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La curva recta | 10/12/2023

40, 73, 100 años de soledad

Agustín Echalar
Agustín Echalar

La noticia de la semana pasada, con repercusiones internacionales, ha sido la detención y el inicio de un juicio contra Manuel Rocha, exembajador de Estados Unidos en Bolivia y ex encargado de negocios en Argentina, bajo los cargos de una asociación non sancta nada menos que con Cuba, el país más antagónico al “imperio” norteamericano.

En la patria más de uno ha dedicado sus columnas a recordar el paso por nuestro país del ahora famosísimo personaje y se ha recordado su participación nada diplomática en las elecciones del año 2002. Algunos, con justa razón, creen que esta, a la luz de los hechos, debe ser reinterpretada. Se cree ahora que Rocha habría ayudado a Evo en las elecciones con un comentario desatinado y que esa acción podría haber sido una consigna cubana (por el otro lado, pudo tratarse de lo que Rocha hizo a lo largo de su vida, tratar de mostrarse lo más antiizquierdista posible para ocultar lo que guardaba en el corazón).

Los comentarios publicados esta semana, y los escuchados en cafés, son valiosos e interesantes, inclusive el exabrupto de Evo Morales, que no tiene pies ni cabeza, pero que refleja no solo su pobre orden mental sino su desazón al descubrir que quien personificaba para él el mal, era nada menos que un compañero de lucha por “la revolución”.

Me he enterado que algunos amigos de Rocha de sus tiempos diplomáticos están desolados al verlo desenmascarado como un enemigo de su país. Vale decir del país que lo cobijó, y que le dio todas las oportunidades, hasta colocarlo en uno de los peldaños más altos de la pirámide social. También me he enterado que con el personal local de la embajada norteamericana era muy displicente (talvez detestaba a quienes trabajaban para el “imperio”, porque él, a pesar de las apariencias, estaba haciendo lo contrario).

De lo poco que he leído de su vida, Rocha se perfila como un personaje que, más que un canalla, y a pesar de su exitosa vida, es tal vez ante todo una víctima, tuvo que fingir, ante todos, posiblemente aún ante sus seres más queridos, durante 40 años, lo que no era. Tal vez este fingimiento empezó mucho antes, cuando tuvo que acomodarse a la realidad de su país de adopción para superar las diferencias culturales, sociales y económicas de su origen y para mitigar el racismo que tuvo que enfrentar.

Rocha en la Bolivia de principios del milenio era el hombre más poderoso del país, pero no podía mostrarse ante nadie como realmente era (si la acusación que hay contra él tiene fundamentos, no olvidemos la presunción de inocencia).

Habrá que esperar a conocer la versión del acusado. ¿Realmente fue fiel al castrismo durante cuatro décadas?, ¿fue fiel solo al principio y luego se convirtió en un rehén de su pasado? Si alguna vez publica sus memorias estas serán de seguro interesantísimas y tal vez lo exculpen de un delito que de ser probado en las cortes norteamericanas lo llevará a la cárcel hasta el fin de sus días.

La vida de Rocha da para una gran obra literaria sobre política, espionaje y soledad, a pesar de vivir una vida completa, con familia bien estructurada, con enormes éxitos profesionales, con poder. Mario Vargas Llosa debería reconsiderar su retiro o Rafael Dumet podría ponerse manos a la obra para contar sobre “el espía del patriarca caribeño”.

¿Fue determinante para la historia de nuestro país el paso de Rocha por la embajada norteamericana en la Av. Arce? Posiblemente si, los masistas tal vez deberían retirar el esperpéntico monumento al Che que hay en la Ceja de El Alto y dedicarle uno al hombre de Castro en el Foreign Office.

Este episodio contiene una gran lección, no se puede saber lo que verdaderamente pasa al interior de las personas ni tampoco por qué esto sucede. Lo importante es, como dije, entender que un canalla puede también ser una víctima. Por eso, antes de juzgar a una persona, es talvez muy importante ponerse en los zapatos de esta.



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