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Ojo en tinta | 23/07/2024

A Maduro, este domingo 28, sólo le quedan tres caminos: Golpe, golpe o golpe

Javier Medrano
Javier Medrano

Una verdad contundente: la dictadura de Nicolás Maduro y de Diosdado Cabello tiene fecha de caducidad, domingo 28 de julio. Las elecciones presidenciales que se llevarán a cabo en Venezuela, de acuerdo a varios estudios –no todos confiables, por supuesto, por tratarse de una  sociedad censurada por un régimen intolerante que comenzó con el militar mafioso Hugo Chávez–, aseguran una victoria masiva y aplastante de la oposición liderada por María Corina Machado.

Machado es una mujer que contra viento y marea le hizo cara a un sistema pseudosocialista, pernicioso y miserable. Estos vándalos chavistas, primero, maduristas, después, apresaron, persiguieron, asesinaron, armaron milicias civiles que en motocicletas arrasaron con todo y asolaron a su paso a quien se osara ponerse de frente. Barrios enteros quedaron bajo milicias armadas y la tierra de Simón Bolívar se convirtió en un pozo séptico. Van a ser más de 23 años de dictadura, 13 con Chávez y 10 con Maduro. La gente se extenuó.

Pero el camino no es tan fácil. La victoria de Machado y su candidato presidencial Edmundo González abrirá las puertas a una catástrofe, la convulsión social.

A Maduro le quedan tres caminos: El primero, y el más obvio, desconocer los resultados electorales y propiciar un golpe de Estado en contra del voto popular. Escenario que, nuevamente, agitará a las masas y provocará caos, persecución y, muy probablemente, asesinatos. Un escenario muy preocupante.

El segundo camino, es armar un fraude electoral monumental. No olvidemos que ya lo hizo y de una manera descarada en 2013. El origen dudoso de su primer triunfo electoral, con el 50,61% de los votos, frente al 49,12% obtenido por el opositor Henrique Capriles y, luego, el segundo –reelección presidencial no reconocida a nivel internacional en 2018– que marcó la instauración de un Gobierno espurio y calificado como el peor que ha tenido Venezuela en toda su historia contemporánea.

¿Por qué no habría de volver a hacerlo? Porque esta vez, todo el mundo estará mirando este proceso, incluidos observadores in situ, de varios países. Casi todos están conscientes de que Maduro es un cadáver político en la región, incluidos sus compadres del Grupo de Puebla. Este golpe madurista dejaría en jaque mate a los presidentes Lula, Ortega, Petro y Arce. Boric de Chile ya se desmarcó y Cuba ya no existe. Este golpe, sin embargo, abriría las puertas del descontento social y, otra vez, el terreno estaría abonado para un choque social entre las milicias armadas maduristas y el pueblo venezolano. Un segundo camino plagado de tragedia.

La tercera opción, disolver toda la precaria y casi inexistente institucionalidad venezolana y constituirse de lleno en una dictadura, al más puro estilo de Ortega en Nicaragua. Todo al fuego. Senda que, otra vez, abriría las puertas del infierno plagado de revoltijos sociales y económicos descomunales; de un marginamiento internacional y de una presión mundial para volver a la democracia en Venezuela. Maduro sería un paria en la región.

Quizás, y solo quizás, quedaría un cuarto camino: reconocer los resultados electorales y negociar, previamente, un exilio dorado de Maduro y sus secuaces en Cuba, Nicaragua, China o Rusia. Pero aun así, si se decidiese por este camino, el caos estaría asegurado por el enorme trabajo –durísimo y muy peligroso– de desmontar semejante estructura de corrupción y milicias armadas que durante 23 años se alimentaron, cuál garrapatas, de los gigantescos recursos petroleros venezolanos, llevando a la brutal quiebra de toda la matriz energética de PDVSA, con la sombra incómoda del tirano victimizado que generaría propaganda y desestabilización foránea e interna. Algo que los expresidentes y compadres Morales, Correa, Zapatero entre otros hacen todos los días en la región.

Cabría preguntarse: ¿Tiene Venezuela futuro? Ojalá que sí, pero el costo tomará, por lo menos, unos 15 años de reconstrucción económica, reconciliación social y reestructuración institucional. Una tarea para políticos gigantes y hombres y mujeres corajudas. 

Nadie debería dudar que los venezolanos –tanto en términos demográficos como tecnológicos y de capacidad– son valiosísimos y su valentía forma parte del espíritu de su gente, conocida por sus grandes audacias. Pero ese brío y vigor por sí solos, sin un sentido compartido de una reconstrucción de democracia e institucionalidad, puede hundir en un abismo de discordia y violencia peligrosa, cualquier proceso mínimo de mejora.




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