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Economía | 12/09/2025   06:57

|OPINIÓN|Crear o morir: de país extractivo a país creador|Antonio Riveros|

Si seguimos apostando únicamente al extractivismo, moriremos económicamente en la fosa de nuestra historia. Pero si decidimos aprender, innovar y diversificar, construiremos un futuro digno de los próximos 200 años.

Foto ABI.
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Brújula Digital|12|09|25|

Antonio Riveros

Hace más de 10 años, cuando recién comenzaba mi camino como emprendedor, cayó en mis manos uno de los primeros libros que marcaron un antes y un después en mi trayectoria: Crear o morir, de Andrés Oppenheimer. El libro relata historias de innovación en distintos países y muestra cómo quienes apuestan por crear valor logran transformar realidades; mientras que quienes se quedan en la inercia terminan rezagados. 

Ese título me quedó grabado como advertencia y promesa. Advertencia, porque en un mundo tan competitivo sin innovación cualquier emprendimiento muere. Promesa, porque la creación abre caminos incluso en escenarios adversos.  

No sabía si un emprendimiento en Bolivia podía sobrevivir a la burocracia, a la falta de apoyo o a la ausencia de inversión. Pero ese libro me convenció de que no había alternativa: si no me animaba a crear me condenaba a la inercia. Hoy, más de una década después, al mirar la situación del país, siento lo mismo: si Bolivia no se anima a crear, se condenará a morir atrapada en su historia.  

Nuestra historia lo confirma: hemos tenido la fortuna de poseer abundantes recursos naturales, pero cada ciclo extractivo –plata, estaño, gas y ahora litio– nos deja en la misma paradoja: riqueza que no se traduce en desarrollo. Como resumió el Banco Mundial: América Latina no perdió décadas, perdió un “siglo de aprendizaje” Seguimos midiendo progreso en toneladas o metros cúbicos y no en ideas o valor agregado.  

Lo increíble es que incluso hoy, en pleno Bicentenario, seguimos escuchando a los “nuevos” líderes hablar de lo mismo: de exploración de gas, del litio del salar –que ya no es un negocio rentable bajo los precios actuales–  o de proyectos como el pozo Mayaya en el norte paceño. Liderazgos que deberían traer una visión fresca de país, se encierran en la misma lógica pobre y repetida del modelo primario exportador, como si la única forma de alcanzar desarrollo fuera seguir dependiendo de lo que extraemos.  

Las cifras lo muestran con crudeza: cerca del 70 % de nuestras exportaciones provienen del gas, los minerales y las oleaginosas. En otras palabras, seguimos atados a lo que la naturaleza nos da y no a lo que nuestra creatividad puede producir.  

El problema no está solo en lo que producimos, sino en cómo lo producimos. El BID mostró en 2019 que, aunque la escolaridad promedio aumentó, el 57 % de los trabajadores en Bolivia apenas alcanza un nivel básico de comprensión lectora; el 66 % no lee y el 81 % no escribe en sus puestos de trabajo. El 35 % de las empresas no logra contratar por falta de habilidades, y más del 80 % de los despidos se debe a baja productividad. Esta es la trampa que nos ata: no basta con explorar gas o anunciar litio si no formamos capacidades para innovar, transformar y generar valor.  

El círculo vicioso es evidente: más del 70 % del empleo es informal; el gasto en capacitación no pasa del 0,01 % del PIB; invertimos menos del 0,2 % en investigación y desarrollo. Las empresas con mayor potencial de diversificación son las que más sufren por falta de talento. Y mientras tanto, seguimos protegiendo sectores cómodos en la inercia extractiva.  

La consecuencia es predecible: productividad estancada, crecimiento atado al vaivén de los precios internacionales y profesionales que, aun con estudios, no encuentran empleos de calidad. La falta de habilidades, de competencia y de aprendizaje nos condena a repetir la historia.   

Pero un Bicentenario no debería ser solo un festejo con desfiles. Es un punto de inflexión. La pregunta es si vamos a repetir el modelo de los últimos cinco siglos o si este será el momento en que Bolivia decida cambiar de rumbo.  

La salida existe, y pasa por una decisión política y cultural: **apostar a crear capacidades**. Invertir en habilidades críticas como pensamiento creativo, competencias digitales y trabajo en equipo. Construir sistemas de aprendizaje permanente conectados al sector productivo. Y, sobre todo, generar políticas que incentiven productividad, innovación y diversificación.  

La verdadera riqueza de Bolivia no está en los metros cúbicos de gas ni en las toneladas de minerales y oleaginosas; está en el ingenio, la disciplina y la creatividad de su gente. Países como Corea del Sur lo entendieron en los 70, España lo entendió al integrarse a Europa. Estaban tan rezagados como nosotros y lograron converger porque hicieron del aprendizaje y la innovación una política de Estado. Bolivia, en su Bicentenario, también puede hacerlo.  

Y es aquí donde vuelvo al título de aquel libro que me acompañó al inicio de mi viaje emprendedor. Hoy lo tomo como un mensaje colectivo: **crear o morir**. Si seguimos apostando únicamente al extractivismo, moriremos económicamente en la fosa de nuestra historia. Pero si decidimos aprender, innovar y diversificar, construiremos un futuro digno de los próximos 200 años.  



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