Por: Luis Antonio Serrano
Como a todos, el sopapo de Will Smith en la entrega de los Oscar también me ha llegado de cierta manera. Primero, porque me cuestioné la verosimilitud del hecho. No me parecía creíble que un actor de mucha experiencia, y además ligado a la comedia en sus inicios, no entendiese el humor, “negro” si se quiere, de un colega suyo convocado para hacer un show breve, que corresponde a lo que los propios americanos llaman Stand Up, en la ceremonia del domingo 27. Es más, aun dudo que ese hecho hubiese sido del todo espontáneo. Pero después de las declaraciones del agresor Smith y de su víctima Rock, parece que no hay mucho espacio para dudar. Habrá que establecer, a estas alturas de esta nota, que el monólogo de comedia o Stand Up, se caracteriza por lograr una gran complicidad con el público, al extremo de autorizar al actor que pueda usar el cinismo y las expresiones de “doble sentido” con libertad plena; esto lo sabemos todos y con mayor razón un actor como Smith, de miles de horas sobre escenarios.
Segundo, porque me permite medir la inmensa cobertura e importancia que todos los medios, tradicionales (prensa, radio y televisión) y nuevos (redes sociales), han prestado a este hecho versus la que ha obtenido Coda, el filme ganador a Mejor Película del 2021. No es sino prueba clara de lo que de verdad cuenta para este Mundo del Espectáculo de consumo masivo a nivel mundial, que nos tiene cautivos en medio de producciones mediocres. Es, en definitiva, más relevante y vendedor un hecho vergonzoso en el que un actor profesional traiciona los códigos de los escenarios a indagar las razones que pudo tener una academia del cine para otorgar su mayor galardón a un remake de mediana calidad cuando tenía de candidatas películas mejor logradas.
Tercero, y ultimo, me sirve pues el sopapo de Smith y sus consecuencias para constatar, una vez más, el hecho de que la espectacularidad es lo que vende y vale para la Gran Industria Cultural Americana, que tiene mucha trayectoria al respecto y que influye, de forma determinante, en las posibilidades de acceso a cine de calidad ya sea en la pantalla grande o en los televisores de miles de familias a lo largo y ancho del planeta. No vaya a creer el lector que las películas que se proyectan, con prioridad e insistencia, en las salas de nuestras ciudades bolivianas, como en cualquier ciudad del mundo, están allí por razones de valor artístico. Esos filmes, El hombre araña, Batman y muchos otros, tienen los mejores horarios y se los exhibe hasta el agotamiento sólo porque son comerciales, en otras palabras, porque son buen negocio para los que hacen las películas, para los que las distribuyen y para los que las proyectan. Al buen cine le cuesta mucho tener unos días de vida en las salas.
Sueña este cinéfilo que, más pronto que tarde, en las cómodos cines, a los que asistimos, la mayoría de los dramas que nos hagan llorar, de las comedias que nos tengan desatados de la risa o de los filmes de terror que nos quiten el sueño, tengan el privilegio de contar con nuestra atención y logren impactar en nuestras vidas, aunque sólo sea mientras duren las funciones, porque se trate de obras inspiradas en valores artísticos y de aspiraciones estéticas. De esta manera es que se alimenta, se crea y recrea el gusto de los públicos por productos culturales de calidad. Así, la próxima vez que un patán le propine un sopapo a un colega suyo en plena transmisión mundial de un acto de premiación de buen cine, sea menos interesante comentar ese hecho que conocer de las obras de arte galardonadas.
Luis Antonio Serrano es escritor y crítico de cine.