Brújula Digital|09|06|24|
Fernando Molina | Tres Tristes Críticos |
La miniserie de seis capítulos que acaba de estrenar Netflix es una producción británica escrita por Abi Morgan (“La dama de hierro”) y protagonizada por el famoso Benedit Cumberbatch (Vincent), Gaby Hoffmann (Cassie) y McKinley Belcher III (detective Ledroit).
Vincent es un titiritero atribulado por problemas emocionales con una familia a punto de deshacerse. Su esposa Cassie, cansada de su comportamiento autodestructivo, ha conseguido un amante y está a punto de dejarlo. Su hijo de nueve años, Edgar, vive aterrorizado por las crueles peleas de sus padres y por la personalidad explosiva de Vincent, quien sin embargo lo quiere.
El titiritero arrastra el trauma de haber sido criado en una familia de ricos que no supo lidiar con su originalidad y sus probables neurosis infantiles, y que abandonó su crianza, dándolo por “caso perdido”. Está empeñado en hacerse daño y a veces lo logra convirtiéndose en un padre autoritario como el que él mismo tuvo. Edgar tiene una mejor relación con su madre.
En este contexto, un buen día, tras una pelea de la pareja, el niño desaparece mientras va a su colegio caminando a través de unas cuadras neoyorquinas que la directora Lucy Forbes retrata permanentemente con basura acumulada (algo en efecto propio de la ciudad) y personas en situación de calle. La historia transcurre en los años 80 e intenta tener un aspecto político a través de la crítica al alcalde, que usa el show de títeres de Vincent (que este no controla financieramente) para distraer a la población mientras planea destruir la favela que los desamparados han creado en el metro de Nueva York.
La desaparición del niño desata dos procesos paralelos, pero distintos, que constituyen dos registros de la narración: por un lado, el brote psicótico de Vincent, que se entrega a las drogas y comienza a ver y a interactuar con Eric, un muñeco imaginado por su hijo antes de evaporarse y, por el otro, el desarrollo de una investigación a cargo del detective Ledroit, que ¡por supuesto! es obstaculizada por policías corruptos. Ledroit es homosexual y negro, lo que vuelve vulnerable ante los poderes que supuestamente se encuentran detrás de la desaparición de varios niños en la ciudad.
“Eric” está mucho más lograda y es más persuasiva en su registro psicológico, es decir, en cuanto al delirio del padre, que se hunde en su culpabilidad al mismo tiempo que sigue la única pista concreta para encontrar a su hijo. El muñeco que imagina como contraparte encarna a veces a su propio padre y a veces a su enfermedad mental y, al final, de forma menos creíble, a la posibilidad de cura. Contribuye a la fuerza de esta línea narrativa la excelente actuación de Benedit Cumberbatch.
En cambio, el registro de lo real deja mucho que desear. En este nivel la serie plantea muchas posibilidades que al final quedan en agua de borrajas; pretende tocar problemas sociales como la pobreza y la gentrificación, pero estos no salen del decorado y la mera indicación. La trama policial no es, al final, la de una cuidada miniserie, sino la de una de esas series de cien temporadas que resuelven un caso diferente en cada capítulo.
Se supone que una miniserie tiene éxito si logra que nos pongamos a verla sin querer parar. En ese sentido, “Eric” es casi exitosa. Queremos consumirla hasta el fin, sin duda, pero a ratos nos disuade de seguir viéndola y terminarla su oscuridad más bien falsa, más bien comercial.