Armando una fórmula opositora

La semana pasada ha sido una semana de frustración para más de la mitad de los bolivianos, me refiero a quienes no quieren que el MAS siga gobernando este país. Esa mitad es variopinta, no descarto que entre estos hayan trogloditas, que odian al (¿ex?) partido de Evo Morales por simple y burdo racismo, como lo reclama a cada rato el líder histórico de ese movimiento. Pero lo cierto es que la inmensa mayoría no tiene esa tara y en realidad rechaza al MAS porque es un partido que ha avasallado las instituciones del país y porque además, como se demuestra ahora, nos está llevando a la ruina económica.

Estoy seguro que hay un porcentaje importante de nuestra sociedad que resiente la degradación de la justicia en general y el encarcelamiento y la persecución brutales a la que está siendo sometido un importante número de actores de la política, empezando por el gobernador de Santa Cruz, y la expresidente Añez. A eso se añade toda la ciudadanía que tiene algo que ver con el corrupto aparato judicial.

Es posible que hubiera habido algún resquicio noble en el surgimiento del MAS, que se presentó aquí y allende nuestras fronteras como un movimiento que buscaba la “liberación” de los pueblos y la equidad (más allá de su relación directa o indirecta con el mundo de la droga). El enorme éxito que sus dirigentes consiguieron en 2005 no solo se les subió a la cabeza sino que les dio tal poder que simplemente los pervirtió; así se mantuvieron las cosas hasta el año 2019, cuando el abuso del poder puso al país en vilo y redujo momentáneamente ese poder.

Los críticos a la idea del candidato único y los masistas señalan que no es suficiente programa de gobierno el rechazo al MAS, y en parte tienen razón. Obviamente si llega a haber una victoria opositora, existe un día después, que tiene que ser gestionado y para el que hay que preparar las cosas. Sin embargo, lo cierto es que sacar al MAS del gobierno es un gran comienzo para devolverle institucionalidad al país y hacer justicia con quienes están siendo tan maltratados en la actualidad.

Las peleas internas dentro del MAS dan una cierta esperanza a que ese ente, debilitado, no pueda mantenerse en el poder, pero se puede intuir que en el momento de la verdad, quienes simpatizan con el MAS terminarán uniéndose, precisamente porque más son las cosas que los unen que las que los separan. Además, ven un futuro negro si están lejos del poder.

Ese mismo razonamiento puede motivar a los opositores al MAS, a pesar del mal sabor de la semana pasada, a unirse para no arriesgar una nueva derrota. Lo que hemos vivido estos meses son la primera parte de un proceso: los distintos actores opositores se han posicionado cada uno con su relativo caudal electoral. Todos saben que solos ninguno tiene posibilidades de enfrentar al MAS, les toca hacer alianzas, tragar sapos y negociar. Sí, negociar inclusive los cargos y los curules (y no me mire feo, querido lector, porque en algún momento eso se tiene que hacer, de buena o de mala manera), para presentarse como una sola fórmula.

Queda pendiente la pregunta de si vale la pena ganar las elecciones ahora que el país está tan arrasado económicamente. Tal vez sería una forma de acabar para siempre con el MAS que les toque seguir administrando las vacas flacas. Pero una vez más, si pensamos en la gente injustamente encarcelada, solo se puede desear que esto llegue a su fin lo antes posible.

La persecución iniciada por el gobierno hace un par de días puede servir para entender que nadie está a salvo con una estructura como la masista en el poder. El ministro Eduardo Del Castillo está actuando como un Arturo Murillo o Juan Ramon Quintana cualquiera. Sin embargo, tal vez le esté haciendo un favor a la oposición: su comportamiento es una verdadera llamada de atención a los votantes.