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Mundo | 10/05/2024

|OPINIÓN|Ningún pueblo puede vivir eternamente en guerra|Henry Oporto|

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Henry Oporto

Robert Brockmann, en su artículo publicado en Brújula Digita y titulado El punto sobre la jota, de aguda crítica a otro de Alfonso Gumucio Mi causa palestina, demuestra con rigor y elocuencia, que la existencia del Estado de Israel es legítima; tanto como su derecho de defensa frente a los ataques árabes y más recientemente del islamismo fundamentalista.

Los logros económicos, tecnológicos, políticos y militares de Israel son asombrosos, lo mismo que su tenacidad y capacidad de lucha. La presencia y fortaleza del Estado de Israel en el convulso Medio Oriente es esencial para la defensa de la libertad y la democracia y en general de los valores de la civilización occidental, pero también como contrapeso geopolítico a las potencias árabes y en particular al amenazante Irán.

No obstante, nada de ello debe llevarnos a ignorar la calamidad humanitaria que provoca la invasión de Gaza y la política expansionista de Netanyahu y la ultraderecha israelí, motivada más por afán de castigo y un empeño inconfesable de aferrarse al poder (una forma de eludir la acción de la justicia); incluso el deseo inequívoco de vaciar Gaza de población palestina.

Sobre el deseable final de esta guerra, Brockmann apunta: “Y en cuanto a que esta termine, dicen que una guerra que no resuelva el conflicto que la causó, habrá sido una guerra en vano”, lo cual parece sugerir la inevitabilidad de la continuidad del conflicto bélico y los sufrimientos sobrevinientes, amén del riesgo de escalamiento a una guerra regional.

Yo digo, ¡cuidado con esta postura! No perdamos de vista que la guerra, al fin y al cabo, es un medio militar para lograr objetivos políticos, y la pregunta es si, con la dinámica actual, se están logrando esos objetivos. Quienes nos interesamos sinceramente por la suerte de Israel debemos preocuparnos por el peligro de aislamiento y erosión del poderío israelí a raíz de una operación militar con un costo humano tan elevado y cada vez menos asumible por la comunidad internacional. Considérese, también, el efecto divisivo que tiene la guerra en Gaza  en Estados Unidos, Europa y otros países democráticos.

Escuchemos al historiador israelí Yuval Harari: “Netanyahu ha logrado descarrilar incluso nuestras relaciones con Estados Unidos y las generaciones más jóvenes de todo el mundo ven ahora a Israel como un país racista y violento que expulsa a millones de sus hogares, mata de hambre a poblaciones enteras y mata a muchos miles de civiles sin mejor motivo que la venganza. Los resultados se sentirán no sólo en los próximos días y meses, sino durante décadas en el futuro”. Añade: “...Esa catástrofe humanitaria en Gaza exacerba la crisis regional, además empeora la situación en Cisjordania, y eso debilita nuestras alianzas con las democracias occidentales, dificultando que países como Egipto, Jordania y Arabia Saudita cooperen con nosotros”.

Israel, por haber sido víctima del Holocausto, está llamado, más que nadie, a guiarse por una brújula moral diferente, que ponga fin a la crisis humanitaria en Gaza y comience a reconstruir su posición internacional. Debe oír las voces que señalan que Israel está amenazada no únicamente por el antisemitismo, sino por sus propias decisiones y actitudes. Y que su interés nacional, incluso su supervivencia, puede depender de un cambio de política hacia los palestinos. De lo contrario, es posible que el destino de Israel no sea ni la paz ni la seguridad; sino la guerra perpetua.

La delicada situación en Medio Oriente requiere de políticos que dispongan de visión e imaginación y que, más allá del presente, miren al futuro. Y tal vez nunca más oportuno recordar las palabras del inmolado líder egipcio Anwar Sadat, pronunciadas en mayo de 1979 en la Universidad Ben Gurión: “El reto que tenemos ante nosotros no consiste en lograr una victoria aquí o allá, consiste en construir una estructura viable para la paz, para nuestra generación y las generaciones futuras. El fanatismo y la superioridad moral no son una respuesta a los complejos problemas actuales. La respuesta es la tolerancia, la compasión y la magnanimidad. No seremos juzgados por las posiciones intransigentes que adoptemos, sino por las heridas que curemos, las almas que salvemos y el sufrimiento que eliminemos”.

Sadat fue el gran artífice de los acuerdos entre Egipto e Israel, que abrió el período de paz más prolongado en Medio Oriente.

Henry Oporto es sociólogo.



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