Los Fabelman retrata las peripecias vitales de una familia de clase media estadounidense. El padre (Paul Dano) es un ingeniero con vocación científica, buena persona más bien aburrido que tendrá una carrera brillante.
Los Fabelman, película de Steven Spielberg. Foto: europafm.com
Fernando Molina/Brújula Digital |12|02|23|
Tres Tristes Críticos
Los Fabelman es la última
película de Steven Spielberg y está enfocada en la niñez y la juventud de este,
y en el arranque de su pasión como cineasta. Es, entonces, una suerte de
autobiografía. La idea subyacente a la puesta en escena es que siendo la
perspectiva la del niño que descubre su pasión artística y las implicaciones y
consecuencias de la vida de sus padres, todo ello debe presentarse de un modo
medio mítico, ingenuo, sin malicia, ya que así es como los niños ven el mundo.
Este interés por lograr la atmósfera y el colorido de “un tiempo perdido” es lo
más original de la película, lo que la convierte en la mejor propuesta de
Spielberg en varios años, y lo que le da un encanto difícil de definir pero
indudable. Sin embargo, la sensación predominante no es la nostalgia, como
correspondería, sino el orgullo, la auto-afirmación, e incluso a ratos la
auto-glorificación, lo que a mi juicio le impide ser una obra mayor.
Los Fabelman retrata las peripecias vitales de una familia de clase media estadounidense. El padre (Paul Dano) es un ingeniero con vocación científica, buena persona más bien aburrido que tendrá una carrera brillante. La madre (magníficamente interpretada por Michelle Williams) es una pianista frustrada que encarna el lado artístico de tantas familias, el lado que no se conforma con una vida rutinaria y tan solo satisfactoria.
Este comezón artístico y la sed de experiencias que, por la represión, constituye una suerte de neurosis en esta mujer, resulta en cambio un poderoso instrumento de realización personal para Sammy, el único varón de los hijos y un chico muy dotado para la cinematografía (Gabriel LaBelle). Se supone que este guapo joven es Spielberg cuando iba a la escuela y que los otros dos caracteres evocan a los padres del director. Con el tiempo, estos últimos vivirán una grave crisis matrimonial, que tendrá efectos directos en el jovencito y su relación con el que hasta entonces era su “hobby”, la realización de pequeñas películas caseras.
Sammy, entonces, se identifica con el amable pero convencional padre, aunque en realidad esté muerto de ganas de seguir un camino igualmente desorganizador y peligroso para el “status quo” familiar que el tomado por su madre.
Estos son los personajes, pero hay otro protagonista central en esta película y es el cine. No tanto el cine como cristalización cultural (aunque haya alusiones a algunas películas famosas y un cameo del director David Lynch como su legendario colega John Ford), lo que es frecuente en las películas de Hollywood, sino el cine como medio de expresión artística y comunicacional, digamos que “a mano” para filtrar y enfrentar la vida.
La habilidad para filmar imágenes en movimiento le sirve a Sammy para hacer travesuras, para armarse de valor, para escapar, para frenar a los enemigos, para descubrir secretos sucios, para darse ánimo y, sobre todo, para entretenerse.
Tal es justamente la idea del cine que profesa Spielberg: algo que se hace, y que se hace porque es útil y, al mismo tiempo, fabuloso. La filiación típicamente estadounidense de esta idea resulta indudable. Por eso falta la nostalgia, ya que es un cine proyectado a resolver los problemas y a transformar, un cine para hacerse popular, para hacerse más fuerte, para enriquecerse. Un cine voluntarista, optimista, algo frívolo y autocomplaciente, orientado fuertemente hacia el futuro. Y, claro está, un cine nacionalista, pues, aunque retrate defectos del entorno como el antisemitismo, nunca hará eso en clave derrotista.
Este es el cine de Spielberg y en Los Fabelman se halla in nuce en los proyectos y las realizaciones de Sammy, y es aludido en los dos momentos simbólicos de la película: la conversación del chico con su tío circense (Judd Hirsch), quien le presenta la vocación artística como una suerte de maldición gitana, y, al final, su entrevista con John Ford, el cual enfatiza en el lado arbitrario de la creación artística.
Hay por supuesto otras concepciones del cine y otras experiencias en torno a él que son muy distintas. Por ejemplo, el “Spielberg” de Los Fabelman casi que no ve cine, no se aproxima a él como un espectador, una perspectiva tan importante en el diseño de Woody Allen de sus propios intentos autobiográficos. El homenaje al enérgico Ford y no a otro director cualquiera es también una declaración de principios. Y así sucesivamente. En todo caso, esta experiencia, esta aproximación asertiva a un instrumento de comunicación y de reflexión fundamental para la sociedad moderna, valen la pena de ser conocidas.
La película está nominada al Óscar, junto con el director, Williams y Hirsch.