Lo que quise decir –y reitero– es que el futuro depende en buena medida de la forma como Bolivia se inserte en las cadenas de valor del litio.
Salar de Uyuni/Foto YLB
Brújula
Digital|08|12|23|
Ensayo de Gustavo Fernández
En el artículo que escribí hace unas semanas sobre el litio me propuse señalar datos y hechos y sacar ciertas conclusiones obvias, que suelen pasarse por alto.
Nada estuvo más lejos de mi intención que retomar la visión de la veta “salvadora”, propia de la mentalidad minera –la búsqueda de El Dorado, el golpe de fortuna– que nos acompaña desde los primeros días de la Colonia. Abandoné esa visión hace mucho tiempo, porque le hizo mucho daño al país y, sobre todo, porque ya empezamos a superarla, a un altísimo costo. No somos, ni volveremos a ser, solo el país del cerro de Potosí y de Huanchaca, replegado en los Andes, el de la postal del indígena, la llama y Puerta del Sol. Creció la población, ocupamos el territorio, diversificamos los productos y los mercados de nuestras exportaciones.
El litio no salvará a Bolivia, pero puede cambiar significativamente su estructura productiva y la naturaleza de su inserción en el sistema económico mundial, como argumentaré en este texto.
En mi ensayo anterior traté, en esencia, de subrayar la confluencia de varias tendencias y hechos.
a.- El litio jugará un papel crítico en el cambio de paradigma global de desarrollo, de energías fósiles a energías limpias, como consecuencia del cambio climático.
b.- Ese mineral –escaso y esencial– tiene indudable importancia estratégica mundial, geopolítica, económica, tecnológica.
c.- Dos tercios de los recursos mundiales de litio (hasta hoy descubiertos) se encuentran en los salares del triángulo andino, en Bolivia, Argentina y Chile.
d.- Bolivia, con cerca de un quinto de los recursos conocidos, participará en ese proceso en el papel complicado y peligroso de socio menor, productor de materias primas, por lo menos en las fases iniciales. No será un espectador distante.
Los salares del triángulo andino representan cerca del 60% de los recursos mundiales. Los de rocas duras y arcillas cubren el 40% restante. Se encuentran en China, Australia, Estados Unidos, México, Perú y Brasil.
Otros yacimientos y opciones
Desde luego esa correlación puede cambiar y con seguridad se encontrarán otros yacimientos, como lo demuestra el anuncio del descubrimiento de uno en Nevada, en Estados Unidos, de 20 a 40 millones de toneladas de recursos (de tamaño igual o mayor que el de Bolivia), según las primeras estimaciones.
“Dicho esto –anota– un artículo, la escasez del recurso continúa (…), incluso con este nuevo descubrimiento en Estados Unidos, no es probable que se cubra la demanda de vehículos eléctricos, que crece rápidamente, sin mencionar los otros usos de las baterías de litio en computadoras y otros productos”.
El hallazgo, si se confirma, tiene desde luego gran importancia geopolítica ya que liberaría a Estados Unidos de la dependencia de la producción de otros países. Sin embargo, existen voces que han visto con escepticismo ese descubrimiento. Por ejemplo, el presidente del directorio de Codelco de Chile puso en duda su importancia real, en estos términos: “me parece clarísimo que esta no es una alarma, no conozco ninguna tecnología en el mundo para tratar este tipo de componentes, arcillas con litio”.
Otra información anuncia que se han hecho avances importantes en la el empleo de
arena, recurso natural abundante y barato, para la fabricación de baterías.
O Estado de
Sao Paulo también apunta que el hidrógeno “verde”(H2), ya fuera de gas natural o
etanol, es considerado la opción más viable para transporte con emisión cero.
Hay más: la edición
de The Economist del 25 de octubre, por su parte, anota que el las principales
empresas chinas fabricantes del ramo están fabricando experimentalmente
baterías de sodio, el tercer metal alcalino, como opción menos costosa que las
de litio.
Con
seguridad aparecerán muchas más de estas noticias en el futuro (y alguna
acertará), porque los altos precios de mercado alimentan opciones que remedien
la escasez de un producto, ya fuera por descubrimiento, innovación o
conservación, como sostiene el conocido principio económico de la “elasticidad
de la oferta”.
Dimensión del mercado
El hecho es que, a juzgar por los volúmenes de inversión y el tamaño de las corporaciones que juegan en esta cancha, el mercado de producción y consumo de los minerales esenciales se anticipa muy grande y pocos se atreven a marcar sus límites. En la década del 70 del siglo pasado ocurrió algo parecido con el petróleo. Cuando los países de la OPEP subieron el precio de tres a 12 dólares por barril se escribieron centenares de artículos recordando la existencia de fuentes de energía (la nuclear, por ejemplo) o profetizando el descubrimientos de nuevas, que desplazarían a los hidrocarburos. Como todos saben, esa predicción fue equivocada, como tantas otras, y fue necesario que una pandemia paralizara el mundo, medio siglo después, para que finalmente se tomara la decisión de encarar en serio el desafío del cambio climático.
