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Cultura | 18/02/2024   05:20

“True Detective: Night Country”, todo en la olla, sin mucha sazón

Brújula Digital|18|02|24|

Fernando Molina|Tres Tristes Críticos|

La cuarta temporada de True detective, denominada Night Country, nos interesa particularmente a los latinoamericanos porque está dirigida y escrita por la cineasta y guionista mexicana Issa López. No es un logro menor que se haya entregado a ella la responsabilidad de darle continuidad a esta legendaria serie policial, creada por Nic Pizzolatto y asociada indisolublemente a la era del streaming. Y que implica, entre otras cosas, dirigir a la gran Jodie Foster, quien interpreta a la detective Liz Danvers.

El encargo a López forma parte del remozamiento del contenido de la serie con ingredientes que hoy por hoy están muy de moda, como el género gótico o fantasmagórico, con el cual se coquetea, o el toque étnico, o el protagonismo de mujeres empoderadas, o los helados paisajes nórdicos (se recurre al manido exotismo de la penumbra continua que cubre las regiones más septentrionales del planeta). A estos se suman los componentes usuales del policial negro: crímenes extraordinarios que deben investigarse en condiciones también extraordinarias, empresas villanas, jefes corruptos, colegas traidores, policías éticos, a veces justicieros, y todo lo demás: sexo, romances, rollos familiares, en fin... López no vacila en meter todo en la olla, aunque la capacidad de su guion para articularlo dentro de una historia plausible y realmente intrigante es discutible.

Los hechos suceden en Ennis, un pueblo ficticio de Alaska. Este vive de una mina que, al mismo tiempo, lo hace sufrir por la contaminación del agua. Apenas ha comenzado el periodo del año en el que la oscuridad se hace absoluta y ocurre un crimen terrible: los científicos de una estación de investigación no están en ella; tiempo después, se los encuentra en la intemperie muertos y congelados, formando una macabra escultura de hielo. ¿Qué les ha pasado? En una de las escenas de este crimen aparece la lengua de una mujer indígena asesinada tiempo antes. Esta vinculación pone en medio a Evangeline Navarro (Kali Reis), una oficial subordinada de Danvers, obsesionada con lo ocurrido y con la víctima. Pese a sus diferencias, que tienen turbios orígenes, ambas policías forman el típico equipo nosotras-contra-el-mundo para poder sobreponerse a oscuros intereses y buscar hasta el final la verdad sobre ambos casos. Una de las pistas que siguen es un glifo con significado esotérico que tiene la forma de una espiral. Con lo cual ya se puede decir que López no ha dejado de lado ni una sola maldita cosa. Y resulta cansador, claro, y más bien ridículo, aunque Foster siempre es capaz de prestarle originalidad y brillo a una historia, incluso una sobrecargada y poco cuajada como esta.

Pobres criaturas, más bien pretenciosa

Pasemos al filme Pobres criaturas, la última de Yorgos Lanthimos; la película es una fábula con moraleja, lo cual instintivamente me desagrada. Ahora bien, hay que saber narrar una historia así: una bella mujer objeto de un experimento, cuyo cerebro crece de nuevo, se introduce en un mundo dominado por los hombres, que quieren apropiarse de ella de varias formas. Para contar esto se necesita de un tour de force, esto que les encanta a los premios cinematográficos, es decir, que se haga alarde de virtuosismo. No sorprende, en ese contexto, que se hable igualmente de la actuación de Emma Stone (Bella Bexter) como de un tour de force histriónico. Su interpretación constituye la bella y retorcida columna vertebral de una cargada edificación barroca.

Lanthimos no escatima su virtuosismo: exhibe toda clase de recursos, colores irreales, cielos cargados de nubes, profundidades marinas, el uso de ojos de pez y de ángulos de toma inopinados. Pero su mayor recurso es la sordidez. Los espectadores siguen la sesión entera en tensión por su exposición a una sordidez estilizada que el humor negro busca aligerar, sin conseguirlo del todo. No es sexo lo que ven, aunque parezca, sino un mecanismo propio de esta estética escabrosa.

La película solo es graciosa en su primer cuarto, luego el humor decae y se instala, indiscutible, la sordidez. Hay poco por qué reír, aunque se siga pretendiendo que se trata de una comedia, al final se ve a las claras una fábula moral, una película de ideas que se vale de la sordidez para desplegarse y entonces, aunque uno personalmente coincida con tales ideas, siente el desagrado que siempre le despiertan tales obras. Películas que, como Oppenheimer y Barbie y seguramente varias de las otras que fueron nominadas al Oscar, y que no vio (pero no Los asesinos de la luna), son un esfuerzo ensayístico que usa los modos de la narración.

Pues analicemos los “mensajes” que se movilizan en esta clase de películas: son básicos, casi rudimentarios. En este caso, el mensaje se puede resumir en el papel que interpreta muy bien Mark Ruffalo: el hombre celoso destrozado por una mujer libre. Es una caricatura y uno comienza riéndose de ella, pero más tarde ya no puede hacerlo más. Es que el director, en el fondo, se la toma en serio. La caricatura adquiere el estatus de retrato. Esto es lo que se llama ser pretencioso. Lanthimos lo es en Pobres criaturas, una sátira con complejo de drama.





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