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10/07/2024
Columna Abierta

Acomodando la realidad a la teoría

Carlos Derpic
Carlos Derpic

El 3 de julio pasado, el inefable ministro de Gobierno convocó a una conferencia de prensa, con la clara intención de instruir a los asistentes (y también a los no asistentes, de Bolivia y el mundo) acerca de lo que es un golpe de Estado.

Se refirió a los hechos del 26 de junio de 2024 como “trágicos” y, saliéndole del fondo de su corazón, dijo que “es prioritario imponer la verdad”. A continuación, sin ponerse colorado (ni azul), dijo: “Para quienes no entienden los conceptos doctrinales jurídicos, vamos a poner en pantalla qué es un golpe de Estado en las palabras más sucintas”. Esto podría entenderse también como “imbéciles e ignorantes, saquen una hoja de papel y aprendan lo que es un golpe de Estado”.

Siguió el ministro señalando que un golpe de Estado “es la toma del poder político de manera repentina por un grupo minoritario, empleando la fuerza, la violencia, sin seguir evidentemente las normas legales de sucesión constitucional, sin respetar un estado democrático de derecho”, y agregó: “Existen dos tipos de golpe de estado actualmente, de acuerdo a la doctrina y a la academia: los tradicionales y los golpes blandos (conjunto de técnicas no violentas, manifestaciones sociales por ejemplo, de carácter conspirativo, con el fin de desestabilizar un Gobierno y causar evidentemente su caída”. Agregó que ambos tipos pueden ir entrelazados (un golpe suave puede convertirse en tradicional, como lo que sucedió en 2019, cuando no se respetaron las normas legales de sucesión constitucional, dijo).

Más adelante, preguntó el ministro “¿cómo se efectúan los golpes de Estado, de manera doctrinaria y académica? (habrá seguramente alguna manera no doctrinaria ni académica de efectuarlos), y respondió que no hay un manual al respecto, pero aclaró que todo golpe tiene varias fases: “fase preparativa”, compuesta de dos elementos (sine qua non): la planificación y la conspiración y el segundo (sic) el reclutamiento y la coordinación. “Fase de ejecución”, que consta de cuatro elementos: elección del momento oportuno, ejecución en sí misma, la demostración de la fuerza y el control de la información. “Fase de la consolidación”, que tiene tres elementos: el establecimiento de un nuevo régimen, la normalización y la consolidación del poder.

Hasta ese momento de la conferencia de prensa, el ministro no mencionó un solo tratadista o doctrinario, político ni jurídico, que sostenga lo que, según él, dicen la doctrina jurídica o la teoría política en relación a los golpes de Estado y cómo se efectúan. Y eso se explica porque, sencillamente, ningún politólogo ni ningún abogado que se respeten han escrito semejantes barbaridades. Lo que hizo el gobierno de Arce, por medio del ministro, fue intentar aplicar un manual de planificación estratégica a los acontecimientos del 26 de junio pasado. Es decir, intentó meter, a como dé lugar, la práctica a la teoría; acomodar lo sucedido en la realidad a un “concepto” de “golpe de Estado”, con la vana esperanza de que la ciudadanía (de aquí y de allá) crea a pie juntillas lo que como predicador evangélico peroraba.

Mala idea la del ministro, porque cuando uno revisa la historia de la humanidad, evidencia que primero, siempre, fueron los hechos, y después la teoría que los explicaba. En efecto, los fenómenos naturales se produjeron muchísimo antes que surjan las ciencias que los estudian, ¿o es que, por ejemplo, algún congreso o ampliado de físicos dio lugar a los rayos y a los truenos? Lo propio sucede con los fenómenos sociales, que no son producto de concepto alguno, sino que, ocurridos, dan lugar a conceptos y teorías respecto a ellos. La propia ética (moral teórica, que intenta explicar por qué una acción es buena o mala) surgió después de que las sociedades consideraran a determinados actos como buenos o malos, lo que significa que la ética es posterior a la moral.

Pero, el Gobierno del MAS, probablemente convencido de que el tiempo va para atrás como el reloj de la plaza Murillo, pretende que un acto de insubordinación como el del 26 de junio, en el cual un general amigote del presidente reclamó airadamente por su destitución como comandante de Ejército, se convierta en golpe de estado.

Lo interesante de este nuevo sainete es que afloró algo que la ciudadanía boliviana (y cada vez más la ciudadanía de otros países) ya sabía: Que, en 2019, Evo Morales y sus amigos y amigas huyeron cobardemente de Bolivia y no hubo golpe alguno, sino que éste fue un invento de los huidos para justificar su fuga.

Lo lamentable de esto es que la rabieta del autoproclamado “General del pueblo” y “líder planetario”, le está costando la libertad a varias personas que no tuvieron absolutamente nada que ver con su accionar y se está convirtiendo, nuevamente, en un instrumento para desatar una ola represiva que, por el momento, ha involucrado a varios militares y a algunos civiles, pero amenaza extenderse a activistas de derechos humanos y a la oposición política. Esto es algo que nadie quiere y que nadie debería aceptar.




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