En ese camino, que se anuncia complicado y largo, las energías “verdes” deberán sustituir a las energías fósiles. En las dos pasadas décadas la energía solar y eólica crecieron mucho más de lo que esperaban los expertos. Ganan espacio, ineluctablemente, pero el carbón y el gas todavía conservan nichos importantes de demanda insatisfecha, porque el consumo de electricidad creció mucho, sobre todo en las potencias emergentes del sur global (China e India), como afirman los especialistas.
Pensé que había escrito mi artículo anterior en tono de advertencia más que de promesa de salvación. Quise decir que los desafíos para Bolivia son mucho más grandes que las oportunidades en comparación con nuestros vecinos y competidores (Argentina y Chile). Que pesará mucho nuestro atraso histórico, en recursos humanos calificados, infraestructura deficiente, instituciones frágiles, incompetentes y corruptas. Faltó apuntar claramente –aunque tal vez lo insinué—que el país está en esta carrera prácticamente en punto cero aunque se hayan gastado tiempo y recursos importantes en discusiones y obras desde hace más de 30 años. Las reservas no están certificadas, las exportaciones de prueba son irrelevantes y recién se anuncia que se harán públicos el contenido y proyecciones de los contratos suscritos con algunas de las corporaciones más grandes del mundo.
Karla Calderón, nueva Presidenta de YLB, hizo declaraciones importantes en octubre de este año.
Entre otros problemas, mencionó que la planta industrial de cloruro de potasio no opera a su máxima capacidad y las piscinas de evaporación no permitirán producir carbonato de litio. “Se tienen problemas en lo que son las piscinas. Los desembolsos se hicieron para la producción de fertilizantes. No se tomó en cuenta lo que es la producción para carbonato de litio. Sabemos que al momento de iniciar la producción de carbonato de litio vamos a tener ciertos inconvenientes para cubrir la capacidad máxima”, dijo. Acotó que “en YLB nunca se consideró hacer un plan comercial a largo plazo, pero que es la base y pie para que esto siga adelante” y que tendrían que rehacer ciertas cosas “desde cero” para corregir deficiencias para la planta industrial de carbonato de litio.
Por lo visto, no me expresé con claridad. Muchos lectores sacaron otras conclusiones.
Ni tanto, ni tan poco
Lo que quise decir –y reitero– es que el futuro depende en buena medida de la forma como Bolivia se inserte en las cadenas de valor del litio. La propia producción de los carbonatos, el primer nudo de la cadena, ya es un paso industrial complejo y significativo, pero se puede y debe ir más lejos. En el horizonte, probablemente distante, está abierta la posibilidad de fabricar baterías, cuando el mercado latinoamericano lo justifique. Decir que llegaremos a eso en la próxima década es simplemente ilusorio y falso.
Si esa hipótesis es correcta, la inferencia es clara. Bolivia debe prepararse para ese escenario, que llevará una o dos décadas en concretarse. Es decir: debatir las opciones económicas y técnicas; sus consecuencias sociales y políticas; sus exigencias en preparación, formación y capacitación de recursos humanos, académicos, profesionales; el tamaño y el costo de la infraestructura física, transportes, comunicaciones; operar la red digital que será necesaria, etc. Todo, sin pasar por alto que el país tendrá que desarrollar fuentes nacionales de energías renovables, solar, eólica, hídrica. En pocas palabras, discutir un plan, una nueva visión de desarrollo para un nuevo tiempo.
Requiere una visión, una estrategia nacional, de largo plazo, un plan, objetivo, realista, que ahora no existe, por encima de las consignas políticas. Esa es la importancia del debate. Todo lo que quise hacer en ese artículo fue llamar la atención sobre esa necesidad.
Puedo agregar, para terminar de cansar al lector, que el propio paradigma de la transición a las energías limpias está en su infancia. Los vehículos eléctricos son todavía una fracción pequeña –creciente, pero pequeña– del parque automotor mundial. No se han resuelto todos los problemas de las baterías de iones de litio –las de mayor uso ahora– y el desarrollo de baterías de estado sólido está en fase de investigación y prueba. Conforme avanza el juego, resulta que las grandes corporaciones del sector –norteamericanas, chinas, coreanas y japonesas, propietarias del conocimiento, la experiencia operativa, el poder financiero y el control de los distintos nudos de las cadenas de valor– son actores casi tan importantes como los Estados.
Por eso, como indiqué al principio de este texto, “ni tanto, ni tan poco”, el litio no salvará a Bolivia, pero puede ayudar a mejorar su estructura productiva y el modo que se inserta en el sistema económico mundial.
Allí no termina el mundo, desde luego, pero esa carta llegó a las manos de los bolivianos y debemos jugarla bien. Eso es todo.
Gustavo Fernández fue canciller de Bolivia y ministro de la Presidencia.
@brjula.digital.bo