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Ojo en tinta | 09/07/2024

36 millones de hispanos le bajarán el dedo a Trump o a Biden

Javier Medrano
Javier Medrano

El último debate presidencial entre Joe Biden –presidente de Estados Unidos– y el exmandatario Donald Trump encendió las alarmas en la política de ese país; el Partido Demócrata no pudo ocultar la senectud de su candidato, mientras los republicanos no lograron frenar el odio y resentimiento de su desbocado candidato.

La pelea por liderar a uno de los países más poderosos del mundo está entre un anciano y un convicto de la ley. Ya el escritor británico Niall Ferguson, en un extraordinario libro (Coloso, auge y decadencia del imperio americano) advierte que Estados Unidos sufre –tal como le pasó a la China imperial hace 200 años– de un sistema político caótico causado, en muchos casos por enormes aparatos burocráticos y por un marcado olvido de problemáticas graves al interior de sus propias fronteras (mientras prioriza la incursión en otros países).

La abolición de derechos progresistas, como el que garantizó a las mujeres decidir sobre su propio cuerpo, y la exaltación de políticas retrógradas que permiten que los ciudadanos comunes porten armas de fuego, o el masivo consumo de drogas y alcohol de parte de la población, son síntomas que para Ferguson se deben leer como elementos claros de una decadencia estadounidense. Un país cuya expansión, no sólo a través de la territorialidad sino del pensamiento, impregnó en el planeta la falacia de ser la nación de las libertades y de un sueño que, cada vez más, se convierte en una pesadilla.

El analista británico también alerta que así como Estados Unidos debe asumir un desafío descomunal de equilibrios políticos, sociales y económicos internos, su principal rival histórico, Rusia, tampoco escapa a esta descomposición. Para muchos historiadores, Rusia se presenta como un imperio sobrevalorado. De una potencia tiránica y asesina bajo el puño de hierro de Stalin pasó a ser una potencia mafiosa liderada por un criminal y corrupto Putin y cuya guerra con Ucrania desnudó a un Ejército Rojo ineficiente y anticuado. No en vano salió a pedir ayuda y se rindió a los pies del nuevo imperio dominante en el mundo: China. 

Pero hay un dato más que hace de este análisis, una mirada interesante. Estados Unidos será en un futuro próximo un país de minorías. Sólo el voto hispano representa la friolera de 36 millones de electores, que el 5 de noviembre saldrán en masa a sufragar en contraste con la histórica apatía del elector norteamericano. No se sabe cómo afectará a Donald Trump, que sueña con “hacer América grande otra vez” y expulsar del país a millones de inmigrantes.

Es preciso recordar que Biden llegó a la Casa Blanca respaldado por seis de cada diez latinos que votaron en las anteriores elecciones presidenciales, pero que hoy hay serias dudas de que pueda contar con este mismo apoyo. Trump, a pesar de su dura retórica antinmigrante y en ocasiones abiertamente racista, gana en popularidad entre los jóvenes votantes de la comunidad hispana, cuyos padres y abuelos tradicionalmente apoyaron de forma mayoritaria a los demócratas.

De acuerdo a un sondeo elaborado por The New York Times, en 2016 solo el 28% de los latinos votó por Trump. En 2020, fue el 38% y, este año, el republicano podría obtener el 46% de los apoyos, un 6% más que Biden. Los hispanos son suficientes para inclinar la balanza hacia cualquiera de los lados, pero nada es fijo o para siempre y en política todo puede pasar. 

Los latinos con derecho a voto son la primera minoría del país por delante de los afroamericanos. Son el segundo grupo étnico que más ha aumentado y que sólo fue superado por los asiáticos (15% de crecimiento).

La elección de noviembre se definirá en seis Estados. Es ahí donde la batalla por el apoyo hispano será especialmente dura. En la lista están Arizona, Georgia, Michigan, Nevada, Pensilvania y Wisconsin. En su conjunto, esos estados suman 77 de los 270 votos necesarios para llegar a la Casa Blanca. En cada uno de estos territorios, los dos partidos se han lanzado a la conquista de un voto que ni es uniforme ni está asegurado. La mayor falacia sobre los latinos es creer que actúan monolíticamente. Antes, quizás. Ahora son dispersos, contradictorios y muy pero muy desinformados.




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