Existen leyes que establecen límites para la guerra, que hacen, por ejemplo, que un país que se enfrenta a un objetivo militar importante o una derrota inminente deba renunciar al uso de ciertas armas o métodos porque lo prohíbe una ley internacional.
Una familia palestina camina entre los escombros de los edificios alcanzados en un bombardeo israelí.EFE/Mohammed Saber
Brújula Digital |21|11|23|
Especial de Jorge Patiño Sarcinelli
La guerra es como el tango; no la hay si no hay dos. Dos países, dos ejércitos, dos alianzas son los modelos clásicos que motivaron la redacción de leyes cuyo objeto es limitar los excesos de los conflictos armados sobre la población civil, así como el trato cruel de prisioneros de guerra, la prohibición del uso de armas químicas, etc.
Existen leyes que establecen límites para la guerra, que hacen, por ejemplo, que un país que se enfrenta a un objetivo militar importante o una derrota inminente deba renunciar al uso de ciertas armas o métodos porque lo prohíbe una ley internacional. Es como no golpear al oponente debajo de la cintura, excepto que en el caso de la guerra el árbitro no puede detener la pelea.
“Las leyes de la guerra no están concebidas para proscribir por completo la lucha, ni siquiera para prohibir todos los asesinatos de civiles. Más bien, establecen unas condiciones para una situación en la que nuestras normas morales habituales, como ‘no matar a otros seres humanos’, han sido suspendidas y nuestras formas habituales de resolver desacuerdos han fracasado. En la práctica, los actos de guerra pueden ser horribles sin ser necesariamente ilegales”, escribe Amanda Taub en el New York Times.
El conflicto en Medio Oriente no encaja en el modelo clásico de guerra. No hay dos países, no hay dos ejércitos formales, no hay la perspectiva de una paz negociada entre las partes, de un armisticio o de una rendición, etc. Ambas partes niegan el derecho a existir de la otra. Uno de los lados tiene una fuerza infinitamente superior a la otra y su objetivo no es derrotarla, sino liquidar a todos sus miembros armados.
Guerra formal o no, las repercusiones mundiales del conflicto han vuelto a traer al debate la cuestión de las leyes de la guerra, que, como casi todo lo que vemos ahí, nos llama irresistiblemente a la reflexión de lo inmediato a lo trascendental y se resiste a las simplificaciones.
Los principales hechos, desnudos de lecturas, son de conocimiento público. Primero, el 7 de octubre un grupo de guerrilleros de Hamás asesinó brutalmente, y sin que haya habido una advertencia o declaración de guerra, a 1.200 ciudadanos israelitas, entre ellos mujeres, niños y ancianos; así como a unos doscientos soldados y se llevó de rehenes a 240 (cuya suerte se desconoce). Formalmente, no había una guerra entre Hamás e Israel, pero si se pudiera aplicar el concepto, no hay duda de que fue un horrendo crimen de guerra. Independientemente de los antecedentes y objetivos que haya tenido Hamás para su ataque, sobre esta tipificación no hay muchas dudas. Si esos soldados no terminarán en un banquillo de acusados es porque probablemente serán antes acribillados.
El segundo hecho, y al que dedico esta discusión, es una serie de acciones militares que ha venido ejecutando Israel en la Franja de Gaza, entre bombardeos aéreos y otras, que han causado hasta esta fecha, más de trece mil muertos en la población palestina -diez palestinos por cada israelita muerto-, entre los cuales están también ancianos, mujeres y niños; así como periodistas, funcionarios de la ONU, etc. Sin embargo, a pesar de la cantidad de muertos civiles, se sostienen en este momento dos lecturas en conflicto.
La primera se basa en la premisa de que Israel tiene derecho a defenderse y, para eliminar la amenaza latente que pesa sobre su población -la existencia de Hamás- necesita perseguir y eliminar físicamente a todos sus miembros. Como estos están, a diferencia de una guerra convencional, mimetizados en la población y quizá escondidos debajo de hospitales, como alega Israel, y otras edificaciones civiles, usando a la población civil como escudo, esas muertes son causa indeseada pero inevitable de esa defensa. Aquí, cabe notar que el uso de civiles como escudo es también un crimen de guerra.
Qué dice la ley
Las acciones de Hamás merecen la condena casi unánime, al menos en Occidente, pero las acciones del Ejército de Israel están también siendo objeto de duras condenas por parte de observadores conocedores de la materia. Por ejemplo:
¨La ONG Human Rights Watch (HRW) instó este martes a investigar “los repetidos ataques, aparentemente ilegales, del Ejército israelí a instalaciones sanitarias, personal y transporte médicos” que, aseguró, podrían constituir “crímenes de guerra” (BBC).
“Impedir el acceso de los civiles a artículos esenciales para su supervivencia, como agua, alimentos y medicinas, equivale a un castigo colectivo y es un crimen de guerra”, concluyó HRW, que apeló “a las partes en conflicto” a “facilitar el paso de ayuda humanitaria imparcial para todos los civiles necesitados” (BBC).
La lectura de algunos artículos de la Ley internacional sobre esta materia apoya la tesis de HRW:
“Norma 13. Quedan prohibidos los ataques por bombardeo, cualesquiera que sean los métodos o medios utilizados, que traten como un objetivo militar único varios objetivos militares (…) en la que haya una concentración análoga de personas civiles o bienes de carácter civil.”
Otras disposiciones similares condenan de manera clara toda acción militar indiscriminada que cause víctimas entre la población civil.
“Norma 11. Quedan prohibidos los ataques indiscriminados.
