La oposición, en cambio, consiguió su objetivo. La decisión de no participar en las primarias evitó que se consumara el propósito gubernamental de convertir el proceso en un certamen para ver quién era el más fuerte o cuál era el partido que tenía mayor militancia. Como no había punto de comparación, al MAS sólo le quedó compararse con sí mismo y salió perdiendo.
Más allá de los resultados de la jornada del domingo, lo cierto es que las primarias marcaron el arranque de la campaña. Para el MAS se trata de un comienzo débil y polémico. Hace poco el presidente Evo Morales auguró que el 27E abriría “con su voto un nuevo ciclo de cambio por un presente y futuro seguros” y que quedaría atrás “el 21-F del pasado oscuro”. Lo cierto es que el 27E terminó de evidenciar que el ciclo del 21F permanece abierto y que las dudas sobre la legalidad de la habilitación del mandatario se mantienen.
El gran adversario de Evo Morales no es Carlos Mesa, sino el rechazo mayoritario de la gente a su reelección, lo que ha dado lugar a que se geste un movimiento –no organizado, pero altamente efectivo– que se manifestó de diversas maneras durante los últimos dos años y que ha elegido concentrarse en torno a la figura del candidato que aparece como mayores posibilidades de derrotar a Morales. No es la adhesión a un proyecto, sino a una causa que tiene como eje la defensa de la democracia.
Para el MAS y el gobierno fue casi siempre fácil descifrar y derrotar al enemigo, en la medida en que este asumía o se expresaba a través de un partido político o un liderazgo tradicional con intereses más o menos particulares, pero desde el momento en que tuvo que enfrentar a una “corriente democrática” de rostro múltiple, comenzaron los sucesivos fracasos.
Evo Morales comenzó a perder credibilidad y fuerza cuando se estrelló contra una sociedad que decidió que iba a reivindicar la necesidad de defender la democracia en distintos y sucesivos momentos: en las urnas el 21 de febrero de 2016, en las calles esporádicamente desde entonces y en las redes sociales de manera sistemática y permanente.
Frente a este fenómeno la apelación a los ejes tradicionales de la propaganda gubernamental –obras, cifras y demás– es insuficiente. La imagen del gobierno benefactor no funciona más. Las obras son una obligación y no un gesto de buena voluntad, mucho más en una coyuntura de ingresos cuantiosos para el país.
Tampoco funcionan los esquemas de polarización que fueron tan útiles para los estrategas del MAS desde los tiempos, ya lejanos y irrecuperables, de la campaña de 2005, cuando las oposiciones k’aras e indios, pobres y ricos, neoliberales y socialistas eran funcionales al interés de Evo Morales y lo ubicaban en el lado positivo de esa confrontación conceptual.
Hoy la gran polarización se establece entre democracia y autoritarismo, alternabilidad y reelección, dos campos en los que Evo Morales y el Movimiento al Socialismo están en completa desventaja.
Un gobierno que ya lleva 14 años de ejercicio continuo del poder no puede autodefinirse como una alternativa de futuro, porque en los hechos representa el pasado, como ocurre con cualquiera de los líderes políticos o partidos sobre los que recae, muchas veces injustamente, el estigma de “tradicionales”.
Mientras más se aferre Evo Morales al poder, mayor será su debilidad y menor el respaldo que obtenga de la población. La gente claramente está del lado de la democracia. No es severa en el juicio histórico a Evo Morales. Es más, reconoce lo bueno de su gestión, pero considera que “ya fue” y que ha llegado el momento del cambio.
En ese escenario desconocido para el gobierno y ajeno a sus aprendizajes políticos, no hay medida, decisión o gesto que modifique las tendencias, como seguramente se verá en los meses que siguen.
Si se hace una comparación con lo que ocurre en Venezuela, donde Maduro ya fue derrocado por una rebelión democrática, pero se aferra al poder con el abuso y la prepotencia de las armas y la represión, de alguna manera también Evo Morales comenzó a perder el apoyo ciudadano cuando desconoció la decisión de los bolivianos reflejada en el voto por el NO del 21 de febrero de 2016.
Cuando el poder se desgasta irreversiblemente, su ostentación es patética y a veces trágica. Si bien ya no será posible la inhabilitación del binomio que ingresó al escenario electoral por la fuerza, al menos cabe esperar que su eventual derrota no detone una desesperada e inútil salida antidemocrática.
Hernán Terrazas es periodista.