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Cultura | 05/09/2024

|CRÍTICA|El mapa del tesoro|Alfonso Gumucio Dagron|

Portada del libro el médico y el aventurero. Foto:Captura

El médico y el aventurero (2013) es la primera novela que leo de Raúl Rivero Adriázola, escritor de Cochabamba que ha publicado otras novelas como El conjuro juliano y la falsificación de Leonardo (2010), Los constantinopolitanos (2011) y La segunda ley (2012). Todas son narraciones con asidero histórico ya que el autor es historiador (aunque economista de profesión).

La novela, por suerte, es un género que se contiene a sí mismo, de manera que los lectores no necesitamos ser expertos historiadores para apreciar sus cualidades. Grandes novelas en la historia de la literatura se han basado en hechos históricos (con gran hache), pero lo que las hace trascender en el tiempo no es el episodio histórico sino la maestría narrativa.

Vargas Llosa es un ejemplo paradigmático de novelista que sitúa sus novelas en el contexto de grandes lienzos de la historia latinoamericana (Brasil, Perú, República Dominicana o Guatemala), pero no destacan por los hechos ocurridos sino por la manera de contar. El arte de contar incluye la creación o recreación de personajes y episodios, pero sobre todo la belleza y precisión del lenguaje. Muchas malas novelas se han escrito sobre episodios históricos que solo algunos buenos escritores han narrado con excelencia y verosimilitud.

De ahí que es un desafío riesgoso lograr un equilibrio entre la ficción y lo real en una novela, sobre todo si esta está escrita por un historiador que incursiona en la literatura. En todo caso, la ventaja para el lector es que puede aproximarse a la obra como una ficción total, sin otras consideraciones que la calidad narrativa. Se ha dicho muchas veces que una buena novela puede decir más que varios libros de sociología o de historia, y ese es el desafío.

A primera vista la novela de Rivero Adriázola tiene todos los ingredientes para ser leída como una aventura, y no sólo porque la palabra “aventurero” destaca en el título, sino porque desde el inicio anuncia la búsqueda de un tesoro mediante un mapa rescatado casualmente del olvido. Ese punto de partida ha sido prometedor en muchos relatos sobre exploradores y aventureros que recorren el mundo en busca de riqueza, pero también de aventura. Muchas veces no hay un tesoro al final del camino, pero el camino es la recompensa, por muy arduo que sea. La leyenda de El Dorado y personajes tan cinematográficos como Lope de Aguirre han alimentado la imaginación de escritores y cineastas, no todos con éxito.

Esa es la propuesta de Rivero Adriázola: la búsqueda de un tesoro en territorio boliviano, y no en la inexpugnable Amazonía, sino en los valles subtropicales del norte del departamento de La Paz, en un punto colindante con el departamento de Cochabamba. No es casual que ambas ciudades estén unidas por la búsqueda de un tesoro (que no es secreto), porque una segunda línea narrativa de la novela, recrea personajes que constantemente transitan entre ambos departamentos, por razones a veces ajenas al argumento principal.

Dos protagonistas destacan en el relato. Por una parte, Edgar Sanders, un intrigante bielorruso que junto a un avezado grupo de aventureros y científicos ingleses llega a Bolivia para emprender la búsqueda del tesoro, y por otro el médico cochabambino César Adriázola, desahuciado en Europa, pero milagrosamente curado en Cochabamba, cuya apacible vida se ve afectada por su relación con Sanders. Naturalmente, entendemos que existe una relación de parentesco entre el autor del libro y el personaje que lleva el mismo apellido, pero esa consideración no debería influir en el lector, por mucho que la obra entreteja episodios reales con otros inventados. Se nota obviamente el deseo del escritor de poner en relieve los lazos familiares, como un guiño de homenaje a sus antepasados, pero al final de cuentas en la la novela predomina la voz del aventurero antes que la del médico. El personaje de Sanders tiene más espesor pues muestra contradicciones, áreas oscuras y secretas, mientras que el discreto médico, siempre puntual en sus compromisos e intachable en todos los aspectos de su vida, no es tan interesante. Sanders lleva el relato, aun cuando a veces, cuando no está presente, es un narrador en tercera persona (el propio autor de la novela) el que describe los hechos e incluso asume posiciones. No es en realidad un narrador “neutro”.

De alguna manera el relato me recordó ese maravilloso cuento de Augusto Céspedes, situado en la guerra del Chaco. En “El pozo” la búsqueda desesperada de un objetivo (agua) es tan ardua e infructuosa como la búsqueda del tesoro en la novela de Raúl Rivero Adriázola. Y es precisamente en ese proceso de búsqueda donde debemos buscar si la obra logra su objetivo de atrapar al lector. Es el camino el que cuenta, ya no tanto el resultado. Es el mapa el que adquiere valor, el recorrido, la aventura de vencer a la naturaleza agreste, atravesar desfiladeros con abismos peligrosos, cargando dos toneladas de equipamiento (la novela dice 200, pero debe ser una errata teniendo en cuenta el número de expedicionarios).

Sin ánimo de ofrecer demasiados detalles a los lectores, diré que la novela se teje con la situación política de Bolivia en varios periodos de su historia, el más antiguo se remonta a Melgarejo y los más recientes al estallido de la guerra del Chaco. El desarrollo de la línea argumental de ambos personajes transcurre por lo general en paralelo, salvo cuando se encuentran en La Paz, tres o cuatro veces en toda la novela.

El esqueleto de la historia del tesoro podría ser la base de un guion de película, ya que mientras uno lee la novela imagina los lugares y los episodios narrados. La lectura se dificulta por las reiteraciones y algunos problemas de verosimilitud (nuestra percepción de la verdad interna del relato). A veces, en párrafos largos sin puntuación que permita respirar, abundan detalles que no son esenciales en el desarrollo de la narración, pero a pesar de ello no deja de ser apasionante la lectura que nos hace cómplices.

Esta es una edición de autor y, como suele pasar con ediciones de autores, adolece de algunas erratas que podrían haberse salvado publicándola con un sello editorial reconocido. Además, su circulación se ve lamentablemente limitada.

@AlfonsoGumucio es escritor y cineasta 





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