Norma 12. Son indiscriminados los ataques: (…) c) en los que se emplean métodos o medios de combate cuyos efectos no sea posible limitar como exige el derecho internacional humanitario; y que, en consecuencia, pueden alcanzar indistintamente, en cualquiera de tales casos, tanto a objetivos militares como a personas civiles o bienes de carácter civil”.
Sin embargo, como lo ha admitido el primer ministro Benjamín Netanyahu en una entrevista a CBS, “el Ejército Israelí no ha tenido éxito en minimizar las víctimas civiles, pero culpa a Hamás por exponer a civiles al peligro”. No se sabe cuánto lo han intentado, pero la apreciación, incluso de su mayor aliado, EEUU, es que “demasiados civiles palestinos han sido muertos” en palabras del secretario de Estado Antony Blinken.
Más grave aún, el director de la oficina en Nueva York del Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos, Craig Mokhiber, dimitió afirmando que las acciones militares de Israel en Gaza son un “genocidio de manual”. “Gaza se ha convertido en un cementerio de niños, asegura la ONU”. Detrás de esta constatación hay una infinidad de dolores.
Se ha sumado nuestro país, que ha firmado estos días, junto con Sudáfrica, Bangladesh, Islas Comoras y Yibuti –uno de los grupos de países más improbables de la historia– una petición para que la Corte Penal Internacional investigue si las acciones del Ejército de Israel constituyen crímenes de guerra.
La guerra de valores
Quisiéramos creer que hay en el Gobierno de Israel un pesar genuino con ese exceso de muertes, pero las declaraciones de Yoav Gallant, ministro de Defensa, dos días después de los atentados, al describir cómo planeaba el Ejército israelí erradicar a Hamás en Gaza (“estamos luchando contra animales humanos y actuamos en consecuencia”) y las de la esposa de Netanyahu (“no los llamo animales humanos porque sería insultar a los animales”), hacen dudar de que haya ese pesar o el cuidado en evitarlo.
Es muy triste que un pueblo que ha sufrido lo indecible en manos de otro que lo consideraba inferior se dé la vuelta y a su vez considere inferior a un tercero y poco importantes sus vidas.
Estas declaraciones son particularmente brutales, pero en el imaginario occidental prevalece el orientalismo asimétrico que asocia Oriente a la barbarie. Dice un historiador: “Las victorias de Grecia contra Persia fueron las victorias del intelecto y la libertad contra el materialismo y el despotismo”. Esa vieja idea orientalista, como la caracterizaría Edward Said, no ha muerto. El propio presidente de Israel lo decía un artículo reciente: “Esta no es solo una guerra entre Israel y Hamás (…), esta colisión de valores se está produciendo no sólo aquí, en Israel, sino en todas partes”.
La que vemos es otra cruzada de Occidente contra los supuestos bárbaros infieles; lo que permite que muchos vean las muertes palestinas como un costo justificable de una defensa no solo de un país, sino de valores superiores. Esta justificación moral se ve reforzada con el apoyo incondicional de Estados Unidos. En virtud de las leyes Leahy, “Estados Unidos prohíben proporcionar ayuda de seguridad a cualquier unidad que sea acusada de forma creíble de haber cometido una violación grave de los derechos humanos”, pero estas leyes no han llevado hasta la fecha a ninguna sanción contra Israel, que ha venido recibiendo apoyo militar irrestricto sin que haya motivación para crear un camino hacia la paz.
Lo contrario, dice Josh Paul, funcionario del Departamento de Estado que dimitió tras denunciar que Israel está usando armas estadounidenses para masacrar a la población palestina: “hemos proporcionado a Israel la seguridad de que puede emprender iniciativas cada vez más destructivas, como la expansión de los asentamientos ilegales en Cisjordania, sin consecuencias reales. Al mismo tiempo, Israel se ha convertido en líder mundial en exportación de armas y cuenta con uno de los Ejércitos tecnológicamente más sofisticados del mundo”.
Paul se refiere a los asentamientos de Israel como una violación de la Resolución 2334 de las Naciones Unidas. Esta se refiere a “la situación de los asentamientos israelitas en los territorios palestinos ocupados desde 1967, y afirma que dichos asentamientos “no tienen validez legal” y los califica como una “flagrante violación” del derecho internacional, demandando a Israel detener tales actividades…”. (Wikipedia).
Podríamos aquí extendernos en las citas que caracterizan diversas formas de violencia contra la población civil como crímenes de guerra, pero sospecho que en todas ellas hay margen de interpretación que sería usado por los abogados de defensa en un juicio. Sin embargo, los generales israelitas no tienen que temerlo. Los ganadores nunca van a juicio por crímenes de guerra.
Después de la Segunda Guerra, oficiales alemanes y japoneses –ninguno de ellos un ángel de bondad– fueron juzgados y muchos condenados, pero el general norteamericano que ordenó lanzar las bombas sobre Hiroshima y Nagasaki, donde murieron entre 130.000 y 220.000 civiles, nunca fue juzgado, a pesar de que la justificación de acelerar el fin de la guerra o mostrar a Rusia el poderío militar estadounidense difícilmente justifica el número de muertos civiles.
Conclusión
Por encima de preciosismos legales, que seguramente entrarían en un hipotético juicio contra Israel por crímenes de guerra, de lo que no cabe duda es que el sufrimiento de la población palestina, de hoy y de antes, es moralmente inaceptable. Así como para entender el drama que ahí se desarrolla debemos reconocer el trauma ancestral judío, hay que poner en la balanza de la comprensión el sufrimiento de madres y padres palestinos que llevan en brazos a un niño muerto por un bombardeo, que ellos no han hecho nada para provocar. En este momento la mayor responsabilidad recae sobre los que pueden impedir que se sigan cometiendo estos crímenes.
BD/RPU
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