Brújula Digital |18|02|2021|
Por alguna razón los 100 primeros días de una presidencia permiten hacer un balance preliminar, algo así como distinguir las diferencias con el pasado inmediato, destacar logros si los hay y apuntar los errores y/debilidades que se hacen evidentes.
El presidente Luis Arce llegó con pocas promesas y sin una agenda de transformación real. A diferencia de Evo Morales, que tenía el arsenal populista a disposición y los recursos para detonar todas las “armas”, Arce llegó desarmado y sin el barniz simbólico de la identidad indígena que fue fortaleza y también, muchas veces, excusa del jefe de su partido.
El Presidente es parte del sector más débil del MAS, el de unas clases medias desalentadas por la falta de oportunidades, escépticas y en franco repliegue hacia posiciones más conservadoras. No lidera a nadie dentro de su partido, salvo a quienes fueron antes sus colaboradores directos en el Ministerio de Economía, que hoy forman parte de su equipo “administrativo” directo y que aceptan sin observación alguna y a costa de la propia autonomía de instituciones como el BCB, la devolución onerosa de préstamos de organismos internacionales.
Arce no representa a ninguno de los movimientos sociales que conforman el MAS. No es indígena ni gremialista ni campesino y mucho menos cocalero. Y esa es una debilidad a la hora de tomar decisiones de gobierno. De hecho, su gabinete refleja las parcelas e intereses partidarios. Para decirlo en términos futbolísticos, al presidente le hicieron otros el equipo.
Sin liderazgo en el MAS, Arce tampoco tiene el control de una bancada de asambleístas que atiende a sectores, regiones, grupos y liderazgos diferentes. Hay una bancada que responde al vicepresidente David Choquehuanca, otra alineada con los cocaleros del presidente del Senado, Andrónico Rodríguez y seguramente una más que acata las órdenes del jefe masista, Evo Morales. En esas condiciones, la gestión tradicional de los temas parlamentarios desde el órgano ejecutivo no debe ser muy sencilla.
El expresidente Morales, en cambio, tenía todo a su favor. No solo el voto mayoritario en sucesivos procesos electorales antes de 2019, sino el control de los movimientos sociales, de la Asamblea, del partido, del gabinete, de las Fuerzas Armadas, de la Policía Nacional y el origen indígena para descalificar como racistas todas las críticas a su gobierno.
La forma de organización de un gobierno populista la mayor parte de las veces gira en torno a un caudillo. Lo tiene Venezuela, lo tiene Cuba , también Nicaragua y lo tuvo Bolivia. Pero Arce no es ese caudillo y el MAS aparece fraccionado y con corrientes y liderazgos en pugna.
Hasta hoy, 100 días después, nada define al gobierno de Arce, a no ser el esfuerzo sistemático por responsabilizar de todos los males al gobierno de transición, cuyo recuerdo se va haciendo muy remoto como para seguir descargando las culpas sobre él.
Después de 100 días, la actual gestión ya tiene su propio pasado y si no ha podido al menos empujar los primeros cambios es que los problemas del país le han quedado grandes o que escapan a una solución en línea con el recetario aplicado desde el modelo productivo social y comunitario.
Ya el ministro de Economía, Marcelo Montenegro, admitió que la reactivación tardará más de lo esperado –entre uno a dos años–. Es decir que cuando hay menos plata no hay varita mágica que valga, ni fórmula eficaz contra los males de una crisis que ya era tal mucho antes de la pandemia.
No hay un recuento diferenciador claro. La compra de vacunas formaba parte de una agenda ya establecida con urgencia desde mediados del año pasado, el bono contra el “hambre” también estaba previsto y el debate sobre el diferimiento del pago de créditos venía arrastrándose desde hace tiempo.
El gran desafío para Arce, aunque esta sea una reflexión difícil considerando la debilidad de su liderazgo o las limitaciones de su propia experiencia y manera de analizar las cosas, será alejarse del modelo que él mismo engendró y defendió durante 13 años y que parece el causante principal de los problemas que dificultan la reactivación económica y son ya una amenaza que se cierne sobre la estabilidad social.
100 días después lo que hay es una wiphala desteñida, un nuevo escudo que es más un disfraz que una afirmación de identidad y pocos argumentos para construir una historia con la misma eficacia seductora que la iniciada hace 15 años. Aunque no lo quiera, 100 días después, a Luis Arce le tocó vivir el fin del proceso de cambio.
...la iniciada hace 15 años. Aunque no lo quiera, 100 días después, a Luis Arce le tocó vivir el fin del proceso de cambio.
Hernán Terrazas es periodista.