Qué año el que se va! El 2022 pasará a los registros históricos del país como uno de los más alborotados en términos políticos, económicos, sociales y sanitarios. Han pasado tantas cosas en 12 meses que han disparado los niveles de incertidumbre social y han instalado la sensación de que todos, gobernantes y gobernados, líderes y ciudadanos, nos encontramos atrapados.
Atrapados por la renovada polarización entre quienes defienden un modelo estatal agotado y, por eso mismo, recurren a mayores dosis de autoritarismo, persecución y recorte de las libertades colectivas, y aquellos que no dejan de actuar reactivamente, sin haber producido una alternativa, capaz de generar esperanza entre los bolivianos.
Atrapados porque esa permanente confrontación ha provocado el paro regional más extenso de este siglo y del anterior (36 días en Santa Cruz), pero sin haber dejado sabor a victoria plena para los miles de protagonistas, sin la percepción de que el sacrificio, con dos multitudinarios cabildos de por medio, haya abierto la brecha de un nuevo camino de libertad para el país.
Atrapados también por la guerra sin cuartel que se desató este año en el masismo, entre los evistas y los arcistas, que no debería afectar a la mitad del país que rechaza cualquier versión del MAS, pero que provocó desatenciones a temas de primer orden como la reactivación económica. Una pugna que ha ido creciendo en intensidad y que hizo tambalear el Presupuesto General de 2023.
Atrapados lamentablemente por la corrupción sin castigo a todo nivel. Escandalosa corrupción en el gobierno central con millonarios sobornos en la ABC y procesados de segunda línea. Corrupción a nivel departamental con las ambulancias fantasmas en Potosí y su gobernador impune. Corrupción municipal con una veintena de casos que acechan al Alcalde de Santa Cruz y una nefasta ordenanza que apunta al Alcalde y concejales de La Paz.
Atrapados por los dinosaurios de la corrupción, esos eternos dirigentes universitarios que montaron una red monstruosa en las universidades públicas del país con Max Mendoza como su principal exponente. Dirigentes que se mantuvieron como tales por décadas para aprovechar de los privilegios, los recursos transferidos por los distintos gobiernos y las alianzas con ciertos rectores.
Atrapados por la justicia podrida que sigue siendo utilizada para la persecución política de opositores y la negativa del gobierno de Luis Arce de abrirse a la reforma judicial impulsada por el colectivo de juristas independientes que plantean un referéndum popular para que acabe la selección de masistas como postulantes a magistrados de los altos tribunales de justicia.
Atrapados, claro que sí, por el narcotráfico que está haciendo del ajuste de cuentas, del sicariato y de la matanza de policías un hábito nocivo, mientras crece la actividad narco en el país, incluso el consumo de drogas sintéticas. Como nunca antes, hubo acusaciones de protección al narcotráfico entre oficialistas. La pugna por el control del negocio criminal se hizo más que evidente.
Atrapados, además, por el contrabando que se comete todos los días, en las narices de todos, sin que haya una sola autoridad que le ponga freno la actividad que está liquidando el aparato productivo nacional, pero que es justificada por los poderosos de hoy porque la consideran, junto al narcotráfico, como el sostén de la economía que está evitando el colapso.
Atrapados por la falta de reactivación económica que, al margen de los elogios internacionales por la baja inflación, ocho de cada diez bolivianos siguen viviendo de la economía informal ante la falta de trabajo digno y duradero, sobre todo para los jóvenes. La inversión pública se ha ido desplomando y lo único que crece es la burocracia estatal que se chupa los presupuestos.
Atrapados por un modelo económico que muestra estabilidad a costa del encogimiento de las reservas internacionales netas y del endeudamiento cada vez más dificultoso por la persistencia de la pandemia en el mundo y la invasión rusa a Ucrania, y la lógica sospecha de que se echará mano de los recursos para las jubilaciones a través de la gestora gubernamental.
Atrapados por la pandemia del coronavirus que lejos de ser superada, recrudeció con una sexta ola a finales de este año que ha puesto al descubierto el cinismo del Ministerio de Salud de pedir a la población que se inmunice, cuando los porcentajes de vacunación, en cualquiera de las cuatro dosis, lucen esmirriados y el Gobierno ha perdido toda autoridad para impulsar la inmunización.
Atrapados por los bloqueos, los buenos y los malos, porque así los cataloga el Ejecutivo. Bloqueos que son atendidos al instante cuando son realizados por sectores afines al oficialismo como los mineros asalariados y cooperativistas en el occidente o los interculturales asentados en Santa Cruz. Y los bloqueos encarados con indiferencia cuando son aplicados por sectores opuestos, esperando que la inercia o la represión policial los disuelva.
Atrapados por los avasallamientos armados en regiones del oriente donde los invasores encapuchados tienen carta blanca para actuar bajo la lógica de que hay que extender el predominio andino a todo el territorio nacional. A fines de este año se decidió frenarlos con aparatosos operativos policiales, pocos avasalladores detenidos y sin cabecillas detrás de las rejas.
Atrapados por los feminicidios que se hicieron más crueles en los últimos 12 meses en Bolivia desmembrando, quemando o enterrando a las víctimas en las casas de los feminicidas. Pese a que este 2022 fue declarado como año de la despatriarcalización, los feminicidios siguen lastimando a la sociedad y tienen al putrefacto sistema judicial como su principal aliado.
Atrapados los periodistas que hemos recibido las peores agresiones desde las torturas y el asesinato de Luis Espinal, sacerdote jesuita y director del semanario Aquí, en 1980 por paramilitares. Cerramos este año con más de 40 atentados a las libertades de prensa y expresión con la impunidad como respuesta desde el poder que piensa que no somos importantes para la democracia.
¿Cómo acabar con eso que ha generado la sensación de que estamos atrapados?
Unos creen que lo único que queda es encomendarnos a Dios para que las cosas cambien a partir de 2023 y otros piensan que la solución pasa por la reacción de los bolivianos ante la situación que tiene enfangado al país. Hay que acabar con el letargo generalizado, aprovechado por las dos versiones del masismo, para que la gente sea protagonista del cambio en sectores, gremios, sindicatos, agrupaciones políticas, municipios, departamentos, en toda Bolivia
Edwin Cacho Herrera es periodista