La izquierda sufrió una caída estrepitosa y rotunda este 17 de agosto de 2025: no tendrá ni un solo senador donde antes tuvo 21; apenas 10 diputados donde antes obtuvo 67, o sea, perdió los dos tercios que ostentaba para en la siguiente legislatura no terciar ni en la redacción de un voto resolutivo.
El presidente Arce no logró ser ni candidato, Eduardo del Castillo murió en la batalla electoral, Andrónico Rodríguez resultó siendo un ave con el ala rota, Eva Copa se orilló a tiempo evitando una derrota estrepitosa y Evo Morales acabó como un zombi político. O sea, la izquierda hoy es un muerto viviente en el vientre de Saturno que acabó por devorar a sus propios hijos.
Síndrome UDP
La democracia boliviana retorna a sus inicios: nuevamente asistimos al fracaso rotundo de la izquierda, como sucedió con la UDP; nuevamente toca gestionar la herencia envenenada que nos deja: la crisis (aunque la hondura de esta se perfila como una multicrisis nacional); nuevamente la derecha emerge hegemónica del colapso de la izquierda gobernante; y, nuevamente, se levanta un renovado arco histórico en el que el mercado, el emprendedurismo y la meritocracia pueden tener centralidad (¡enhorabuena!).
Las elecciones del pasado domingo fueron en toda ley disruptivas: no hay continuidad, sino quiebre. Y un quiebre profundo. Un astro declina y un nuevo astro político asciende. Nuevos protagonistas, nuevas ideas, nuevos comportamientos. Probablemente en los siguientes años asistamos a la formación también de una nueva izquierda que, para recobrar vigencia, tenga que ser democrática o no será (el MAS como el Ave Fénix no podrá renacer ni de sus cenizas, porque hasta sus cenizas se volatilizaron en estas elecciones mixed blessing: crepusculares para el MAS y aurorales para la derecha).
El MAS creyó que se puede gobernar impunemente, pero no se puede y menos en democracia, pues los ciudadanos evalúan. Y en el caso boliviano lo hicieron con la crudeza que el caso amerita: el MAS llevó de manera inmisericorde al país a menos. Allí, donde en 2006 plantó banderas de esperanza, hoy quedan estropajos: no hubo más ni mejor democracia, sino autoritarismo; no hubo más institucionalidad, sino desinstitucionalización, prebendalismo y nepotismo; no hubo desarrollo económico, sino extractivismo rampante; no hubo cuidado de la madre naturaleza, sino maltrato y deforestación; no hubo justicia, sino ejercicio de una malevolencia discrecional; no hubo inclusión indígena, sino su instrumentalización partidaria y la manipulación abigarrada de lo nacional-popular.
El norte sostenido del MAS: el uso y abuso del Estado para reproducir su poder. Y ese norte con las elecciones del domingo quedó desnortado de pueblo. Hoy el país parece haber imantado nuevamente la brújula nacional hacia el pluralismo, la tolerancia y el respeto –la genuina cultura de paz y la civilidad de la democracia–. Pasó la “revolución democrática y cultural”, entendida por Crane Brinton en Anatomía de la revolución allá por 1938, como “una especie de fiebre” donde la elevación de la temperatura ideológica va más allá de lo normal (de ahí los experimentos institucionales y la obsesión de rebautizar todo el andamiaje estatal) y que ocasionó una agitación antagónica febril contra los sectores tradicionales.
Hoy parece que después de dos décadas de afiebrados revolucionarios entramos al periodo de convalecencia donde toca reaprender a mirarnos como bolivianos, más allá de nuestros particularismos. Es decir, en este domingo pasado, también se produjo una inflexión en el alma nacional hacia sentimientos más fraternos y sosegados. Toca con la mayor premura replantearnos reconstruir nuestro maltrecho tejido social con otros hilos, otro diseño y otras manos.
Ventana de oportunidad
Ahora respiramos bajo un cielo despejado de los relámpagos acres del masismo, sobre todo en sus facciones “evistas” y “arcistas”. Y también se siente en la atmósfera ciudadana que las pasiones políticas han bajado sus cargas ardientes y que la polarización, al quedar el masismo marginado, ha perdido un factor sustantivo de su ecuación.
También la configuración del próximo Parlamento será absolutamente diferente. No primará la hegemonía autoritaria de un partido único, como lo fue el MAS; sino, básicamente, un tripartidismo moderado y centrípeto entre los parlamentarios del PDC, Alianza Libre y Unidad. Es decir, donde los diferentes buscan sus semejanzas, sin dejar de lado sus identidades y cálculos políticos para viabilizar la nave común que deben pretender salve a todos.
El periodo post–UDP presentó una oportunidad única: un sistema político moderado en medio de una sociedad extremada en sus diferencias y desigualdades, o sea, la posibilidad de que la mano robusta de la política hubiera podido enderezar el cuerpo maltrecho de la sociedad.
No lo hizo y entonces sobrevino la política que lo deshizo todo y, en primer lugar, clavó los dientes en la yugular de los partidos tradicionales. La sociedad extremada se correlacionó con la política extremista, donde los radicalizados se sintieron autorizados a cristalizar acciones embarazadas por una lógica de poder depredadora y corta de miras.
Hoy, nuevamente, se abre esa ventana de oportunidad con aires de renovación, consenso y esperanza; pero si el próximo gobierno toma la nave del Estado para llevarla al puerto interior de sus intereses parciales, desentendiéndose de quienes se encuentran fuera, nadando con todas sus fuerzas por salir a flote, será el (¿eterno?) retorno a la fiebre ideológica que el purgatorio social aviva, poniendo a volar el espectro de un populismo autoritario que gozoso extiende sus alas.
Lección mayúscula
Un aprendizaje crucial de la democracia es que las mayorías de ayer pueden ser las minorías de hoy y que las minorías de ayer pueden ser las mayorías de hoy. Un principio que el MAS eliminó de su radar político con una ceguera suicida: pensaron que lo “nacional–popular” era la segunda piel del MAS por los siglos de los siglos… Evo, Arce o Andrónico. Pero no lo fue y lo aprendieron (si acaso lo metabolizaron) este domingo pasado: nadie tiene comprado al pueblo, nadie tiene su alma y su voto ad perpetuam.
Su apoyo es siempre condicional: si se siente bien tratado, premio; si se siente maltratado, castigo. O sea, voto castigo. Y eso obtuvo ese animal tricéfalo que se presentó a las pasadas elecciones: Andrónico Rodríguez bajo la máscara de la renovación progresista, Eduardo Del Castillo bajo la máscara del oficialismo languideciente y Evo con su máscara nihilista (de rechazo a todos, salvo de seguidilla a sí mismo, pero sin caer en cuenta que ya dejó de ser un ciempiés popular para convertirse en un cangrejo ermitaño enroscado en la concha chapareña, capaz de pellizcos dolorosos, pero sin representar un riesgo significativo y mortal).
El país se encamina hacia la segunda vuelta. En realidad, inaugura el ciclo de un nuevo arco histórico bajo el timón de una nueva clase dirigente. Una apuesta a cielo abierto porque finalmente Bolivia encuentre un lugar bajo el sol democrático, consciente de que los pueblos que giran en su órbita se benefician de su luz y su fraterna tibieza.
César Rojas es conflictólogo.