Brújula Digital|13|03|24|
Joshua Bellott
El objetivo del presente artículo es responder a Jorge Patiño (Brújula Digital|11|03|24|) y su crítica a los que denominó “tres mosqueteros”: Ronald Maclean, Jaime Dunn y yo.
Con claridad debo especificar que la de Patiño fue una crítica a las personas, concentrándose muy poco en el contenido de la carta, que no fue enviada solo a los organismos internacionales que financian irresponsablemente obras, sino también a la ciudadanía en general. La viveza criolla, por un lado, y el desconocimiento del trasfondo económico, por otro, se hacen latentes en una crítica superficial y mal intencionada que no aporta de ninguna manera al debate sobre el excesivo endeudamiento del país y sus consecuencias, que en realidad es la médula del mensaje que se quiso transmitir.
Por supuesto no puedo reclamarle nada al señor Patiño sobre el argumento que acabo de mencionar porque no tiene preparación como economista, pero sí es decepcionante leer una crítica incoherente que no cumple con lo mínimo en cuanto a ideas apegadas a la lógica.
El señor Patiño nos dice, en su interpretación literal, que estamos saboteando el desarrollo del país y yendo contra del Gobierno, apoyado en el argumento falaz de que este cuenta con apoyo popular, como si eso le diera carta blanca para hacer lo que le venga en gana y destruir el país y su economía. Si nos acusa primero de saboteadores, no es posible que nos diga luego que somos cándidos y que ningún organismo tomará en cuenta nuestro reclamo; entonces, su crítica no tiene sentido. Por lo tanto, su único objetivo parece haber sido defenestrar a los mensajeros.
Pero después dice que nuestro esfuerzo es insignificante porque los firmantes de la carta no representamos a nadie. Y entonces, si somos tan insignificantes, ¿por qué se esfuerza en criticarnos?
Pero dejando de un lado la intención de un “chaleco” que no entiende ni lo que escribe, es importante reivindicar el verdadero sentido de la carta, que es advertir al pueblo boliviano de los verdaderos riesgos que implica el sobreendeudamiento irresponsable del Gobierno.
Nuestros padres y abuelos no necesitan nuestras advertencias porque ya vivieron la tercera hiperinflación en la historia “moderna” de la humanidad, en los años 80. Sin embargo, debemos advertir que la antesala de la misma se originó en la década del 70, que podemos caracterizar por su elevado endeudamiento, aspecto que originó una crisis de balanza de pagos que determinó una escasez de la divisa norteamericana y una devaluación acelerada del tipo de cambio. Todo esto, acompañado por el gigantesco y creciente gasto de ese Gobierno. La consecuencia nefasta fue la pérdida del poder adquisitivo de los salarios, que se originó por la subida descontrolada de los precios y que dejó a muchos de los bolivianos en la indigencia.
Si bien el pueblo vivió solo el efecto de este irresponsable endeudamiento –la inflación–, el papel de los economistas es transmitirle al común de la ciudadanía que es más importante analizar las causas que provocaron este trago amargo para posteriormente intentar no repetirlo. Sin embargo, a las autoridades del MAS no se les ocurre leer nuestra historia y nos empuja exactamente a lo mismo.
En la actualidad, los gastos para mantener la burocracia son desmedidos y crecientes, la necesidad de endeudamiento es ahora inevitable por la escasez de dólares, la inflación crece como un fantasma que deteriora de los ingresos de las familias y la devaluación del tipo de cambio paralelo parece no tener reversa. El resultado es una crisis de expectativas e incertidumbre que por los resultados económicos evidentes pone al país al borde del mismo abismo de hace cuatro décadas.
Pero quien escribió la crítica no atina a entender estos riesgos y solo defiende los intereses del Gobierno. Quienes administran el Estado quieren más deuda para solucionar sus problemas de liquidez (para seguir gastando), sin importarles verdaderamente la población sino sólo los recursos como instrumento para reproducir su poder y el logro de sus intereses sectarios.
Por otro lado, es importante destacar que, como economistas, por supuesto que nos interesa el desarrollo de las regiones. Por esta razón, ofrecimos una alternativa que evita la deuda externa, concesionando, por ejemplo, la construcción de esa carretera de ocho vías en El Alto en vez de aceptar el crédito defendido por el Gobierno. Eso evitaría que se siga poniendo en riesgo la estabilidad de la economía y, por tanto, la de las familias. Pero, además, evitaría el despilfarro, la corrupción y la posible mala calidad de las obras. Para nadie es secreto que las obras estatales tienen sobreprecios y su calidad deja mucho que desear.
En este orden de ideas, es importante que la sociedad en su conjunto pueda medir el costo de oportunidad de seguir endeudándonos, u optar por otras alternativas. ¿Queremos arriesgarnos a un nuevo evento inflacionario o preferimos optar por una alternativa que sólo implica, por ejemplo, un costo extra en los peajes de las obras concesionadas? En resumen, debemos decidir por hacer un pequeño esfuerzo hoy para evitar mañana el empobrecimiento de las grandes mayorías.
Pero siempre hay una tercera alternativa, por lo menos para aquellos que sólo quieren circo y cámaras para defenestrar a los contrarios con insultos elegantes e incoherencias con el objetivo de desviar la atención sobre nuestros verdaderos problemas, sus repercusiones y sus posibles soluciones. Ello denota solamente la pobreza intelectual en la que estamos sumidos. Por eso les digo, este montaje que pretenden sostener se ha caído. ¡La población empieza a despertar!
Joshua Bellott Sáenz es economista