Cuando el río político suena es que trae piedras más grandes de las que se cree. Que el Presidente se haya visto obligado a difundir un “frío” comunicado para ratificar su lealtad a Evo Morales dice mucho del momento “intenso” por el que pasa el partido de gobierno.
La disciplinada unidad actual en torno al jefe no necesariamente significa que, hacia delante, todos se alineen con la candidatura presidencial de Evo Morales. El presidente Arce, David Choquehuanca, Andrónico Rodríguez y cualquier otro militante masista tiene los mismos derechos para aspirar a ser los elegidos.
Para participar con posibilidades de victoria en una futura elección, el MAS necesita por lo menos de dos condiciones: una buena gestión de gobierno, sin muchos sobresaltos económicos y estabilidad relativa, y un candidato con niveles de aceptación y credibilidad aceptables.
Sobre la evolución del gobierno habrá que esperar unos años más, pero lo que sí está claro, por ahora, es que el aspirante menos indicado sería Evo Morales. No una, sino varias encuestas y estudios revelan que el exmandatario tiene el mismo nivel de rechazo –más de 80%– que tenía Gonzalo Sánchez de Lozada el 2002. Si en algo se parecen los polos opuestos de la política boliviana es en que, por ambición, ambos rifaron gran parte de su capital de respaldo político.
El presidente Arce sabe que no es tiempo de hablar de candidaturas. Le quedan cuatro años por delante y sus prioridades claramente son otras. Lo mismo sucede con David Choquehuanca, a quien sus asesores –acertadamente– le han recomendado ser el portador de un mensaje de reconciliación entre los polarizados extremos que tensionan a la sociedad boliviana.
Morales, lo mismo que Sánchez de Lozada y otros líderes que ocuparon el campo de la derecha más o menos conservadora, pertenece al pasado. La polarización pasó de moda. Los tiempos de la construcción de una nueva “izquierda”, “progresismo”, o lo que se llame, ya no pasan por la reivindicación de las deshilachadas banderas cubano-bolivarianas, y la “derecha” no puede continuar haciendo política para el 10 o 15% de una élite envejecida y en vías de extinción, a la que todavía asustan debates como los del aborto y que ignora o no entiende lo que piensan sus propios hijos.
El exmandatario quiere mantenerse como el Jefazo, casi un monumento en medio de la plaza de las ideas obsoletas, y prevalecer por encima de un presidente al que la propia situación del país le está obligando a imponer una nueva lógica y buscar un perfil distinto al de su antecesor del partido.
En el camino de la gestión, Arce tropezó con un tema delicado. La detención de Maximiliano Dávila, un exjefe antidroga cercano a Evo Morales y que figura en el radar de los más buscados de la DEA estadounidense, ha generado turbulencias en una relación de equilibrios muy compleja al interior del MAS.
Dueño al parecer de información comprometedora sobre algunos dirigentes de la órbita de Morales, el ministro de Gobierno, Eduardo Del Castillo, se ha convertido en un personaje muy incómodo y su continuidad en el cargo, amenazada por una interpelación digitada por la bancada cocalera de la Asamblea, puede marcar la diferencia entre un presidente sometido al líder partidario y a los intereses de un movimiento como el del Chapare, o el de un líder que gobierna para un abanico mucho más amplio de actores.
Lo quiera o no, el Presidente debe manejar una relación por lo menos cordial con Estados Unidos y es sabido que los temas relacionados con el narcotráfico determinan la dirección que puede tomar una agenda común, mucho más luego de constatarse que en el pasado varios responsables de la lucha contra las drogas eran en realidad protectores de narcos que han tejido sus redes en toda la región.
Para Arce, marcar distancia con los cocaleros puede representar una ruptura con el origen del MAS y con el Evismo como inspiración política predominante durante más de dos décadas.
Obviamente es una apuesta riesgosa desde el punto de vista de la gobernabilidad, pero esa es la disyuntiva en la que ha sido puesto ahora que debe decidir entre mantener a su Ministro de Gobierno o dejar esa cartera de Estado en manos de los caprichosos intereses de las seis federaciones cocaleras del Chapare.
Hay sectores –tal vez mayoritarios del MAS– que han superado el temor y ahora se atreven a cuestionar públicamente lo que califican como la “dictadura” interna de Evo Morales. Son los llamados “traidores”, cuyo único pecado ha sido poner en tela de juicio la viabilidad de un estilo de conducción partidaria que no admite los vientos de la crítica o el disenso.
Ya en el pasado unos se fueron por “librepensantes” y ahora otros parecen seguir el mismo camino, aunque las consecuencias hoy son muy diferentes a las de antes, entre otras cosas porque, lo quieran o no, el poder interno ha cambiado de mano y existen nuevos protagonistas, con aspiraciones futuras, dispuestos a ofrecer “asilo político” a los expulsados.
El fin del evismo puede estar más cerca de lo que se piensa. Esta vez el pronóstico no es la expresión de un deseo de opositores que se volvieron cadáveres ellos mismos a la espera de ver pasar el de su adversario, sino el de los propios “familiares” que han comenzado a velar los restos de un manejo y una visión política al parecer superada, y que ya construyen el monumento de homenaje con el que pretenden cerrar un largo capítulo de la historia reciente.
Por esos extraños giros que da la política, el presidente Arce podría ser protagonista y testigo principal del fin de una época. Son muchas las cosas que se juegan en los próximos días.
Hernán Terrazas es periodista
@brjula.digital.bo