El investigador, docente y escritor uruguayo, experto en extractivismo, destaca que el libro de Jimena Mercado rompe varios mitos en torno a la explotación del oro en los ríos amazónicos y muestra lo que ocurre realmente en el terreno, una realidad repleta de contradicciones en ambientes de riqueza ecológica y pobreza en las comunidades.
Eduardo Gudynas, experto en extractivismo. Foto composición BD
Brújula
Digital|18|09|21|
El destacado investigador y conceptualizador uruguayo, Eduardo Gudynas, autor de varios libros, es el prologuista del libro: “Tras el dorado. Crónicas de la explotación del oro en la Amazonía”, escrito por la periodista Jimena Mercado. Por la relevancia de sus escritos, Brújula Digital le ofrece inextenso el prólogo titulado:
“El oro de la selva”
Una y otra vez el oro regresa a la historia boliviana. En los tiempos iniciales de la irrupción colonial, los españoles estaban obsesionados con la tierra del Paititi, una ciudad o región del oro, que estaba más allá de los dominios incaicos en los Andes y se ubicaría en lo que mucho después sería el sur de Perú o las tierras bajas de Bolivia. Más de 500 años después, la obsesión con el oro está de regreso en esas tierras bajas tropicales.
Su ejemplo más dramático es la minería de oro en los ríos amazónicos. Es la obsesión con el mineral atrapado en las arenas y sedimentos en los márgenes de los cursos de agua tropicales. Con ese fin se talan los árboles, se invaden los ríos, se derrama mercurio que todo lo contamina, y se invaden territorios originarios.
En las páginas que siguen, la muy conocida y respetada periodista Jimena Mercado, comparte historias sobre ese tipo de minería que se practica en las tierras bajas de Bolivia. Su aporte es notable por varias razones. Su punto de partida contradice muchas de las posturas populares que imaginan que los mineros sólo están presentes en las montañas, las sierras o el altiplano andino. En cambio, en este libro se transita por distintos sitios, como la Amazonia del norte de La Paz o las llanuras benianas, donde esa minería afecta territorios propios de pueblos indígenas, como Leco, Tacana y Mosetén.
La minería aluvial de oro es una práctica que se suma a otras en una geografía que ya está bajo intensas disputas territoriales. Operan factores muy diversos, desde la deforestación para expandir la ganadería a los sueños de gigantescas hidroeléctricas, y sobre ellas se suma el ingreso de la minería del oro. Por detrás está la demanda internacional; ese oro no es aprovechado en Bolivia, sino que se destina a compradores externos, que en su mayor proporción tiene destinos suntuarios, como joyería o monedas.
La investigación de Mercado también rompe con otro mito. Es una minería que no es una actividad artesanal que se hace con unas pequeñas bateas en las orillas de los ríos. En cambio, avanza con enormes dragas, de varias toneladas, y que siguiendo las imágenes que nos comparte, algunas de ellas, tanto por sus dimensiones como por la presencia de ciudadanos chinos, merecen el nombre de dragones. No estamos ante tecnologías minimalistas e impactos acotados; por el contrario, son a gran escala, se remueven enormes volúmenes de arenas y agua, con alto consumo de combustible y mercurio, y como consecuencia, se producen severos impactos ambientales.
Toda esa maquinaria ingresa a la selva y es armada allí mismo, en los márgenes de los ríos. La ausencia de carreteras no detiene su avance, lo que deja en evidencia que los niveles de rentabilidad son tan altos que son capaces de transportar motores, hierros, tornillos y tuercas dentro de la espesura amazónica. Nada los detiene.
También queda en claro que esta explotación del oro se ha transnacionalizado bajo una migración retorcida. Uno de los aspectos más llamativos en estas páginas es la presencia de ciudadanos chinos y colombianos operando en los ríos bolivianos. Pero al mismo tiempo, los reportajes sirven para entender los modos por los cuales esa minería también puede ser practicada por algunos que son parte de las comunidades locales que se resisten a ella. En ciertas situaciones, hay comunarios que reclaman las concesiones justamente para impedir que desembarquen mineros desde el exterior, al entender que esa es una opción todavía más depredadora y violenta. En otras circunstancias consideran que de ese modo encontrarán un alivio a sus penurias económicas. Es así que los relatos en el libro permiten exhibir todos los claroscuros y las tensiones que desencadena el oro.
Mercado muestra que esta minería se difunde gracias a las complicidades de muchos, como las de aquellos que deberían controlar esas prácticas o proteger esos sitios, pero no lo hacen. Cómplices que pueden encontrarse en esas mismas localidades o en la capital, sea en el Estado como en la política. Las autoridades municipales pueden negar los permisos, pero de todos modos son concedidos en las oficinas en La Paz, entreverando aún más esta situación.
