Brújula Digital|03|06|25|
Roberto Laserna
En un reciente artículo de Brújula Digital, Juan Antonio Morales afirma con claridad y argumentos que “La dolarización no es el remedio”, mencionando un artículo en el que yo había sugerido que se considerara con seriedad entre las opciones de estabilización.
Debo señalar que estoy de acuerdo con Juan Antonio, no tanto con el título como con la afirmación más completa de su primer párrafo: no es un remedio “para todos los males”. Es verdad, y a nadie se le ocurriría plantear que lo es. La magia no existe.
Con frecuencia se critican las experiencias de dolarización por resultados o procesos que no fueron provocados y mucho menos se los pretendió resolver con ella.
Panamá tiene muchas décadas llamando “Balboa” al dólar y no siempre fue el vibrante centro económico que es ahora. Pero sobrevivió a Noriega, como Ecuador a Correa, lo que no es poco. Las políticas económicas que ese tipo de líderes impulsaron fueron muy dañinas, ahuyentaron la inversión y desordenaron sus economías. Reconstruir lo que hicieron ha sido y será muy costoso. Pero no se puede atribuir todos los males económicos que sufren esos países a la dolarización, ni los logros de otros a su moneda nacional. Como bien sabemos, el crecimiento, el gasto fiscal y el endeudamiento, el riesgo país y la evolución de la pobreza tienen muchas causas y requieren mucho más que estabilidad.
Juan Antonio Morales defiende el uso de moneda nacional con tres argumentos: que su utilización puede ayudar a proteger a la economía de los shocks externos, que siempre se necesita que el Banco Central cumpla el rol de prestamista de última instancia, y que el señoriaje es una fuente importante de ingresos públicos.
Así es, pero falta destacar que ellas son ventajas para el gobierno más que para la gente.
Manipular el tipo de cambio suele distorsionar el sistema de precios relativos y desorientar las decisiones económicas, de modo que lo que parece beneficioso un día suele resultar en un daño mayor a largo plazo. El prestamista de última instancia suele recurrir al poder que tiene cerca: la impresión de billetes, con la conocida secuela inflacionaria. Y el señoriaje implica que los ciudadanos pagan para usar una moneda débil y sujeta a las necesidades devaluatorias de los gobernantes. Para los ciudadanos, el señoriaje es un impuesto escondido, y para los gobernantes un estímulo a la emisión inflacionaria.
Obviamente, esto no ocurre cuando “la moneda nacional es bien manejada”. Esta es, como el autor mismo lo destaca, la condición esencial que sustenta todo su artículo.
Lamentablemente, no es una condición fácil de conseguir. De hecho, ha sido más la excepción que la regla en nuestro país, y sin duda siempre valoraremos que Juan Antonio Morales haya sido parte de esas excepciones,
Me hubiera gustado que Juan Antonio, que reconoce méritos indudables a la dolarización, los hubiera mencionado. Así no parecería que solo defiende la excepcionalidad.
Hice mención a los casos de Panamá, Ecuador y El Salvador sobre todo porque en los tres se logró la estabilidad monetaria en plazos relativamente breves y ella sobrevivió a gobiernos populistas y a políticas irresponsables. Además, en los tres casos la dolarización se produjo en circunstancias muy disímiles, lo que hace todavía más rica la comparación. Ecuador estaba al borde de la hiperinflación, sus reservas se habían agotado y la fragmentación política estaba llevando al caos al país. El Salvador, por el contrario, disponía de reservas abundantes y estaba saliendo de un largo ciclo de violencia con una fuerte voluntad de concertación.
Insisto en que es necesario estudiar con más detenimiento esos casos con seguridad aprenderemos algo nuevo.
E insisto en que deberíamos considerar más seriamente la opción de dolarizar la economía para restablecer la estabilidad en el país y evitar la hiperinflación. De hecho, la gente ya lo está haciendo!
¿Cuánto se necesitará para lograrlo? ¿Cómo se financiaría? ¿Cuáles serían sus efectos fiscales? ¿Qué impactos de corto plazo tendría sobre los sectores menos productivos? Esto es lo que necesitamos estudiar y debatir en lugar de rechazar propuestas por prejuicios teóricos o ideológicos.
En mi artículo compartí algunas estimaciones apuradas. Lo hice a manera de desafío dado que las variables económicas en nuestro país está mal estimadas o simplemente no existen. Aunque nos cueste admitirlo, los economistas usamos las estadísticas oficiales como si reflejaran verdades cuando sabemos bien que son con demasiada frecuencia “cocinadas” por urgencia o por necesidad.
Lo que me parece bastante obvio, sin embargo, es que dolarizar será más rápido y menos costoso que recuperar la confianza en la moneda nacional. Esto último requiere libre circulación de monedas y cuantiosos recursos para sostener el tipo de cambio, sea fijo o flexible. Sin saber cuántos dólares hay físicamente en la economía, y emitiendo moneda nacional, nunca se sabrá cual es la masa monetaria total de circulante y por tanto cuán estable puede ser el sistema de precios. La incertidumbre no habrá sido superada y tampoco la arbitrariedad a la que pueden recurrir las autoridades. Con el agravante de que una gran cantidad de dólares, si es que se los puede conseguir de organismos externos, tendrán que inmovilizarse como “reservas” o cederse al uso especulativo de los ciudadanos que, con todo derecho, seguirán tratando de preservar el valor de sus ahorros.
La objeción más sería a la dolarización tiene que ver, en realidad, con un tema poco discutido, que es el de las profundas diferencias de productividad de nuestra economía en comparación con la de nuestros socios comerciales. En condiciones estacionarias y sin acceso al cambio tecnológico, nos enfrentaríamos a una recesión permanente que se llevaría todos los dólares al exterior. Pero no vivimos economías estacionarias sino dinámicas y el cambio tecnológico hoy es mucho más accesible de lo que nunca antes lo fue. Por lo tanto, es posible que ocurra el fenómeno inverso: que en ausencia de “protección” a los menos productivos, nuestros recursos y trabajadores se desplacen hacia otros sectores de mayores ventajas competitivas.
Por último, quisiera también insistir en que al sugerir que discutamos la opción de sustituir el peso boliviano por el dólar, no ignoro la necesidad de realizar otras reformas y enfrentar otros desafíos, como la tributaria, la de salud y seguridad social y la educativa, y tampoco he abandonado la propuesta de que se reconozca el derecho de los bolivianos a recibir directamente las rentas de sus recursos naturales. Pero nada de eso puede siquiera pensarse si no se estabiliza la economía y se le devuelve certidumbre a la gente.
Roberto Laserna es investigador de CERES.