Más allá de la prensa amarillista –pero principalmente, de la abundante prensa chimentera de Argentina–, el monumental escándalo de violencia contra la mujer del expresidente Alberto Fernández tiene a todos de cabeza y nadie duda ni tiene miramientos para señalarlo como un chanta de cepa y monta. La vergüenza y la desmesura de Fernández ha llegado a niveles tan sórdidos como el hecho de que la exautoridad mantuvo relaciones sexuales nada menos que en el propio sillón histórico desde el cual el primer prócer argentino, Bernardino Rivadavia, declaró a la Argentina una nación libre e independiente.
La ex primera dama, al enterarse de las infidelidades del mandatario –por medio de videos y fotografías en un celular de propiedad de Fernández– le puso los clavos al mandatario, pero antes de darle la estocada final, lo denunció, además, por violencia de género. Nitroglicerina pura que estalló en la política argentina y reventó por los aires al kirchnerismo, que ahora se hace de la vista gorda y cuyos líderes alegan demencia política. Especialmente, la cínica Cristina Kirchner, exvicepresidenta del Gobierno de Alberto.
El problema de fondo, de esta novela escabrosa, es que no es el primer presidente argentino que realizó actos impúdicos o reñidos con la moral en los interiores de las principales instituciones de poder presidencial del país trasandino. Quizás los más escandalosos fueron los cometidos por el emblemático Carlos Menem. Un exmontonero y peronista riojano que hizo de la presidencia una verdadera farandulización del cargo. Rodeado de vedettes famosas del momento, las fiestas y las bacanales fueron el tono habitual, llegando, incluso, a farsear ante los medios nacionales e internacionales la “compra” de un Ferrari de color rojo, supuesto regalo de un empresario italiano para obtener favores en concesiones públicas.
El propio Juan Domingo Perón –siendo cincuentón–, tuvo de amante a una menor de 14 años de nombre Nelly Rivas y a quien ocultó sin rubor alguno el entorno peronista de la época. La niña durmió más de un año y medio junto al presidente peronista en la propia residencia presidencial. La segunda Evita, le decían. La pobre criatura, hija de la portera de la residencia presidencial, terminó internada en un centro para menores delincuentes una vez que Perón fue exiliado tras un golpe de Estado en 1955. Todo bajo las barbas de estos políticos socialistas que se llenan la boca de feminismo e igualdad de género.
Y así, la historia de estos políticos chantas nutren las hojas de la desidia y la inmoralidad a tiempo de ejercer el poder a diestra y siniestra. Sólo investiguemos un poco la vida privada dispendiosa del exmandatario Morales que llevó adelante desde su penthouse ubicado en el mamotreto mal llamado Casa del Pueblo. Un reconocido pedófilo y que hasta ahora no tiene ni un solo proceso abierto en su contra. Ni uno sólo.
El debate, entonces, debería centrarse en pensar posibles salvaguardas que eviten la enorme discrecionalidad, desidia e impunidad con la que pueden portarse estos malos inquilinos del poder en las casas presidenciales e instalaciones edilicias y gobernaciones, entre otras.
Incluso se debería obligar a los huéspedes transitorios del poder, a identificar y aceptar por escrito y previa jura pública, so pena de castigo penal, aquello que se debe y no se debe hacer en una instalación pública para evitar que sea utilizada como covacha.
El tema es tan escabroso que, baste recordar los excesos, por ejemplo, del exprefecto de La Paz y primer yerno de la nación en el Gobierno de Hugo Banzer, “Chito” Valle, que amuebló un dormitorio en la entonces Prefectura paceña, con todos los lujos posibles y se convirtieron en su bulín. Lo más patético es que los abusos de estas instalaciones públicas para la inmoralidad o la extorsión y robo a ciudadanos de a pie se multiplican en municipios y otras reparticiones departamentales y provinciales.
Ni el propio Bill Clinton, expresidente norteamericano, se salvó de haber cometido un acto inmoral en el propio salón oval, donde una practicante de la Casa Blanca le realizó una felatio al hombre más poderoso del mundo. Ni qué decir de las bacanales de Putin, entre otros dictadorcillos de poca monta que hacen de las instituciones públicas sus latrocinios.
Entonces, es realmente imprescindible mejorar los controles institucionales nacionales para evitar la discrecionalidad, el clientelismo, la desidia o el mal uso de los recursos de propiedad de los contribuyentes y que representan los espacios más solemnes de un país. Desde la grabación –audio y video– de todas las reuniones de los funcionarios públicos, hasta la más agresiva fiscalización de los principales cargos a tiempo de hacer uso del cargo y de las instalaciones donde trabajan a diario.
Porque, amable lector, créame cuando le digo que en nuestra política criolla hay más de un chanta como Alberto Fernández.
@brjula.digital.bo