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Economía | 23/03/2023

Opinión / Las mujeres trabajadoras están olvidadas en Bolivia

Opinión / Las mujeres trabajadoras están olvidadas en Bolivia

Brújula Digital |23|03|23|

Gustavo Rodríguez

A septiembre de 2022, la Renta Dignidad benefició a 1,1 millones de adultos mayores de 60 años; de éste total, 518.302 personas son mujeres; y de ellas, la gran mayoría, 402.620 (78 de cada 100 mujeres) no reciben ninguna pensión de jubilación ni tienen acceso al seguro de salud al que una pensión da derecho.

Una parte del problema radica en que el monto de Renta Dignidad que reciben dichas mujeres, Bs 350 por mes, es por completo insuficiente para que las mismas sustenten su vida, por ejemplo, no alcanza ni para cubrir el precio de una canasta básica de alimentos, cuyo precio mensual según el INE es de Bs 449,3 en el área urbana y de Bs 381,1 en el área rural. La otra parte del problema está en que dichas mujeres, que se encuentran en una edad más proclive a enfermarse, no acceden a la cobertura de salud que otorga la Seguridad Social; puede argüirse que el Sistema Único de Salud (SUS) les brinda esa cobertura, pero no es cierto; según el último informe de la Defensoría del Pueblo, a septiembre de 2021, solo 697 mil adultos mayores están adscritos al SUS y, ante la falta de recursos humanos, infraestructura y equipamiento que limitan el funcionamiento del SUS, es dudoso que hayan recibido una buena atención médica.

Cabe añadir aquí, que este problema sigue reproduciéndose y tiende a agrandarse. A septiembre de 2022, según informa la APS, había en el país 2,5 millones inscritos al sistema de pensiones; de este total, solo 975.729 (38%) eran mujeres; es muy probable que la mayoría de ellas no logré completar el número de aportes mínimo para jubilarse, pues el número de cotizantes efectivos al sistema de pensiones, para el mismo periodo, solo es de 840.500 personas. Si la proporcionalidad de inscritos se mantiene en la de cotizantes, menos de 350 mil mujeres menores de 60 años están realizando aportes a fin de lograr una jubilación.

La insuficiencia de ingresos hace que las adultas mayores de 60 años, que no tienen una pensión de jubilación o una renta realmente digna, continúen trabajando hasta ꟷliteralmenteꟷ desfallecer, si es que no fallecen antes. ¿En qué condiciones trabajan?, ¿qué tipo de labores desempeñan?, ¿los ingresos que generan, les son suficientes?, ¿tienen deudas?, ¿están bien alimentadas?, ¿qué tipo de enfermedades sufren, como enfrentan las mismas?, ¿tienen respaldo de su familia?, ¿tienen familia o son mujeres solas?, ¿cuántas están en mendicidad?, ¿en qué condiciones fallecen? ¿están acompañadas y/o con asistencia médica en ese momento fatal?

En cuanto a las mujeres menores de 60 años cabe preguntarse: ¿En qué condiciones trabajan, que no realizan ningún aporte para asegurar su vejez? ¿Cuántas de ellas generan los ingresos suficientes para aportar como trabajadoras independientes y cuántas no? ¿Existen los mecanismos necesarios para que este tipo de trabajadoras puedan realizar aportes al sistema de pensiones? 

Lamentablemente, ninguna de las preguntas planteadas líneas arriba puede ser contestada con solvencia en la Bolivia de hoy porque a nadie le interesa lo que sucede con las mujeres mayores de 60 años; como a nadie le interesa los millares de mujeres menores de 60 años que todos los días trabajan “de sol a sol”, que incluso trabajan cuando enferman, “pudiendo sin poder” como dicen ellas. Sucede así porque en las instituciones estatales, en particular en las instituciones del gobierno central, así como en las ONG que abordan asuntos de género y en las activistas feministas, se ha impuesto la visión que concibe a las mujeres solo como víctimas y no como trabajadoras.

El considerar a las mujeres como víctimas, ha dado lugar a conceptos de aplicación difusa y a elucubraciones como “feminicidio”, “heteropatriarcado”, “chachawarmi”, etc. También ha dado lugar a la aberración jurídica de romper la igualdad ante la ley, a políticas de “despatriarcalización” completamente inútiles, a abundante publicidad gubernamental, a la estupidez de querer cambiar el lenguaje porque “sienten” que el masculino genérico excluye y, lo peor en mi criterio, ha dado lugar a insoportables postureos y puestas en escena de instituciones y activistas que se asumen feministas.

Ojalá pronto volvamos a la senda abierta por Flora Tristán, Clara Zetkin, Rosa Luxemburgo y Alexandra Kolontai quienes, entre muchas otras mujeres, en vez de victimizarse, pugnaban por sacar a las mujeres de la opresión del trabajo doméstico e introducirlas al mercado laboral, quienes luchaban por mejorar las condiciones laborales de hombres y mujeres, quienes apoyadas en la ciencia y la tecnología batallaban por reorganizar la economía y la sociedad.

Gustavo Rodríguez es especialista en temas previsionales y de empleo



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