Son condiciones propias de los extractivismos mineros en nuestros países, donde hay ocasiones que se conceden permisos que otorgan legalidad, pero que a su vez son posibles por el amplio marco de las llamadas “alegalidades”, esa condición por las cuales se aprovechan vacíos legales en evaluaciones de impactos sociales, territoriales o ecológicos, o se saltan las informaciones y consultas a las comunidades locales. Se cumplen algunas formalidades que sirven para invocar la legalidad, pero que en realidad implican un daño social o ecológico que esas normas supuestamente debían evitar. Sobre todo eso, a su vez, siempre están las sombras de las prácticas ilegales, que se repiten una y otra vez porque, a final de cuentas, saben que son impunes.
Por si todo eso fuera poco, el oro se comercializa en algunos canales formales y en muchos otros ilegales, incluyendo los circuitos de contrabando entre distintos países que tiene por finalidad legalizar el mineral que fue obtenido de modo ilegal. Es una condición indispensable para poder exportarlo hacia otros continentes.
En este contexto, a lo largo de las páginas del presente libro se destacan algunos testimonios que deben mover a la alarma, y que representan otro de los grandes aportes de Mercado. Por ejemplo, se leerá que la Autoridad Jurisdiccional Administrativa Minera (AJAM) otorgó permisos a una empresa para actuar a lo largo de 2 500 km de un río. Esas son escalas escandalosas. Al mismo tiempo, uno de sus entrevistados señala que en un tramo del Río Madre de Dios actuaban 540 balsas con todos sus efectos en deforestación y contaminación por mercurio. Por lo tanto, no se está lidiando con unas pocas actividades en uno u otro sitio de un río, sino que es una verdadera infestación de dragas y balsas a lo largo de miles de kilómetros de costas, con toda su estela de destrucción.
De ese modo, los reportajes de Jimena Mercado testimonian cómo se está matando a la Naturaleza, y cómo eso avanza de la mano con una creciente violencia. Es que el oro alimenta los conflictos, y enseguida aparecen las amenazas de muerte, los enfrentamientos entre grupos con la pretensión de controlar el territorio. Estallan las rencillas ante los que quieren evitar el ingreso de los mineros, las peleas entre mineros locales contra los que vienen de otras regiones o países, o los enfrentamientos de cooperativas locales, como la de Ullakaya Condoriri II contra grandes empresas. Hechos como los ocurridos en Arcopongo exhiben claramente que esta minería fabrica conflictividad y violencia una y otra vez. La tristeza ante estas condiciones es que todos esos conflictos, de un modo u otro, terminan siendo disputas entre distintas formas de explotar el oro, o dicho de otro modo, entre distintas formas de matar la Naturaleza.
En las páginas que siguen, Mercado logra mostrar lo que ocurre realmente en el terreno, una realidad repleta de contradicciones en ambientes de riqueza ecológica y pobreza en las comunidades. Se aprovecha, de gran manera, las posibilidades de un periodismo narrativo que comparte las sensibilidades y tensiones que cruzan este tipo de actividades, y que los textos académicos no siempre pueden incorporar. Pero también nos muestra las contradicciones que también muchas veces se ignoran, como cuando dentro de una comunidad local están esos muchos que se oponen a los extractivismos aunque hay unos pocos que desean ser mineros. Tener eso presente es de enorme importancia porque indica que están en marcha cambios culturales enormes.
Todas las historias que nos brinda Mercado se extienden a lo largo de sucesivas convulsiones en Bolivia, desde el gobierno del MAS con Evo Morales, los graves conflictos ciudadanos, la presidencia de Jeanine Añez, al regreso del MAS, y enseguida el estallido de la pandemia por Covid. A pesar de todo eso, la explotación de oro continúa allí, en la selva, en esos apartados rincones del país, indiferente a los recambios en los sillones ministeriales o la diseminación del virus. Eso deja muy en claro las poderosas fuerzas que están detrás de ese tipo de desarrollo. Regresa enseguida esas imágenes del Paititi cuando hoy, en el siglo XXI, otra vez están llegando los colonizadores a buscar el oro de nuestras tierras, y nuevamente producen destrucción y violencia.
Los reportajes de Jimena Mercado están escritos con rigurosidad y también con amenidad, con detalle y con ritmo, con información y con sensibilidad. Este es un libro para celebrar y una autora para felicitar, no solo por la calidad de esta labor periodística sino también por su condición de mujer, ya que todos sabemos que no es nada fácil para ellas transitar solas, y con una cámara, los senderos del oriente boliviano. Todo esto tiene el valor de mostrarnos una problemática que para muchos pasa desapercibida pero encierra una creciente gravedad por sus consecuencias tanto sociales como ambientales. Es por ello que les invito a leer este libro.
BD
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