Domingo 21 de febrero de 2016, horas 23:05. Katia Uriona, presidenta del Tribunal Supremo Electoral anunciaba, en conferencia de prensa, el resultado del referéndum constitucional mediante el cual Evo Morales pretendía habilitarse a un cuarto mandato (con sabor a reelección indefinida), cosa expresamente prohibida por la Constitución –de hecho, Morales ya la había violado para conseguir su tercer periodo–.
Se dice que, como restaba por conocerse el cómputo de un 0,4% de las actas, el resto de los miembros del pleno intentaron persuadir a la titular de no hacerlo, probablemente para forzar un cambio de la tendencia que terminara favoreciendo a Morales, personaje a quien eran (son) proclives. Pero su presidenta decidió seguir adelante –los rostros de quienes la flanqueaban son absolutamente elocuentes de la contrariedad que les embargaba– y Bolivia se informaba sobre el triunfo del “No” a la aviesa intención del entonces gobernante.
Quienes enarbolamos la posición democrática salimos a celebrar ruidosamente la victoria; mientras tanto, en la acera del frente comenzaban a desmontar los escenarios que habían armado, seguros de que el “Sí” arrasaría, pese a que todas las encuestas señalaban que la opción contraria era la predominante, incluso con una distancia mayor de la que los resultados oficiales difundieron.
La “seguridad” de un resultado favorable de la que el régimen se ufanaba, no era, sin embargo, proveniente de las encuestas, sino de la habitual suficiencia con la que Morales ninguneaba a sus contrarios, proclamando que los (nos) iba a “revolcar” con un 70% –con guiño al TSE–. Tal era su “confianza” que no dudaba en indicar que, si perdía, así fuera por un voto, se retiraría a su chaco en el Chapare.
Una vez consolidado el triunfo del “No”, Morales, con cara de pocos amigos, afirmó que iba a respetar la decisión de la ciudadanía, aunque su cerebro gris, Álvaro García Linera, la relativizó calificando el resultado como “empate técnico”.
Cabe remarcar que la idea de un referéndum “habilitante” para el jefazo se activó prácticamente desde el inicio de su periodo extra (el tercero), de suyo inconstitucional, cuando ya tenía cinco años más en el bolsillo por delante, pero, nuevamente, la Constitución se interponía en su aspiración de sumar otros cinco, y otros cinco, y otro cinco hasta dejar sus huesos en el horrible edificio que mandó a construir para su glorificación eterna.
Lo que siguió forma parte las páginas más ominosas de nuestra historia: a la manera de Hugo Chávez quien había también perdido en una consulta popular, pero torció la decisión ciudadana reformando la Constitución venezolana para prorrogarse ad infinitum –providencialmente la parca se lo recogió, aunque su sucesor va por el mismo camino– el MAS usó tal franquicia inventando un supuesto derecho humano a la reelección indefinida al que un servil Tribunal Constitucional dio curso legal.
Tal atrabiliaria acción acabó por pasar factura a su gestor en noviembre de 2019 cuando éste, fraude mediante, intentó burlarse una vez más de los bolivianos. Al no conseguirlo, huyó despavorido dejando instrucciones para asfixiar a las ciudades mediante el desabastecimiento alimentario.
Al cabo de los años, la impronta del 21-F continúa vigente. Los propios masistas, olvidando que fueron cómplices suyos en su desconocimiento y en el posterior fraude, reprochan a Morales el haber desoído la voz de la ciudadanía.
Hoy, aquel tiranuelo que quiso perpetuarse en el poder recurriendo a los recursos más bajos, intenta recobrar fuerza desde su reducto chapareño con la intención de retomarlo. La fuerza del 21-F se lo impedirá una vez más.